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NUMEROSOS ESTUDIOS ADVIERTEN DEL PELIGRO
En 2007 la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos norteamericana) relató 123 fallecimientos de niños menores de 6 años por la sobredosis de medicamentos para el resfriado y la gripe. Habían fallecido por la negligencia de sus padres a la hora de calibrar la cantidad de cafeína o de depresores del sistema nervioso suministrada a los menores pensando que eran absolutamente inocuos.
Y es que los componentes de muchos de estos medicamentos que consumimos como caramelos para combatir resfriados o la gripe están catalogados como drogas. Drogas que se pueden comprar libremente en las farmacias.
El consumo continuado, por ejemplo, de los sobres naranjas más famosos contra los catarros pueden provocar a medio y largo plazo lesiones y problemas patológicos subclínicos y alteraciones gástricas o hepáticas, amén de dependencia a sus compuestos. Tienen codeína (un tipo de morfina catalogada como narcótico) y cafeína. Sustancias que por sí solas pueden hacer mucho daño si no controlamos sus dosis.
Pero todo parece más legal y benigno si lo compramos envasado y lo anuncian por la televisión.
Lo que parece solo un problema ajeno por sentido común, eso del “a mí no me pasa” o “yo controlo porque tengo información“ se convierte en un “no lo sabía” o un ”no lo dicen en el anuncio de la tele” cuando hablamos de la interacción de lo que tomamos con otros fármacos.
Esos mismos sobres antigripales provocan la ineficacia de otros medicamentos, como por ejemplo los antidiabéticos orales, desencadenando crisis glucémicas en ancianos o enfermos, por no hablar de las cefaleas, vértigos, dificultades auditivas, confusión mental, somnolencia...
Otro ejemplo clásico: un niño diagnosticado con asma es tratado por sus padres con broncodilatadores cada vez que le falta el aire. Si el niño contrae por su cuenta una neumonía no asociada a su enfermedad manifestará también problemas respiratorios similares que empeorarán con el broncodilatador típico para asmáticos.
En Brasil el problema de la automedicación es muy grave: mata a más de 20.000 personas al año y es la causa principal de muerte por intoxicación en el país, por delante de las producidas por consumo de venenos, pesticidas y alimentos en mal estado. Así lo relata la Asociación Brasileña de la Industria Farmacéutica (ABIFARMA).
El problema va en aumento proporcionalmente a los recursos o nivel de pobreza y educación del país a analizar. En Nigeria, por ejemplo, un reciente estudio comprobó que el 41% de las mujeres embarazadas se automedicaban con drogas o hierbas de dudosa procedencia al menor síntoma de fiebre o dolor durante su estado.
El mismo estudio comprobó cómo el porcentaje de mujeres embarazadas que habían tomado analgésicos o antibióticos era menor entre aquellas que habían recibido educación en comparación con los que tienen poca o ninguna educación. Sin embargo, el nivel de educación no tiene ningún impacto estadístico en el uso de hierbas nativas de chamanes o hechiceros. La tradición es demasiado fuerte.
España, a la cabeza de Europa
España está a la cabeza de Europa en la automedicación con antibióticos. Como consecuencia, un tercio de las cepas del responsables de la aparición de neumonías, el Streptococo pneumoniae, son resistentes ya a la penicilina en nuestro país. El porcentaje sube hasta el 60% en otras bacterias responsables de infecciones en vías urinarias.
Este problema está ocasionando problemas gravísimos con resistencias bacterianas en pacientes hospitalizados, por ejemplo. En otros países en mal es endémico. Solo en la India 58.000 bebés fallecieron en 2013 a causa de infecciones que no reaccionan con los antibióticos que tenemos hoy debido a su ingesta incontrolada. El gran invento del milenio podría tener un futuro incierto por culpa de nuestra ineptitud a la hora de consumirlo.
¿Pero cómo es posible la automedicación en España de un producto que supuestamente necesita receta? La respuesta es doblemente sencilla: la dosificación y el control son deficientes. La prescripción de la mayoría de los antibióticos de uso común se hace por cajas, no por pastillas, lo que genera siempre un excedente que se reutiliza erróneamente como despensa boticaria.
Desde fábrica y por motivos económicos, dos tercios de las cajas de medicinas llevan más pastillas de las necesarias. En una familia numerosa, por ejemplo, basta una temporada de anginas o faringitis para tener la dosificación suficiente para dos nuevos tratamientos antibióticos sin prescripción.
Por otra parte la venta, el acceso y el control de recetas de antibióticos genéricos como la amoxicilina (sobre todo las de clínicas privadas que carecen de un estándar normalizado) es bastante laxo por parte del farmacéutico, a pesar de que la norma exija lo contrario.
Según un estudio del Ministerio de Sanidad un 33% de los ingresos en hospitales públicos se deben al mal uso de los fármacos, y no solo a los antibióticos. El mal uso de estos favorecen los fracasos terapéuticos o el enmascaramiento.
Los problemas de los medicamentos comunes
El gasto humano y sanitario que esta conducta provoca es incalculable y solo combatible desde la educación sanitaria. Y esta brutal estadística ha empeorado con la crisis: vamos menos al médico y buscamos soluciones en la experiencia propia o de amigos y familiares.
El 23.7% de los españoles que consumen analgésicos para el dolor lo hace de forma automedicada y sin receta. Nolotil, ibuprofeno, paracetamol... son recursos de fácil acceso pero tienen sus peligros. Tras la interacción, la dependencia es el mayor problema de una automedicación mal entendida.
Y es que la automedicación en sí misma no es una práctica a erradicar, es más, la propia OMS la recomienda de manera responsable y coordinada con el médico de cabecera, ya que libera de una carga de recursos importante a la sanidad y genera una lucha social contra problemas banales de salud de forma autónoma que evita el colapso y la sobreexplotación de recursos comunes.
El problema, como todo, es convertir los problemas médicos en un mero pasatiempo. Hay que leer los prospectos.