Astronomía, divulgación, descubrimientos, ecología, innovación...
MENOS DE UN SIGLO DE PUERICULTURA AFECTIVA
La puericultura del siglo XIX y principios del XX desaconsejaba no sólo abrazar a tus retoños, sino incluso besarles. Para criar a un hijo, se creía, bastaba con proporcionar disciplina y recursos materiales. Pero en 1950, un psicólogo descubrió que era justo al revés, y lo descubrió creando un mono de alambre.
Hace apenas un siglo, allá por la década de 1920, una de las mayores autoridades en puericultura -llamado igual que el compañero de Sherlock Holmes, John Watson- llegó a soltar una afirmación tan categórica como fría: "No abracéis ni beséis nunca [a vuestros hijos], no dejéis nunca que se sienten en vuestro regazo. Si tenéis que besarlos, hacedlo una vez en la frente cuando les deseéis buenas noches. Por la mañana, estrechadles la mano".
Este consejo vagamente dickensiano que aconsejaba tratar a nuestros hijos con la distancia notarial que dispensamos a un desconocido no era algo anecdótico, sino la norma por aquel entonces.
Los niños que recibían besos y abrazos de sus padres se convertían en mimados, egoístas e inseguros. La revista 'Infant Care' sugería que al niño le bastaba con ver satisfechas sus necesidades materiales para ser feliz. Todo lo demás, aseguraban, era innecesario y contraproducente.
La madre de alambre
No fue hasta mediados del siglo XX cuando un psicólogo de la Universidad de Wisconsin, un tal Harry Harlow, demostró que todos se estaban equivocando.
Harlow estaba particularmente interesado en la llamada teoría del apego, desarrollada unos años antes por el psiquiatra y psicólogo inglés John Bowlby. Según Bowlby, el cariño de los padres hacia sus hijos era una de las necesidades más importantes para el desarrollo de los mismos. Para reforzar su teoría, adujo datos empíricos de una investigación encargada por la Organización Mundial de la Salud acerca de los niños y niñas separados de sus familias a causa de la Segunda Guerra Mundial: los que habían sido criados en orfanatos podían presentar retraso mental y problemas para gestionar las emociones.
Para saber hasta qué punto la ausencia del cariño de los padres podía afectar a un niño, Harlow hizo un experimento controlado. Como separar a los niños de sus padres parecía muy cruel o directamente ilegal, llevó a cabo su experimento con crías de mono.
A estas crías las separaron de sus madres y les construyeron una madre sustituta hecha de una pieza de madera forrada de gomasespuma con una funda de felpa. También construyeron una madre de mentira hecha exclusivamente de alambre. Ambas madres de alambre secretaban leche, pero la mayoría de las crías preferían acurrucarse contra la madre de felpa, no la de alambre.
Pero lo más sorprendente vino cuando la madre de felpa dejó de secretar leche: las crías continuaron aferrándose a ella, y se negaron a recorrer la poca distancia que había hasta la otra madre de alambre para alimentarse hasta el punto de que estuvieron a punto de morir de hambre. Según explica Matt Ridley en su libro 'Qué nos hace humanos', "en una famosa fotografía se ve a una cría de mono enganchada con las patas a la madre de tela, inclinándose para beber la leche de una madre de alambre".
La importancia del apego
Lo que puso en evidencia el experimento de Harlow es justo lo contrario de lo que postulaba la puericultura de la época: que el amor estaba por encima de las cosas materiales para un correcto desarrollo del niño, una idea que ha sido apoyada posteriormente por innumerables estudios que han sugerido cuán importante es para el futuro intelectual y emocional del niño el recibir un apego fuerte por parte de sus padres o cuidadores.
Recibir esta clase de apego, entre otros factores, predispone a tener más amigos en el colegio, a saber relacionarse con profesores y otros adultos y a un presentar rendimiento escolar más elevado. Tal y como explica David Brooks en su libro 'El animal social', en un estudio de Megan Gunnar, de la Universidad de Minnesota, "se observó que si se pone una inyección a un niño de quince meses con apego firme llorará de dolor, pero el nivel de cortisol de su cuerpo no aumentará. Los niños sin apego firme quizá lloren con igual fuerza, pero tal vez no extiendan el brazo hacia su cuidador y es más probable que los niveles de cortisol suban mucho, pues están habituados a sentir más estrés".
Todas estas ideas erróneas sobre la crianza se subsanaron cuando los psicólogos exigieron un cambio en los cuidados infantiles, aconsejando a las enfermeras, por ejemplo, que tomaran a los niños en brazos para acunarlos, acariciarlos, consolarlos y darles una sensación de contacto íntimo. Porque, como el propio Harlow escribiría en 'American Psychologist', la revista que publicó su investigación, “no sólo de leche vive el hombre”.