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El cerebro 'escucha' al corazón

Cómo el corazón influye en nuestras percepciones y miedos

Órganos como el corazón y el intestino intercambian información con el cerebro e influyen en la forma en que interaccionamos con nuestro entorno y experimentamos ciertas emociones.

StockSnap/Pixabay Los movimientos de contracción cardiaca influyen en la percepción del dolor

Se suele considerar al cerebro como el mandamás de organismo: orquesta nuestros movimientos, pensamientos y emociones. Sin embargo, el capitán del barco está integrado en un cuerpo con el que intercambia constantemente información para que todo funcione perfectamente. Y esta circula en ambas direcciones.

Órganos como el estómago, el intestino y la piel albergan receptores que envían señales de hambre, saciedad o frío, entre otras. Pero indicarnos cuándo necesitamos comer o abrigarnos no es su único papel. La información que mandan al cerebro influye profundamente en la forma en que percibimos e interaccionamos con nuestro entorno y las emociones que experimentamos.

El corazón es un componente especialmente importante en este intrincado sistema de comunicación corporal. Sus latidos no solo están relacionados con el bombeo de sangre al resto del organismo, sino que también intervienen en emociones como el miedo y sensaciones como el dolor.

Cuando el cerebro 'escucha' al corazón

Ya en los años 30 se encontraron las primeras evidencias de que sentimos menos dolor y nuestros reflejos se relajan durante los movimientos de contracción del corazón (o sístole), encargado de expulsar la sangre de sus cavidades hacia el resto del organismo.

Cuando este potente músculo se contrae, ciertos sensores envían señales sobre su actividad al cerebro. Al recibirlas, este inhibe la recepción de otro tipo de estímulos externos para prestar toda la atención al interior del cuerpo.

Distintos estudios han demostrado que las personas llegan incluso a olvidar más fácilmente las palabras que leen o escuchan durante la sístole y que perciben con menor intensidad pulsos eléctricos en sus dedos cuando se aplican cuando el corazón se contrae.

El cerebro y el corazón intercambian continuamente información | Mohamed hassan/Pixabay

La respuesta cardíaca ante el miedo

Si bien algunas sensaciones son inhibidas durante este movimiento de contracción del corazón, otras, como el miedo o los estímulos relacionados con una amenaza, no lo son. Más bien al contrario: durante la sístole, se activa la amígdala, un área cerebral implicada en los sentimientos de temor.

Las investigaciones de la neurocientífica Sarah Garfinkel y sus colegas de la Facultad de Medicina de Brighton y Sussex (Reino Unido) han demostrado que percibimos las caras amenazantes más intensamente cuando el corazón se contrae.

Todo indica que se trata de una respuesta adaptativa al gran número de sístoles que el temor nos provoca. En una situación de riesgo, cuando el corazón late muy rápido, el cerebro necesita estar atento a cualquier amenaza que pueda venir del entorno.

El corazón en la ansiedad y el enfado

Los latidos del corazón también influyen en otras respuestas más allá del miedo. Por ejemplo, los autores de un estudio publicado en marzo hallaron que durante la sístole tenemos más movimientos oculares rápidos, mientras que en la diástole los ojos tienden a estar fijos. Esto permite que analicemos el entorno cuando nuestro cuerpo está más calmado.

Además, las contracciones cardíacas están relacionadas con el procesamiento del miedo en personas que experimentan ansiedad. Este descubrimiento podría ayudar en la mejora de las terapias para ciertas fobias y estrés postraumático. Al presentar los estímulos atemorizantes durante la sístole a los pacientes, podría cambiarse la percepción de amenaza y reducir o eliminar la ansiedad.

A finales del siglo XIX, el psicólogo estadounidense William James y el médico danés Carl Lange coincidieron al defender que los estados emocionales son el resultado de la percepción del cerebro de ciertos cambios en el cuerpo provocados a su vez por estímulos externos.

Desde entonces, muchos investigadores han encontrado diferentes ejemplos de este vínculo entre respuestas fisiológicas y emocionales. Además de la actividad cardíaca, el ritmo de la respiración o la digestión pueden influir en nuestras sensaciones y, por ende, en nuestro comportamiento.

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