Astronomía, divulgación, descubrimientos, ecología, innovación...
ASÍ DESTRUYEN LAS DROGAS
No hay veneno, sino cantidad inapropiada. Sustancias tan peligrosas como el arsénico son liberadas en minúsculas cantidades por la corteza terrestre a través de procesos naturales e incorporadas a nuestro organismo en la alimentación sin causar aparentes daños. El cuerpo está preparado para asimilar un límite de tolerancia, y con las drogas pasa igual.
En esencia son también venenos que afectan a nuestro organismo: en pequeñas dosis algunas estimulan y aumentan la actividad, pero en medianas o grandes dosis pueden matar. Otras comienzan a destruir desde el primer 'viaje' y al abandonar su consumo no se eliminan los destrozos neuronales que provocan. Hay procesos destructivos irreversibles.
En general las drogas provocan un desajuste en el sistema natural de gratificación de nuestro cerebro. Todas rompen el equilibrio de la dopamina, el neurotransmisor que trabaja en las zonas del cerebro que se encargan de regular las emociones, la motivación y los sentimientos de placer. Cuando se activa este mecanismo natural de gratificación -por ejemplo después del sexo- el cerebro libera dopamina entre las neuronas y esto mejora el recuerdo de la acción que lo ha provocado. La existencia de este proceso se explica como mecanismo de supervivencia: lo que provoca placer hay que recordarlo bien para poder repetirlo.
Del mismo modo, cuando nuestro cerebro se emborracha de la dopamina que liberan artificialmente las drogas (hasta 10 veces más) los sentimientos de premio, euforia o motivación se hacen inalcanzables y generan una recompensa tan poderosa que motivan y 'obligan' a las personas a seguir consumiendo de manera compulsiva. Lo natural no les emociona lo suficiente. Es el llamado 'craving', la sensación subjetiva de deseo por conseguir el estado inducido por la substancia. Así nace la adicción.
Esta borrachera de dopamina produce, además, un descontrol y disminución de la producción natural del cerebro, con lo que los individuos asiduos a las drogas empiezan a tener dificultades para sentir placer o emoción de cosas tan sencillas como dar un abrazo, comer o rascarse. Solo pueden hacerlo bajo efectos de su droga habitual y cada vez necesitan más. El adicto se ha consolidado.
El peligroso subidón de la cocaína
La cocaína, un alcaloide extraído del arbusto 'Erythroxylon coca', es especialista en bloquear la eliminación de la dopamina entre las neuronas. Acumulándose de forma artificial en la hendidura sináptica y estimulando de manera ininterrumpida las neuronas receptoras, lo que provoca una euforia continua y un placer inusual. Entonces ¿cuál es el problema?
El problema se llama tolerancia. El cerebro se adapta y para lograr el mismo efecto necesita cada vez más cantidad de dopamina y esta cantidad creciente provoca innumerables efectos colaterales y daños neuronales, algo que no se conocía hasta hace bien poco. A principio de siglo había más de 70 bebidas registradas con componentes de cocaína, se utilizaba como anestésico, como analgésico y hasta en el frente de batalla como vigorizante para los soldados.
El efecto secundario más obvio es consecuencia del poder vasoconstrictor de la sustancia. Los accidentes isquémicos o hemorrágicos son frecuentes incluso en primeras tomas. El consumo crónico produce además daño metabólico neuronal rompiendo el equilibrio de los neurorreceptores y provocando todo tipo de patologías cognitivas y neurológicas. Epilepsia, ictus, irritabilidad, psicosis, atrofia óptica…
Heroina, la depresora
Por su parte, y a diferencia de los efectos estimulantes y euforizantes de la cocaína, la heroína es una droga fundamentalmente depresora del sistema nervioso central. Al entrar en el cerebro se adhiere a los receptores de opioides del tallo cerebral y de las zonas de la percepción del dolor y la gratificación. El 'rush' o sensación de euforia es menor y el consumidor se adentra en un estado de adormecimiento activo o sensación 'voladora' con ausencia de cualquier malestar psíquico. Es la llamada 'luna de miel'.
Un estudio de la Universidad de Edimburgo analizó los cerebros de 34 adictos a la heroína o metadona fallecidos antes de los treinta y sin antecedentes de lesiones en la cabeza. Las autopsias de los cerebros de estos grandes consumidores mostraron un daño cerebral similar al producido por la enfermedad de Alzheimer.
Aun en cantidades muy pequeñas la heroína produce una caída en los niveles de oxígeno de la sangre y el cerebro que son suficientes para causar daños irreparables. El cerebro se vuelve poco a poco esponjoso. Lo que empieza con debilidad general, temblores y espasmos en las extremidades acaba en encefalopatía anóxica, infarto cerebral, parkinson o inflamación de la médula espinal.
El éxtasis, el asesino cerebral
Pero si hay una droga que destroza las neuronas con rapidez esa es el éxtasis (MDMA). A pesar de la controversia y los desacuerdos para acotar su peligrosidad, se ha demostrado que su consumo afecta a la memoria incluso en consumidores no habituales. La universidad de Colonia realizó un estudio en 2012 con un centenar de jóvenes con potencial estadístico de convertirse en consumidores. A todos ellos se les realizó un análisis psicotécnico y de memoria al inicio del experimento y un año después.
Al final, 23 jóvenes del grupo de control se convirtieron durante la prueba en consumidores de éxtasis (entre 10 y 62 pastillas en un año). Este grupo demostró un evidente deterioro de la memoria episódica del lóbulo temporal, aquella encargada de recordar los sucesos autobiográficos tales como el último libro leído, la última vez que lloró...
El daño de la marihuana, en cerebros por formar
En el caso de la marihuana los estudios están realmente divididos. Un metaestudio de la Universidad de California no detectó cambios significativos en la memoria, los tiempos de reacción, habilidades del lenguaje y capacidad de razonamiento entre 700 consumidores y otros tantos no fumadores.
Sin embargo, otro estudio de la Universidad de Melbourne utilizó resonancias magnéticas cerebrales para detectar cambios significativos en el volumen y densidad de la materia gris de los cerebros de 59 consumidores habituales (más de 15 años) en comparación con personas que nunca la habían probado. Está claro que el cambio morfológico existe, pero no lo está tanto que este produzca alteraciones irreversibles en procesos cognitivos en cerebros que no estén aún en procesos de formación