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ERROR COGNITIVO MUY COMÚN
En las casas de familia numerosa resulta habitual escuchar a las madres decir un nombre tras otro hasta acertar con el de la persona a la que realmente se están refiriendo: “Juan, Pepe, Carlos, digo… María, ¡vamos a comer!”.
Quizá cansados de que sus propias progenitoras les llamaran de mil maneras diferentes, un equipo de investigadores daneses y británicos ha analizado las causas de este fenómeno, entre divertido y desesperante, causado por una confusión cognitiva. Primera cosa importante: no es sólo cosa de las madres.
Según sus conclusiones, publicadas recientemente en ‘Memory and cognition’, estos errores tan comunes no se deben al azar, aunque tampoco al parecido físico. Es decir, si un día te equivocas y utilizas el nombre de tu perro para dirigirte a tu hermano, no creas que el enredo se debe a que tu cerebro ha encontrado algún rasgo físico en común entre ambos.
No obstante, hay una circunstancia que sí resulta imprescindible: la confusión solo se da cuando nos dirigimos a personas allegadas, ya sean de la familia, amigos cercanos o nuestro can. Su ocurrencia dice mucho sobre el carácter social del ser humano y revela pistas sobre “quién consideramos que está en nuestro grupo”, señala David Ruben, coautor del estudio y neurocientífico en la Universidad de Duke.
Ruben y sus colegas han analizado los datos de cinco sondeos diferentes en los que participaron 1.700 individuos que admitieron haberse confundido ellos mismos o haber sufrido el error por parte de otro. Todos aseguraban que la persona que les había llamado por un nombre ajeno o a quien ellos se habían dirigido con otro apelativo era alguien conocido.
Los investigadores encontraron además que los nombres incorrectos provienen del mismo grupo social. Tu madre puede confundirte verbalmente con tu hermano, pero no con la vecina. Y lo mismo ocurre entre amigos que se equivocan nombrando a otro miembro del círculo de amistad.
Otro factor que influye en el lío es la similitud fonética de los apelativos: si suenan parecido es más probable que uno se sustituya inconscientemente por otro. Sin embargo, como han comprobado estos científicos, que dos personas se parezcan físicamente no tiene ningún efecto en este tipo de error cognitivo.
Según los datos del estudio, la edad no aumenta la tendencia a equivocarnos. En el trabajo participaron tanto estudiantes como gente más mayor, y las confusiones nominales se daban con la misma frecuencia.
Y el fenómeno tampoco está restringido a los humanos, porque los nombres de mascotas también estaban incluidos en las encuestas. En 42 ocasiones, algún participante admitió que lo habían llamado como a su mascota o que él mismo utilizó el nombre de un animal de compañía para referirse a una persona.
Eso sí, los canes aparecían más a menudo en las contestaciones de los voluntarios que los gatos. “Los perros responden más a sus nombres que los felinos, quizá por eso estén más integrados en el concepto que las personas tienen de familia”, asegura al respecto Samantha Deffler, coautora del trabajo.
Lo que queda claro es que, por mucho que se le achaque a las madres, confundir un nombre con otro no es una tendencia que se adquiera con los años, ni con el sexo: nos pasa a todo el mundo, así que no te lo tomes a mal. Al fin y al cabo, en el fondo sabemos cuándo se están refiriendo a nosotros, incluso si utilizan otro apelativo.