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PURO AMOR A LA CIENCIA
En ciertas ocasiones, para poder llevar a cabo una investigación, algunos científicos se ven en la necesidad de tener que auto-experimentar con ello mismos y comprobar cuál será el resultado.
En cierta ocasión la famosa primatóloga Jane Goodall, ferviente defensora de la causa animal, dijo: "Quien encuentre una alternativa al uso de animales para la investigación científica optará a un Premio Nobel". Y es que la utilización de animales en la experimentación científica es uno de los debates que más controversia genera y que tiene dividida a la sociedad.
Cada vez son más los que se posicionan al lado de acabar con la misma y buscar alternativas, mientras que desde el otro lado se defiende la utilización animal debido a los grandes logros y avances que se consiguen –sobre todo en medicina- gracias a ello.
Pero en la historia de la ciencia podemos encontrar con unos cuantos casos en los que algunos científicos, en lugar de utilizar animales en sus experimentos, fueron ellos mismos sus propios conejillos de indias –ya sea porque no disponían de acceso a animales o simplemente porque querían demostrar la efectividad de su descubrimiento-, dándose los más curiosos resultados.
Es el caso del joven médico alemán Werner Forssmann el hecho de auto-experimentar consigo mismo le costó el despido del hospital donde trabajaba pero, 27 años después, le reportó galardonado con un Premio Nobel.
Su historia comienza cuando, recién terminados sus estudios en 1929 y con 25 años, Forssmann entró a trabajar en la unidad de cardiología del hospital de Eberswalde, donde basándose en investigaciones realizadas medio siglo antes con caballos, quiso desarrollar una técnica de cateterización del corazón en seres humanos, por lo que solicitó permiso para hacer pruebas con pacientes con problemas cardiacos.
Una cánula de 65 centímetros
Le fue denegado el permiso y, sin autorización de sus superiores –pero con la inestimable colaboración de la enfermera Gerda Ditzen-, se anestesió el brazo e introdujo una cánula urinaria de 65 centímetros por la vena de su antebrazo. Acto seguido se dirigió hasta la unidad de Rayos X para hacerse una radiografía del tórax y comprobar que el catéter había llegado hasta la aurícula derecha del corazón.
Aunque fue elogiado por parte del departamento médico al que pertenecía, la insubordinación le costó su puesto de trabajo. Después llegaron los años del Tercer Reich en los que no le tocó más remedio que colaborar con el nazismo y ser encarcelado por los Aliados durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial.
Sus estudios sobre el cateterismo habían quedado en el olvido dadas las circunstancias, hasta que llegó a manos de los fisiólogos André Frédéric Cournand y Dickinson W. Richards –francés y estadounidense respectivamente-, quienes se encontraban investigando sobre el tema y perfeccionaron la técnica y por el que se les concedió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1956, el cual quisieron compartir con Werner Forssmann.
El anciano vigoroso
Otro curioso caso de auto-experimentación es la que realizó el neurólogo Charles-Édouard Brown-Séquard, una eminencia médica de la segunda mitad del siglo XIX, a quien se le deber ser el primero en describir un curioso síndrome neurológico que lleva su nombre. Pero los experimentos que realizó consigo mismo nada tienen que ver con el campo de la neurología, sino con el de la ‘eterna juventud’: resulta que el doctor Brown-Séquard estaba convencido de haber descubierto el secreto de cómo mantenerse eternamente joven y tener una vigorosidad impropia de un hombre de su edad –ya había cumplido los 70 años-.
Así, creó lo que bautizaría como ‘elixir de vida’ y que se trataba de un fluido a base de testículos de cobayas y perros que era inyectado y con el que garantizaba el rejuvenecimiento e incluso la inmortalidad. Él mismo se lo inyectaba y presumía de tener la robustez y el vigor de un hombre joven. Fue duramente criticado por un gran número de compañeros de profesión, quienes veían que la carrera llena de éxitos médicos de Brown-Séquard se iba al traste por culpa de esa superchería, indicando además que las supuestas propiedades de dicho elixir eran puro placebo.
El caso de Albert Hofmann también tiene su peculiaridad, ya que inicialmente experimentó consigo mismo, pero inicialmente de forma casual. Este químico de origen suizo tiene el privilegio de haber sido el primero de haber sintetizado la ‘dietilamida de ácido lisérgico’, droga semisintética conocida comúnmente como LSD.
Tal y como explicó Hofmann en múltiples ocasiones, parece ser que el 16 de abril de 1943 se encontraba trabajando en el laboratorio cuando, de forma accidental, absorbió de la punta de sus dedos parte del LSD que estaba cristalizando. Al llegar a su casa y a lo largo de las siguientes dos horas experimentó una serie de sensaciones agradables que lo sumieron en un viaje psicodélico e indescriptible.
Tres días después, quiso dar un paso más allá en su investigación y, en vista a lo que había experimentado gracias a una ínfima cantidad de LSD, esa vez quería hacerlo con 0,25 miligramos de la droga. Tras la ingesta pidió ser acompañado hasta su casa por su ayudante, con tal de evitar sufrir cualquier accidente imprevisto, debido a que dicho traslado lo realizaba en bicicleta.
Ese día, 19 de abril, Hofmann experimentó un alucinante viaje en el que los rostros de las personas con las que se cruzaba se modificaban, el suelo se movía y todo lo que le rodeaba se convirtió en llamativos colores –como si estuviera mirando por un calidoscopio-. Cabe destacar que, desde 1985, cada 19 de abril se celebra el Día de la Bicicleta en conmemoración al alucinante viaje que realizó Albert Hofmann en 1943 a bordo de la suya.
Pero Hofmann no ha sido el único científico que ha auto-experimentado con drogas. Tiempo atrás Sergio Parra explicaba cómo Alexander Shulgin también lo hizo y además utilizó a su propia esposa como ‘conejillo de Indias.