Astronomía, divulgación, descubrimientos, ecología, innovación...
Trasplantes y fármacos eficaces se mezclan con pseudoterapias
Un estudio publicado en la revista JAMA Facial Plast Surgery en 2016 sugería lo que para muchos es una verdad absoluta: que los hombres resultan más atractivos (y parecen más jóvenes) con pelo. Si sumamos a esto que la alopecia androgenética, la forma más común de calvicie, afecta a casi la mitad de los varones y hasta al 10% de las mujeres, resulta fácil de entender la miríada de remedios, con y sin evidencia científica, que encontramos hoy en día.
Antes de solucionar un problema hay que confirmar que existe. ¿Me estoy quedando calvo? El cabello está hecho de queratina, como las uñas y, al igual que estas, se regenera. “Es normal que se caiga algo, al día perdemos unos cien pelos”, explica a Sinc el dermatólogo y tricólogo del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid Sergio Vañó. Tampoco es motivo de preocupación si esta media aumenta, pues varía en función del estrés y la época del año.
Cuando la piel del cuero cabelludo comienza a verse y la densidad capilar disminuye, es hora de tomar cartas en el asunto. “Si el paciente clarea suele ser porque el pelo que nace es muy fino. Entonces hay que ir al médico”, recomienda Vañó, que recuerda que es en la consulta del dermatólogo, y no en la peluquería, donde debemos buscar ayuda.
La alopecia androgenética es causada por la acción de las hormonas masculinas, pero afecta a hombres y mujeres jóvenes a cualquier edad tras la adolescencia, aunque en ellas es más común que empiece tras la menopausia. La estrategia para combatirla varía con cada paciente. El director del Instituto de Dermatología Integral de Madrid, Miguel Sánchez, advierte de que “si se pierde tiempo es un territorio que no se recupera fácilmente”.
Hormonas, estrés, alimentación, enfermedades, medicación, vitaminas, minerales… Sánchez explica que en el pelo “influyen muchos factores que hacen que la alopecia avance más rápido”. Por eso el primer paso es un diagnóstico, con una valoración global de posibles carencias y un análisis local del cabello para comprobar su grosor, densidad y presencia de cabellos miniaturizados.
Los pelos miniaturizados resultan fundamentales para determinar si funcionará un tratamiento con fármacos: “Son pelos viables y vivos, que vuelven a salir aunque sean cada vez más pequeños y finos”, aclara Sánchez. “Con tratamientos largos se puede revertir y hacer que mejore su densidad”, pero si hay calvas, “zonas con folículos atrofiados”, el trasplante es la única opción.
Entre estos dos extremos hay un amplio abanico de opciones. Por eso hemos ordenado los tratamientos de más a menos eficaces, desde los dos grupos de fármacos principales a los timos, pasando por terapias más recientes pero con menos evidencia científica.
El finasteride y el dutasteride —este último más potente y reservado a casos difíciles— son los fármacos más populares contra la calvicie. En 2017 el finasteride fue noticia porque según el médico de Donald Trump, a él le debe su ‘pelazo’. “Bloquean una enzima que hace que la hormona testosterona se transforme en otro metabolito que activa la calvicie”, resume Sánchez.
Este fármaco se usa por vía oral y tiene unos efectos secundarios muy temidos por los pacientes. “Entre un 0,5 y un 1,5% sufre disminución del apetito sexual y trastornos de la erección y la eyaculación. Asusta mucho a la gente por si toca, pero estadísticamente es infrecuente y es reversible, por lo que si pasa algo se suspende el tratamiento y se recupera”.
Vañó explica el origen del miedo a un medicamento que en EEUU cuenta con asociaciones de afectados: “Se descubrió que servía para la alopecia tras su uso en pacientes mayores con problemas de próstata, por lo que al principio muchos de los problemas no eran por la pastilla sino por la edad. Cuando lo empezó a tomar gente joven sin información leía el prospecto, se asustaba y por efecto nocebo sufría un ‘gatillazo’”.
“Hay una cruzada contra estos fármacos sin base científica porque se han hecho estudios médicos con miles de pacientes. Un chico joven, lo tome o no, tiene el mismo riesgo de sufrir una disfunción eréctil transitoria: un 2%. Tiene un perfil de seguridad excelente”, comenta Vañó.
Sánchez añade que, aunque algún estudio ha analizado si existe algún caso irreversible, “es en gente de más edad o jóvenes con problemas prostáticos o psicológicos”. También se investiga si el finasteride podría inyectarse un par de veces al mes, en lugar de ingerirse, para evitar el temido gatillazo.
Este fármaco se utilizaba para tratar la hipertensión hasta que se vio que también inducía el crecimiento de los cabellos, al alargar sus ciclos y grosor. “El problema es que por vía oral produce alteraciones en la tensión, por eso se usa en forma de lociones”, dice Sánchez.
El dermatólogo explica que hoy se investiga para ver si dosis orales muy pequeñas afectarían al pelo sin afectar a la tensión, un sistema que “todavía no está disponible”. Una alternativa que sí se utiliza hoy en día son las inyecciones: “Se inyecta el minoxidil periódicamente para que vaya al folículo con agujas muy pequeñas que no molestan”.
Estas pequeñas inyecciones, similares a las usadas en estética para administrar colágeno, solucionan el mayor inconveniente de este fármaco: su incomodidad. “Es una loción que hay que poner dos veces al día y se absorbe en muy pequeña cantidad, por lo que en pacientes que necesitan dosis más grandes o más veces al día usamos esta técnica como complemento”, añade Sánchez.
