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A VECES LAS IDEAS SENCILLAS SON LAS QUE NO TERMINAMOS DE COMPRENDER

La historia de la complicada investigación de Henry Eyring que se tardó 40 años en entender

Hay ideas que se adelantan a su tiempo y que, para cuando nos hemos dado cuenta, ya han cambiado nuestro mundo. Esta es una de ellas, pero no nos dimos cuenta.

Henry Eyring Josue A. Peña Wikipedia

Hay ideas demasiado complejas para su tiempo, como pasó con Henry Eyring. Su "brillante teoría sobre las tasas de reacción química, publicada de 1935, aparentemente no fue comprendida por los miembros de la Comisión del Nobel hasta mucho después". Quien lo dice es la misma Fundación Nobel, que no le concedió el galardón sencillamente porque no lo entendieron. "Como compensación, la Real Academia Sueca de las Ciencias la concedió, en 1977, su más alto honor, a parte del Nobel: la Medalla Berzelius de oro".

Lo suyo no fue una excepción: prácticamente todos los premios y reconocimientos que recibió en su vida se produjeron en torno a 30 años después de su mayor descubrimiento: la ecuación que lleva su nombre.

Y es que la de Eyting fue una vida fascinante... o mejor dicho, una vida rara. Una biografía a la que no estamos acostumbrados cuando hablamos de un científico, y no sólo por su tardío reconocimiento.

Los Eyring eran una familia mormona de tercera generación. Es decir, eran mormones casi desde el mismo momento en que nació la Iglesia de los Santos de los Últimos Días. De hecho, el joven Henry nació y vivió en un rancho cerca de Colonia Juárez, en el Estado mexicano de Chihuahua, y allí estuvo hasta los 11 años de edad, cuando en plena Revolución Mexicana, los Eyring y otras muchas familias norteamericanas fueron expulsados del país.

Ahí comenzó un viaje por Texas y Arizona, donde descubrió su pasión por la ciencia y las matemáticas. De hecho, en el Eastern Arizona College aún se puede ver su nombre grabado en una de las columnas de la fachada principal. El suyo y el de su cuñado, Spencer W. Kimball, que más tarde fue presidente de la Iglesia Mormona.

Esa es, casi con toda seguridad, una de las cosas que más sorprenden al acercarnos a Henry Eyring: su gigantesca lucha por compatibilizar su ciencia y su religión. Cuando le preguntaban si creía que había contradicciones entre la ciencia y la religión, él solía responder que no porque "no hay ningún conflicto entre ellas en la mente de Dios, pero a menudo suele haberlos en la mente de los hombres".

¿Discriminación religiosa?

Precisamente esto, su fe mormona, que en la década de 1930 estaba mucho peor vista que en la actualidad, es lo que ha generado la idea de que en realidad el Nobel no llegó por simple y pura discriminación religiosa. ¿Es posible? Es posible. Ya es complejo saber qué piensan las comisiones actuales del Nobel como para saber qué pasó hace 90 años.

Pero la versión de la fundación Nobel también encaja: la ecuación de Eyring (que fue descubierta de forma independiente por Evans y por Polanyi en la misma época) relaciona la velocidad de reacción con la temperatura. En términos generales es fácil de derivar de cinética de gases, y presumiblemente esa aparente sencillez impidió ver que era la puerta de entrada a la novísima teoría del estado de transición hasta que ya era demasiado tarde.

¿Tarde? Bueno, la intención original de Alfred Nobel era premiar las mejores cosas del año anterior, algo que, rápidamente, se hizo inviable. Por eso, con el paso de los años, los organizadores del Nobel se han ido dando cada vez más tiempo. Es muy difícil entender el potencial de una ecuación, un libro o un descubrimiento el mismo año que sale a la luz. Tanto es así que durante mucho tiempo, se dio un plazo de 10 años.

Y eso es lo que parece que le pasó a Eyring. Su trabajo permitió entender en gran profundidad las reacciones químicas, pero eso es algo que se les escapó a los que daban los premios hasta que ya no se podían conceder.

Cabe suponer que es una demostración más de que no sólo basta con ser un genio, ni con tener una idea. Sin todo lo demás, las ideas acaban perdidas en un cajón hasta que muchos años después nos damos cuenta de que nos cambió la vida.

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