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UN MITO EXTENDIDO

Los científicos insisten: no hace falta beber ocho vasos de agua al día

Un nuevo estudio indica que la cantidad de agua que necesita cada individuo varía en función de su organismo, estando muchas veces por debajo de los ocho vasos de agua al día que una parte de la población todavía cree que hay que consumir.

Un vaso con aguaPixabay

Uno de los mitos más extendidos durante años en relación a la salud ha sido el de la falsa necesidad de beber ocho vasos de agua al día. Aunque los expertos ya se han pronunciado en numerosas ocasiones para explicar que no hay evidencias científicas que respalden esta afirmación, una parte de la sociedad sigue convencida de que ingerir dicha cantidad de agua es una de las claves para estar sano.

Ahora, un nuevo estudio realizado por varios centros y liderado por la Universidad de Monash en Australia vuelve a recordar lo falso de esta creencia: no necesitamos ocho vasos de agua al día como norma general. De hecho, para descubrir cuánta agua debemos beber, los científicos sugieren algo muy simple, que no es otra cosa que escuchar a nuestro propio cuerpo. Según su investigación, publicada en la revista ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’,el mecanismo que regula nuestra sed debería ser suficiente indicación para hidratarnos cuando sea conveniente.

El equipo de investigadores argumenta que este mecanismo natural es lo bastante sofisticado como para que escuchemos a nuestro cuerpo y bebamos sólo cuando este nos demande líquido. De hecho, su análisis muestra que cuando la gente no necesita beber más agua, el cuerpo hace que tragar comience a hacerse más complicado. Este estudio se convierte así en el primero que apunta a la existencia de un mecanismo extra que nos ayuda a no sobrehidratarnos – algo peligroso ya que puede llevarnos a una intoxicación por agua, también conocida hiperhidratación-.

"Si hacemos lo que nos pide nuestro cuerpo, probablemente acertaremos”, remarca Michael Farrell, investigador de la Universidad de Monash y coautor del estudio. Aunque el estudio tiene sus limitaciones –la muestra no es extensa y la sensación de que era más difícil tragar era una percepción de los propios participantes– es un primer paso positivo hacia el entendimiento de cómo actúa nuestro cuerpo respecto a la ingesta de líquidos, desmontando así falsos mitos aún extendidos.

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