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LA CIENCIA TAMBIÉN TIENE MALA MEMORIA
Hoy toca una historia triste: la de un hombre que sometió el Universo a las leyes de la geometría de su tiempo y hoy es objeto de mofa e incomprensión.
Aunque parezca increíble, hubo un tiempo en que, cuando oscurecía, se podían ver las estrellas. Hoy ya no, porque la mayoría de nosotros vivimos en lugares donde nunca se puede ver ese tapiz negro espolvoreado de motas brillantes. Y quizá por eso se nos ha olvidado que durante miles de años la noche era un sitio terrible que albergaba horrores. Eso nos hizo buscar la luz y, hace más o menos un siglo, derrotáramos a la oscuridad a base de bombillas eléctricas.
Poco a poco, bombilla a bombilla, fuimos dejando de ver las estrellas y, con ellas, el mundo nocturno. No fue una mala decisión. Antes de la introducción de la iluminación moderna, la noche era algo radicalmente distinto al día. Sin luz, la civilización se paraba, las ciudades se cerraban, el Estado caía en un sopor del que solo lo sacaban las primeras luces del día. Era el territorio natural de los maleantes y los delincuentes: un paréntesis sin ley, virtud, ni orden.
Y, aunque peligrosa y salvaje, la noche, la oscuridad y las estrellas eran también sujeto de adoración profunda, casi de obsesión. Sobre todo, las estrellas. La bóveda celeste era algo tremendamente intrigante.
Por ejemplo, no todos los puntos se movían por igual. Había algunos puntos que se movían de forma independiente al resto: los planetas.
Las leyes de los dioses frente a las leyes de la ciencia
Estos planetas no tenía trayectorias lógicas y racionales como las del Sol o la Luna: se movían, se detenían, volvían atrás y adelante. Parecía que, aunque pareciera una locura, estaban vivos o que, en el mejor de los casos, sus trayectorias dependían de los caprichos divinos.
Todo eso se vivió así hasta que Apolonio de Pérgamo intentó explicar los movimientos con los epiciclos (un movimiento circular que tiene como centro un punto que se mueve, a su vez, en círculo).
La idea era tan interesante que gracias a ella, Ptolomeo consiguió sistematizar el movimiento aparente de los planetas de la bóveda errante: la Tiara en el centro con la Luna, el Sol y el resto de planetas. Toda una revolución. Hoy, en cambio, nos reímos de él.
El relato heroico (y mítico) que hemos elaborado sobre la revolución copernicana hace que hayamos caricaturizado a genios tan grandes como el Ptolomeo, aunque no parezca de recibo. Frente al oscurantismo, la superstición y la astrología, el modelo ptolomeico introdujo la racionalidad de forma radical en los estudios astronómicos.
El daño del escepticismo actual
Su 'método de cálculo' no será perfecto pero, desde luego, era mucho mejor que los modelos heliocéntricos de Copérnico. De hecho, el principal problema de los heliocentristas es que el modelo ptolomeico predecía mejor el movimiento aparente de los errantes. Por dejarlo más claro -y con perdón por lo extemporáneo del argumento-, el movimiento escéptico actual habría sido ptolemaico por firmeza en la obtención de evidencias y algunos habrían estado de acuerdo con la Inquisición Romana.
Habría cambiado de opinión antes que ella, eso sí. Porque rápidamente la aparición de nuevas evidencias empíricas (las fases de Venus, las lunas de Júpiter) que no explicaba Ptolomeo nos hizo apostar por Copérnico. Basta con recordar que en la católica España nunca se prohibieron las obras del polaco.
Es triste ver cómo una de las grandes mentes de la historia, alguien que fue capaz de explicar su universo con la fuerza de la geometría, la razón y el cálculo, sea hoy sinónimo de incultura y mofa generalizada. No se lo merece.