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Salvo inesperado giro de los acontecimientos, el cambio climático tendrá unas consecuencias más o menos desastrosas a lo largo y ancho del planeta. Todos -o casi todos- sabemos eso. Y sabemos también que el nivel del desastre dependerá de la seriedad con la que las grandes potencias se tomen la amenaza en las próximas décadas.
Hay señales esperanzadoras y otras que no lo son tanto. En el lado descorazonador está, por ejemplo, la actual administración estadounidense, que considera el cambio climático un invento chino. Literalmente.
Pero incluso en el menos malo de los escenarios, el cambio climático nos acabará afectando. Lo hará en todos los órdenes, también -por supuesto- en el económico. Hasta ahora, las previsiones de los efectos económicos han sido cuantificadas grosso modo. Se suele hablar de "miles de billones de dólares" o, más vago aún, de "cantidades incalculables". En Australia, sin embargo, creen que sí se puede calcular, y que además debe hacerse cuanto antes.
En los últimos años, crisis mediante, nos hemos familiarizado con un concepto desconocido para todos hasta hace bien poco: los test de estrés a la banca. Son, ya se sabe, una serie de pruebas que analizan el nivel de resistencia de las entidades ante diversos escenarios futuros, a cuál más adverso. El objetivo es que los bancos cuenten con herramientas y dinero suficiente para sortear incluso el peor de los tsunamis económicos.
Ahora el regulador financiero australiano quiere que esos test introduzcan también los efectos potencialmente devastadores del cambio climático. En la APRA, agencia del gobierno australiano que regula el sistema financiero, consideran que el cambio climático supone un riesgo tan acuciante para su país como una recesión global.
Geoff Summerhayes, miembro de la APRA, declaró la semana pasada que "mientras los riesgos climáticos son generalmente aceptados, en muchas ocasiones se consideran problemas del futuro o problemas no relacionados con lo financiero".
Ellos no están de acuerdo. Según la agencia, el cambio climático tendrá un efecto directo en el sistema financiero y, por tanto, en el tejido productivo de los países. Algunas de sus consecuencias, además, pueden ya preverse y, hasta cierto punto, cuantificarse.
En la APRA tienen claro que el tiempo de concebir el cambio climático como "un problema puramente ético y medioambiental" ha pasado. Ahora, dicen, es el momento de ser prácticos y prepararse para lo peor... con una calculadora en la mano.