Existe un tercer método para luchar contra la calvicie de forma efectiva: el trasplante. La técnica FUE (‘Follicular Unit Extraction’) encabeza los avances que ha visto la cirugía capilar en los últimos años. Sánchez resume el proceso: “Es muy poco invasiva, consiste en extraer pelo a pelo microinjertos de una zona que no tiene la enfermedad, como la nuca, y con anestesia local se implanta”. La operación es tan laboriosa que hoy se valora el uso de robots como ayudantes.
El rechazo es inexistente al tratarse de células propias y solo es necesaria una intervención, pero los expertos consultados por Sinc advierten: “El pelo que se injerta no tiene la enfermedad y se mantiene, pero si no controlas el propio el que te queda continúa desapareciendo y en unos años el balance es negativo”, dice Sánchez.
La solución es sencilla: o bien esperar a que el pelo propio se estabilice, o bien tratarlo con alguno de los fármacos mencionados en este artículo. “A muchos pacientes jóvenes les ‘venden’ el implante pero por dejadez o falta de tiempo no hacen el tratamiento y siguen perdiendo pelo aunque el implante esté bien hecho”, comenta Sánchez. “En ese caso es pan para hoy y hambre para mañana”.
Vañó matiza que “no todos los pacientes son susceptibles de trasplante”, ya sea por la “mala materia prima del donante” o porque “el patrón de alopecia no es adecuado”. Si se lleva a cabo, en estos casos “no va a quedar tan bien como a otros”.
El trasplante de pelo se ha asociado en los últimos años a Turquía, donde el Gobierno intentó fomentar el turismo médico con precios más asequibles que los del resto de Europa. Sánchez confiesa que se le “ponen los pelos de punta” al ver imágenes de lo que parece un “hospital de guerra”, con “salas enormes donde pacientes tumbados en colchonetas en el suelo son atendidos de diez en diez por técnicos supervisados por un único médico”.
“Ahora nos llegan pacientes con infecciones raras y complicaciones que antes no veíamos”, añade Sánchez. Vañó habla de precios: “Allí un sitio bueno son 6.000 euros y uno dudoso, 3.000; en España son entre 6.000 y 12.000 euros porque es una intervención de ocho horas que requiere seis personas”.
Los remedios nombrados hasta este punto son los más utilizados por sus resultados, pero en los últimos años se han utilizado otros tratamientos novedosos sin todavía demasiadas evidencias científicas.
Sánchez los define como “alternativas” para pacientes a los que no dan resultado los tratamientos convencionales, aunque no siempre funcionan: “Cuando haya más datos, algunos irán a más y otros desaparecerán”.
Vañó añade que algunos están de moda “porque son caros, se hacen de forma privada y a la clínica le interesa potenciarlos porque fidelizan al paciente” y no los considera como “ideales” aunque algún paciente sí pueda beneficiarse de ellos.
Una de estas alternativas es el plasma rico en plaquetas. Sánchez explica su base científica: “Se extrae de la sangre del paciente, se procesa para concentrar los factores de crecimiento y se inyecta en el cuero cabelludo”. Según el médico, aunque no siempre da resultado y todavía se discute su utilidad, algunos profesionales ya lo emplean.
La inyección de células madre es una alternativa con “todavía menos experiencia”, en palabras de Vañó. Consiste en extraer tejido de una zona no afectada, como la nuca, para inyectar las células madre. Otra opción son los tratamientos con láseres, de los que Sánchez avisa que poco se sabe: “Parece que ayudan a estabilizar si se usan de forma continuada, pero es pesado porque hay que hacerlo tres veces por semana”.
El crecepelo del profesor Bacterio no existe, que le pregunten a Mortadelo. Vañó enumera la larga lista de soluciones milagrosas que ni frenan la alopecia ni mejoran la densidad capilar: “Las vitaminas tienen un efecto cosmético pero no médico. El champú anticaída no existe porque es un producto que te limpia el cuero cabelludo y el pelo pero no penetra hasta la raíz, que está a 3 milímetros bajo la piel”.
Carboxiterapia, ozonoterapia, masajes, bótox capilar, levadura de cerveza… El médico lamenta que muchos pacientes se gasten 20.000 euros en tratamientos “con mucho márketing pero sin evidencia lógica ni científica”.
La alopecia androgénica es de origen genético y, por lo tanto, no tiene cura. “En cuanto comiences a generar testosterona durante la adolescencia se activará el proceso”, explica Sánchez. “Es como la diabetes, la hipercolesterolemia familiar o la hipertensión arterial esencial: mientras no podamos modificar los genes implicados, el tratamiento solo frena el problema”.
Esto quiere decir que los fármacos mencionados en este texto deben ser tomados de por vida o, como dice Sánchez, “mientras al paciente le preocupe”. Lo importante, según Vañó, es que si se trata se haga “cuanto más mejor” y asegura que se pierde “un 50% de lo ganado” tras dejar de tomarlos. “No sirve de nada hacerlo tres meses, mínimo un par de años”, y añade que “mucha gente comienza a usar el minoxidil, que no se nota hasta los seis meses y lo deja al cabo de un par porque cree que no le sirve”.
“Me gusta insistir en que es un tema estético que no afecta a la salud. Se puede hacer un tratamiento conservador o no hacerlo. Hay quien tiene asumido que se va a quedar calvo como su padre, aunque en mujeres sea más difícil de aceptar”, termina Sánchez. Quizá la clave sea aceptarse a uno mismo con humor, como reza una frase atribuida al filósofo romano Séneca: “Yo no me considero calvo, solamente soy más alto que mi pelo”.