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LA IGLESIA PROHIBIÓ A LOS CLÉRIGOS LA CIRUGÍA

Así era la cirugía medieval: tu vida estaba en manos del barbero

La enfermedad es la misma desde la Prehistoria, pero no así la forma de tratarla. La Edad Media es una época oscura con una incipiente medicina que tuvo que hacer frente a plagas devastadoras y a prejuicios religiosos.

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1215 fue un año aciago para la medicina medieval: el Papa Inocencio III prohibió a los clérigos practicar la cirugía por su “carácter cruento”, menospreciando este oficio por el aborrecimiento que la Iglesia tenía a la sangre.

La labor manual fue desdeñada y se quedó en manos de granjeros o barberos. Si en esa época se hubiera podido protestar, el lema podría haber sido “los recortes del barbero matan”, aunque sería injusto ya que el cirujano-barbero fue una figura esencial durante muchos siglos. El estudio de muchos cráneos demuestran que sus trepanaciones funcionaban.

Es una época en la que el cuerpo es despreciado por ser un mero recipiente del alma: en la que se pensaba que la enfermedad era un castigo divino para la que la mayoría de las veces solamente servían rezos, penitencia y amuletos.

Intervenciones no aptas para aprensivos

Las soluciones “médicas” que se usaban en el Medievo eran un poco 'gores'. Las sangrías adquirieron estatus de solución universal, ya que se pensaba que la mayoría de las enfermedades eran por exceso de líquido corporal. Esto se basaba en la teoría de los cuatro humores clásica, según la cual el cuerpo está compuesto de cuatro elementos: bilis negra, bilis, flema y sangre.

Las sangrías se hacían usando sanguijuelas que chupaban la sangre de la zona afectada o directamente abriendo una vena del brazo para su posterior drenaje.

Durante muchos años las hemorroides se trataron aplicando hierro al rojo vivo en el ano, un recurso que solamente se usaba si la prescripción de plegarias previa no surtía efecto. Menos mal que en el esplendor de Al-Andalus el médico Maimónides escribió un tratado sobre su curación... aconsejando un buen baño de agua caliente.

La medicina árabe también nos ayudó a tratar las cataratas avanzadas, porque en un primer momento la cosa se hacía “a pelo” con un objeto punzante introducido en la córnea. Menos mal que  se introdujo una jeringa hipodérmina para extraer la catarata por succión. El dolor era parecido y el éxito de la operación no siempre estaba asegurado... ¿o es que estáis pensando en anestesia?

La anestesia no existía, aunque usaban sustancias para inducir al sueño a los pacientes, como el opio o la cicuta, ésta última potencialmente muy venenosa. No sin antes ofrecer una buena ingesta de vino para dejar KO al pobre mortal que iba a ser operado.

Sin embargo, con la introducción de la medicina en las enseñanzas universitarias, a partir del siglo XIII, los avances teóricos y prácticos fueron a más.

Medicina y cirugía, religión y universidad

No es justo ofrecer una visión de la medicina y cirugía medievales tan simple como la anterior. Fue en un principio monástica, al ser estos lugares unos auténticos cruces de caminos en los que se conservaban los manuscritos griegos y romanos. Un saber que se encontraba enclaustrado entre textos de Galeno y terapias basadas en milagros de santos y hierbas mágicas.

Con la creación de las universidades, ligadas también a la Iglesia, el foco de interés se traslada a Éstas. Con ellas, llega un mejor conocimiento del cuerpo, a pesar de la tensión latente entre médicos de falda corta (barberos) y de falda larga (universitarios).

A la vez, seguía vigente la pronoia (en cristiano: el diagnóstico sin preguntar al paciente). Se demonizaba a los enfermos psíquicos y se creía en la magia de los amuletos y reliquias de santos.

En la Universidad de Bolonia, se hizo la primera autopsia (1281) y tuvo lugar la primera disección metódica del organismo humano, aunque no siempre se contaba lo que se veía empíricamente, sino que se copiaban antiguos tratados. También se avanzó en la anestesia, con una especie de soporífero que consistía en una esponja mojada, entre otras sustancias, con opio y mandrágora. Eso así, el vino seguía usándose para todo.

En Salerno y otros centros universitarios, se concebía la enfermedad como una causa natural y se avanzó en cirugía estudiando los cuerpos desgarrados de los cruzados. De esta ciudad es un famoso poema médico que recomienda moderación al comer y beber, desayunar pan mojado en vino, comer queso tras las comidas, cebolla picada como crecepelo y ciruelas como laxante.

La orina, el emblema del médico medieval

Lo fundamental para un buen médico medieval era el estudio del pulso y de la orina de los pacientes. Se reverenciaba el pis porque se pensaba que filtraba los cuatro humores orgánicos de los que se pensaba que estaba formado el cuerpo. De ella se estudiaban los sedimentos, el color y su densidad y se enviaba en tarros de cristal cubiertos de mimbre, iniciándose así el diagnóstico a larga distancia.

Existe una anécdota muy graciosa, protagonizada por el Duque Enrique I de Baviera, que puso a prueba a un médico monástico enviándole la orina de una dama de la corte. Éste escribió después: “Dios está ahora casi haciendo un portentoso y jamás oído milagro, que un hombre pueda dar a luz una criatura".

El duque se avergonzó al verse descubierto.