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POR VERE INTERNACIA SCIENCO…

Cien años de la muerte del padre del Esperanto: cuando la ciencia estuvo a punto de traducirse

La ciencia es sobre todo conversación, por eso resulta triste que hoy en día una gran parte de nuestros esfuerzos científicos se pierdan por el idioma en el que se publican. Es algo a lo que estamos resignados... pero no siempre fue así.

Conferencia Internacional de EsperantoAgencias

Hay pocas actividades humanas donde el intercambio de ideas sea mayor que en la ciencia. No es que sea algo necesario, es que además es algo natural: mete a dos científicos en una sala e inevitablemente se pondrán a compartir ideas, resultados y proyectos de futuro.

Está, por decirlo de alguna manera, en el ADN de la ciencia. No se explica de otra forma el intenso intercambio intelectual que ha existido a lo largo de la historia sin importar países, religiones o lenguajes.

Sin embargo, o por eso mismo, la incomunicación científica no sólo es un problema serio, sino que es un problema triste. Hoy por hoy, mientras hablamos, miles de 'papers' publicados en decenas de idiomas se deslizan lentamente a la irrelevancia más absoluta: muchos papers no son citados nunca, porque si hablamos de estudios publicados en una lengua distinta al inglés la cosa se complica, y mucho.

En algunos casos la propia política editorial es la responsable de esto: es una práctica habitual que los trabajos en lenguas 'exóticas' (es decir, distintas del inglés) se retiren de la bibliografía por ser consideradas referencias poco accesibles. De esta forma, estamos desperdiciando miles de mentes geniales porque no podemos escucharlos. Y lo peor es que estamos resignados a que esto es así, que 'es lo que toca'.

Pero no siempre existió esta resignación.

Entre 1909 y 1910 la revista 'Science' recogió un debate muy apasionado sobre si la ciencia debía abrazar el esperanto. Ahora que se cumplen 100 años de la muerte de su creador es buen momento para recordar el idioma artificial más popular del mundo.

En el debate, se reunieron J. D. Hailman por el bando del esperantismo científico y JB Tingle por el bando contrario. Los argumentos del primero eran claros: en un mundo aún no tan anglificado como hoy la idea de usar el esperanto abría un mundo de oportunidades a los intercambios científicos. De hecho, la primera carta que aparece en 'Science' está vinculada con la posibilidad de que el esperanto se volviera la 'lingua franca' de los congresos científicos. De hecho, llegó a proponer un congreso verdaderamente internacional

Sello de esperanto | Agencias

Pero no sólo nos iba a permitir comunicarnos más fácilmente, sino que iba a resolver buena parte de los problemas terminológica que se arrastraban. Por ejemplo, durante más de cien años hemos arrastrado una mala traducción de los reflejos condicionales/condicionados (en ruso ambas palabras son idénticas) de Pavlov que ha influido en el desarrollo de la psicología y en cómo entendíamos el concepto en cuestión. Es decir, el esperanto nos iba a ayudar a pensar mejor.

La respuesta de Tingle no fue menos clara: abrazar el esperanto sólo iba a servir para crear un problema más. Él reconocía que en 1910, para conocer bien el campo de la química, uno tenía que ser capaz de leer en inglés, francés y alemán. Pero que, si “a partir de enero tuviéramos que empezar a usar obligatoriamente el esperanto, los físicos tendrían que saber cuatro idiomas en lugar de uno sólo”. Seamos sinceros, venía a decirnos Tingle, no conseguirían que todo el mundo lo usara, no conseguiríamos traducir toda la ciencia actual a ese idioma nuevo y, por lo tanto, sólo se iba a añadir un idioma más al marasmo que tenían.

Hoy sabemos que no es así. Es decir, que vaya si se puede hacer que el grueso de la comunidad científica use (casi) un solo idioma... pero en aquella época ganó el pesimismo. El debate se volvió popular durante un par de años y hubo algún intento de ponerlo el marcha (aún hoy sigue habiéndolos), pero quedó en nada. La historia la sabemos: tras la Segunda Guerra Mundial el inglés asumió su papel como lengua reina en el mundo (también el científico).

Aquellos locos esperantistas que soñaban un mundo sin barreras también soñaron una ciencia sin barreras, un futuro en el que esa larguísima conversación que es el conocimiento científico fuera de igual a igual. Y quién sabe cómo sería la ciencia así...

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