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MUY AGRADECIDOS CON ESTAS OLAS DE CALOR
Históricamente las plegarias de agradecimiento por las impagables noches de verano con fresco artificial deben estar dirigidas al norteamericano Willis Haviland Carrier, que introdujo el primer aire acondicionado en una casa de Minneapolis en 1914. Estas credenciales honoríficas se deben a que Willis desarrolló el aire acondicionado tal como lo conocemos hoy: un sistema de refrigeración por intercambio de temperatura de un gas sometido a presión.
Sin embargo, el aire acondicionado sin las connotaciones actuales existe desde mucho antes. Cuenta la leyenda que los egipcios ya refrigeraban los templos de su faraón de la manera más grotesca y basta posible: desmantelando diariamente las grandes piedras que cerraban las paredes del palacio real y dejándolas a la intemperie del desierto nocturno para que se enfriaran. Su gran inercia térmica hacía el resto una vez colocadas en su sitio. Todo a costa del sudor y esfuerzo de miles de esclavos.
De lo que sí hay pruebas y vestigios es de las cañas con agujeros que colocaban en las ventanas. Estas cañas se rellenaban de agua para mantenerlas frescas y chorreantes. La evaporación del agua de las cañas enfriaba el aire que soplaba a través de la ventana, el mismo principio que la máquina de Willis, pero con mucha menos eficiencia.
En España tenemos al que para muchos es el verdadero inventor del aire acondicionado: Jerónimo de Ayanz y Beaumont, un inventor navarro que a finales del siglo XVI desarrolló una máquina de vapor para extraer el agua contaminada de las galerías más profundas en las minas de Navarra. El invento fue un éxito y Jerónimo le dio una vuelta más. Se dio cuenta que si invertía la máquina podía reutilizar las tuberías para llevar nieve al interior de la mina, reduciendo la temperatura ambiente. La productividad aumentó en todas las explotaciones que adoptaron aquel ingenio.
Las consecuencias del invento de Jerónimo sobre la productividad fueron un aviso de lo que llegaría cuatro siglos después con el desarrollo de Willis. De hecho, el invento del aire acondicionado tal como lo conocemos hoy se debe al apuro y necesidad industrial de un emprendedor de la época, no al calor nocturno de burgueses o faraones.
El 17 de julio de 1902 un pequeño impresor de Nueva York acudió desesperado al ingeniero Willis Haviland Carrier para que le solucionara un grave problema. Debido a la variación de la temperatura y humedad, en su taller no había manera de que las tintas de las impresiones se alinearan correctamente por los cambios de tamaño y tolerancias por dilatación de sus máquinas y pliegos. El problema le ocasionaba infinitas pérdidas y solo podía trabajar a determinadas horas del día. Como él, miles de empresarios e industrias dependían del clima estacional para mejorar la producción de sus máquinas.
Así fue como Willis trazó los planos de lo que sería la primera máquina de aire acondicionado. La idea era controlar la temperatura -y sobre todo la humedad- con una máquina de tubos fríos que lograba secar el aire, saturándolo de agua fría para inducir la condensación. Su máquina sería la patente Nº 808897 y llegaría al mercado el 2 de enero de 1906, y fue el principio de una gran revolución.
En 1911 Willis Haviland Carrier fundó la compañía que hasta hoy lleva su apellido y empezó a mejorar su invento para introducirlo en lugares públicos: centros comerciales que no podían abrir en verano o cines enterrados sin ventilación. Solo la gran depresión del '29 frenaría su desarrollo hasta después de la guerra mundial.
No solo la industria celebró con un aumento de la productividad la popularización del aire acondicionado. Cuando en 1928 Willis logró introducir en los hogares la máquina, no tenía ni idea de sus consecuencias: lo que parecía un simple artículo de lujo se convertiría en una herramienta de colonización de territorios hasta ahora inhóspitos. Su invento es en gran medida responsable de la gran migración a las zonas cálidas del sur de Estados Unidos de los años '20.
Hoy en día los procesos de climatización son imprescindibles prácticamente en toda la actividad industrial y gran parte de la social y familiar, logrando también avances en la sostenibilidad y eficiencia de las máquinas. Sin el aire acondicionado no sería posible viajar al espacio, mantener con vidas a los bebés en incubadoras, desarrollar nuevas medicinas en laboratorios de investigación de biotecnología o, simplemente, mantener en funcionamiento los microprocesadores de grandes ordenadores o centro de procesos de datos de tu banco, de Google... o de Hacienda.