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DESCUBRIENDO LOS SECRETOS DEL SUEÑO
Solemos considerar a los científicos más excéntricos como meros chiflados, 'mad doctors' tipo Victor Frankenstein que únicamente aspiran a crear monstruos de pesadilla. Sin embargo, en ocasiones la ciencia requiere de cierta heterodoxia para progresar, y fue concretamente esa heterodoxia la que nos permitió esclarecer muchos de los misterios del sueño (con o sin pesadillas).
A principios del siglo XX, uno de los científicos más estrafalarios del momento era Nathaniel Kleitman, profesor emérito de fisiología en la Universidad de Chicago. En 1939 había escrito la que, por aquel entonces, se consideraba la biblia de los estudios sobre el sueño: 'Sleep and Wakefulness'.
Luz y oscuridad
Su excéntrica reputación era consecuencia de su tendencia a usar su cuerpo como conejillo de Indias en experimentos cada vez más extremos. En dichos experimentos trataba de aprender cómo funcionaba el sueño y cómo la luz afectaba al mismo.
Por esa razón, llegó a pasarse todo un mes durmiendo en una cámara de piedra en lo más profundo de la Cueva Colosal (Mammoth Cave) de Kentucky, el sistema de cuevas más extenso del mundo. Eso supuso estar enterrado en vida durante 32 días a más de cien metros de profundidad. Algo que volvió a repetir cuando se encerró en un submarino, el Dogfish, a fin de medir las dificultades de ajustar los cambios de horarios.
Si estuvo un mes sin recibir luz solar en dos ocasiones, más tarde se expuso a condiciones diametralmente opuestas cuando se mudó al círculo polar ártico, donde el sol es visible las 24 horas del día en las fechas próximas al solsticio de verano. En otra ocasión se mantuvo despierto durante 180 horas consecutivas para estudiar los efectos de la privación del sueño.
Sin embargo, y a pesar de haberse sometido a tantos estudios de resistencia, Kleitman falleció a la provecta edad de 104 años allá por 1999.
¿Por qué se mueven los ojos mientras duermes?
Todo científico loco necesita su ayudante, y Kleitman lo encontró en el estudiante de la Universidad de Chicago Eugene Aserinsky. En una ocasión, Kleitman le propuso a Aserinsky que podían monitorizar la actividad cerebral y el movimiento de los ojos de diversas personas mientras dormían, usando para ello un viejo aparato de EEG (electroencefalograma) que estaba acumulando polvo en el sótano del departamento.
De mala gana, Aserinsky cedió a otra de las excentricidades de su profesor, y así se puso en marcha un ambicioso estudio que incluso puso al límite la tecnología existente.
Y es que los aparatos de EEG de la época eran ruidosos cachivaches que, mediante varias plumillas, trazaban la actividad del cerebro en un largo rollo de papel milimetrado. Mantener estable y funcionando toda la noche aquel aparato fue todo un desafío para Aserinsky. A las pocas horas de iniciar la sesión, sin embargo, sucedió algo inusual: las plumillas empezaron a dibujar un patrón que sugería que la persona estaba despierta, a pesar de que continuaba durmiendo.
Cuando estamos completamente despiertos, nuestro cerebro produce ondas beta (entre 12 y 30 cada segundo). Cuando estamos relajados, las ondas se ralentizan (unas ocho por segundo) y se llaman ondas alfa. Durante el sueño, estas ondas todavía son más lentas, y tienen una u otra forma en función de la fase del sueño en la que nos encontremos. Sin embargo, en determinados momentos del sueño nuestro cerebro desprende la actividad típica de la vigilia, a la vez que los ojos se mueven erráticamente bajo los párpados.
A este curioso fenómeno lo bautizaron como fase REM ('Rapid Eye Movement'), y también les descubrió que producía otros efectos en el cerebro. En otros experimentos solían despertar a los voluntarios en cuanto entraban en esta fase, y entonces les entrevistaban. La mayoría de ellos afirmaban que justo antes de ser despertados estaban soñando.
Publicaron todos sus hallazgos en 1953, en un artículo de título un tanto rimbombante: 'Períodos de ocurrencia regular de motilidad del ojo, y fenómenos concomitantes, durante el sueño'. Pero no exageraban: era 1953 y fue como si ambos hubieran descubierto un nuevo continente en el cerebro, tal y como explica Richard Wiseman en su libro 'Escuela nocturna': "El descubrimiento del REM cambió el rostro de la ciencia del sueño de la noche a la mañana, y abrió a los investigadores una ruta directa a la mente soñante".