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MONITORIZACIÓN DEL CEREBRO
Si preguntásemos a la comunidad científica cuáles son los mayores misterios de la naturaleza, esos que se resisten todavía a ser desentrañados, obtendríamos seguramente un montón de respuestas. Los físicos nos dirían una cosa, los químicos otra, los biólogos otra diferente… Pero es probable que dos conceptos se repitiesen con una cierta frecuencia: la conciencia y la muerte.
Existe un campo que estudia la intersección entre esos dos mundos, el terreno brumoso donde la conciencia (el cerebro) se encuentra con la muerte. Se llama necroneurociencia, y la semana pasada arrojó algo de luz sobre estos misterios. Muy poca, es verdad, apenas un fotón. Quizá ni eso. Pero, en un campo tan hermético como este, cualquier avance, por diminuto que sea, es un acontecimiento.
Investigadores de la Universidad de Western Ontario publicaron un trabajo con el título: "Grabaciones electroencefalográficas durante la retirada de la terapia de soporte vital hasta 30 minutos después de la declaración de muerte".
Los científicos monitorizaron la actividad cerebral de cuatro personas en estado crítico. Siguieron grabando durante el momento de su muerte y continuaron haciéndolo media hora más. Esta imagen muestra los resultados:
En tres de los casos, (1, 2 y 3) la actividad eléctrica del cerebro se interrumpió antes de la muerte clínica (marcada en la imagen por la línea discontinua). Pero hubo un comportamiento distinto. Una excepción. El paciente 4.
En ese caso, dicen los investigadores, "las ráfagas de onda delta se mantuvieron después de que cesara el ritmo cardíaco". Y ahí siguieron, durante diez minutos, tras declararse la muerte clínica del paciente.
Los científicos no tienen la menor idea del motivo. Admiten, eso sí, que se trata de una muestra extraordinariamente pequeña, y ni siquiera descartan que el comportamiento anómalo del paciente 4 pueda deberse a una lectura errónea. En cualquier caso, insisten en la importancia de seguir investigando en torno a esta cuestión.
Según afirman en su publicación, determinar la muerte de una persona supone "un desafío ético y médico", especialmente en el caso de pacientes cuyos órganos vayan a ser donados.
Una cosa sí parece clara: la conciencia y la muerte seguirán siendo misterios durante mucho, mucho tiempo. Y el terreno donde se encuentran quizá lo siga siendo para siempre.