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DESDE LA INFANCIA NOS INDUCEN A OBEDECER

El Experimento de Stanley Milgram, o por qué la mayoría de personas obedecen sin rechistar

Ante la presencia de alguien que representa a la autoridad –ya sea porque lleva un uniforme o una bata de médico- la mayoría obedecemos instrucciones sin plantearnos en la mayoría de ocasiones si es ético o correcto lo que nos están mandando hacer. ¿Por qué?

Imagen no disponibleMontaje

El 11 de abril de 1961 se iniciaba en Jerusalén el juicio al nazi Adolf Eichmann, uno de los responsables del genocidio judío durante el Tercer Reich. Le acusaban de haber cometido una cantidad incalculable de crímenes contra la humanidad. El evento fue emitido a través de la televisión en la práctica totalidad del planeta, convirtiéndose en el primer gran evento televisado de la Historia, que tuvo una audiencia millonaria.

Uno de aquellos espectadores fue Stanley Milgram, un doctor en psicología social de 28 años de edad, que profesaba la religión judía y acababa de obtener una cátedra en la Universidad de Yale.

Tras ver las primeras sesiones del juicio, Milgram se planteó una serie de interrogantes que –dejando de lado el hecho de que Eichmann fuera un criminal- llamaban su atención sobre la razón de que hubiera hecho algo tan repugnante: ¿Fue su fanatismo político y odio a los hebreos lo que le llevó a cometer tan horribles crímenes o simplemente obedecía órdenes de mandos superiores? ¿Era responsable de sus atrocidades o sólo se trataba de un cómplice más de los crímenes cometidos por el nazismo? Y ante un crimen, ¿quién era el máximo responsable, el que lo cometía o la persona que incitaba y ordenaba a hacerlo?

Partiendo de estas premisas Stanley Milgram diseñó una serie de experimentos con los que evaluar el comportamiento de las personas y la obediencia de éstas hacia la autoridad.

Pretendía estudiar cómo se comportaba un grupo de individuos –que se habían presentado voluntarios y recibirían una gratificación- y cómo reaccionaban ante una sucesión de instrucciones.

Los experimentos consistían en recibir de dos en dos a los voluntarios, de los que uno de ellos era un gancho que trabajaba para Milgram. El psicólogo se mantendría en todo momento oculto tras un espejo desde el que observaría todo el proceso.

Cuando llegaban los voluntarios se les asignaba un rol diferente, por el que uno tenía que ir haciendo una serie de preguntas –facilitadas por el responsable de aquel estudio, quien llevaba una bata blanca que infundía respeto y autoridad- y el otro individuo –el gancho- estaría en otra sala conectado a una serie de cables que le daban descargas eléctricas cada vez que fallaba una pregunta.

Evidentemente dichas descargas eran ficticias, pero debían hacer creer al individuo –al verdadero voluntario- que eran reales y que sufría un intenso dolor cada vez que las recibía.

De esta forma, el voluntario realizaba una pregunta a través de un micrófono y si el otro fallaba debía dar a una clavija con la que enviaba una descarga eléctrica. Previamente le habían dejado probar cuál era la intensidad mínima para que supiera qué era lo que recibiría su compañero de experimento.

Evidentemente el gancho fallaba a propósito y el otro iba dando a las clavijas siguiendo las instrucciones del hombre con bata, que le pedía que no interrumpiera el experimento. A la mayoría de ellos les importaba más el obedecer lo que una supuesta autoridad les ordenaba que el estar infligiendo dolor a otra persona. De las decenas de sesiones que realizaron sólo media docena de individuos pusieron algún tipo de objeción a continuar, infligir daño y obedecer las órdenes, mientras que el resto lo hicieron sin mostrar apenas reparos a pesar de que desde el otro lado de la pared su compañero gritaba de dolor.

Tras finalizar los experimentos Milgram publicó sus conclusiones en un artículo titulado 'Behavioral Study of Obedience', hecho público en 1963 en la revista científica 'Journal of Abnormal and Social Psychology'. En él ponía en relieve todo aquello que ya se había planteado mientras visionaba el juicio a Adolf Eichmann y lo había llevado a poner en marcha el ‘experimento de Milgram’, tal y como ha pasado a la historia: el ser humano, ante el temor o respeto de un superior o autoridad, tiende a acatar las órdenes aunque éstas les incitaran a realizar actos de brutalidad que bajo otras circunstancias jamás realizarían.

La actualización del experimento

Medio siglo después de este controvertido experimento muchos han sido los expertos en psicología social que han querido seguir estudiando el tema y poner en entredicho la ética del mismo, cuestionando sus resultados y el modo en que se llevó a cabo.

Sin embargo otros investigadores quisieron avalar lo expuesto por Milgram realizando más experimentos sobre psicología social, como el que fue llevado a cabo por el profesor Philip Zimbardo en agosto de 1971 en la Universidad de Stanford y en el que 18 jóvenes voluntarios se repartieron en dos grupos, teniendo que tomar unos el rol de policías y los otros el de presos.

Durante unos días quienes tomaron el papel de vigilantes de la prisión hicieron cumplir sus órdenes –las cuales en un principio les fueron dadas por el propio Zimbardo y su equipo- sin cuestionarse si los castigos y maltratos que infringían a sus compañeros eran éticos o no: simplemente obedecían las instrucciones del profesor.

Por su parte, quienes hacían de presos al principio obedecían todas las órdenes sin rechistar, pero poco a poco –también animados por las instrucciones de Zimbardo y sus colaboradores- se encararon a sus compañeros de experimento. Se llegó hasta tal punto que el experimento tuvo que ser interrumpido seis días después de ponerse iniciarse.

Las conclusiones de los expertos a la conducta de obediencia de la mayoría de los seres humanos ante cualquier autoridad es que social y evolutivamente no hemos sido preparados para cuestionar las órdenes. Desde que nacemos obedecemos instrucciones que nos son dadas por nuestros progenitores, maestros y posteriormente jefes. Se nos enseña desde la infancia el respeto hacia todo aquello que representa la autoridad y, sobre todo, hacia quien viste algún tipo de uniforme –ya sea un traje militar, policial o una bata de médico-.

Estas son las razones principales por las que en su gran mayoría, y salvo contadas excepciones, las personas acatamos órdenes e instrucciones de quienes creemos que están por encima nuestro sin cuestionarnos si lo que nos están ordenando es injusto o si atenta contra nuestros principios.

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