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NO TENEMOS IDEA DE CÓMO FUNCIONA

La conciencia, el mayor misterio de nuestro cerebro

El cerebro es un enigma. Aunque en las últimas décadas la neurociencia ha avanzado enormemente, seguimos sin tener ni idea de cómo funciona eso que llamamos conciencia.

Barack Obama se mira frente al espejo Wikimedia

“El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo. El mundo es mi idea. Soy el mundo”. Eso lo escribió Paul Auster y ejemplifica uno de los mayores retos de la neurociencia: la comprensión de la conciencia.

Esa palabra, "conciencia", engloba una multiplicidad de conceptos. Es, como escribió Auster, nuestra idea del mundo y de nosotros mismos.  La conciencia es la base, el pilar de nuestro raciocinio.

¿Pero donde está la conciencia? ¿Cómo funciona? ¿Es un atributo exclusivamente humano?

Ninguna de esas preguntas tiene respuesta por el momento. Sí sabemos, por vía experimental, que algunos animales se reconocen en el espejo. Esta sencilla prueba (que cualquier que tenga mascotas habrá hecho en su casa)  fue desarrollada en 1970 por el psicólogo estadounidense Gordon Gallup.

Más recientemente, hace tres años, un fotógrafo francés llamado Xavier Hubert-Brierre colocó un espejo en la selva de Gabón y grabó en video las reacciones de algunos animales. El resultado puede verse en YouTube.

De todos los animales enfrentados a este test solo nueve lo han superado más allá de la duda razonable: los orangutanes, los gorilas, los chimpancés, los macacos Rhesus, los monos capuchinos, los elefantes, los delfines oceánicos, las urracas y nosotros, los humanos.

¿Pero quiere esto decir que todos esos animales tienen lo que llamamos conciencia? No lo sabemos. De hecho, no sabemos gran cosa al respecto.

Algunos científicos sostienen que la conciencia está relacionada con la relación que distintas partes del cerebro establecen entre sí. Es decir, que la conciencia no “está” en ninguna parte. Es más: la conciencia no sería nada propiamente dicho.

Según esta teoría eso que llamamos conciencia sería la unión de una serie de procesos distintos, cada uno de los cuales se produciría de una manera distinta, en una zona distinta. Así, el reconocimiento de nosotros mismos en el espejo podría ser un fragmento del, digamos, paquete de la conciencia, pero no la conciencia en sí misma.

Esto supondría que un animal puede reconocerse en el espejo (es decir, que es consciente de su propia existencia), pero carecer de capacidad para el pensamiento abstracto. Y también lo contrario.

Claro que no todo el mundo está de acuerdo con eso.

A principio de los '90, el filósofo y científico cognitivo Daniel Dennett recuperó una de las teorías fundamentales de René Descartes: el dualismo entre cuerpo y alma. Descartes sostenía que el alma era el motor de nuestro pensamiento y conciencia, y que los animales carecían de ella (de ahí que fuese irracionales). Dennett tomó esa teoría y la adaptó al siglo XX con el concepto de “teatro cartesiano”.

Según este modelo, la información recogida por nuestros sentidos acaba en un mismo punto de nuestro cerebro, que Dennett imaginó como un cine. Nosotros (nuestro yo) recibimos todos esos estímulos, los analizamos y actuamos en consecuencia, dando órdenes a los diferente órganos de nuestro cuerpo. La conciencia, de este modo, estaría centralizada en un solo punto, en ese “yo” que procesa y decide.

Hoy por hoy, solo una cosa es segura: en las próximas décadas viviremos una revolución en el campo de la neurociencia. Y quizá, algún día, consigamos entender qué es eso a lo que cariñosamente llamamos “yo”.