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EVOLUCIÓN
Al parecer, no es solo una cuestión de dietas demasiado calóricas o de falta de ejercicio. La evolución también ha tenido algo que ver en el hecho de que seamos “los primates gordos”, como indica el investigador Devi Swain-Lenz, de la Universidad de Duke. (Estados Unidos).
En comparación con nuestros parientes más cercanos, los primates como los chimpancés, los humanos disponemos de unas reservas de grasa considerables, por mucho que nos esforcemos en el gimnasio. Mientras que ellos presentan menos de un 9% de grasa corporal, el rango saludable en los humanos se encuentra entre el 14% y el 31%.
Que puedan señalarnos como los más rollizos de la familia no es ninguna novedad. Sin embargo, Swain-Lenz y su equipo han revelado en un estudio publicado recientemente en ‘Genome Biology and Evolution’ que una de las posibles causas radica en el tejido adiposo.
Estos científicos han demostrado que, aunque tenemos un ADN casi idéntico, chimpancés y humanos desarrollamos en el pasado distintos mecanismos para compactar y almacenar el material genético dentro de las células de grasa (adipocitos). Como consecuencia, el organismo humano tiene una menor capacidad para convertir las reservas de grasa menos accesibles en aptas para ser consumidas rápidamente.
Grasa blanca vs. grasa parda
En el organismo existen diferentes tipos de adipocitos. La mayoría constituyen el denominado tejido adiposo blanco o grasa blanca, que actúa como reserva de energía y se acumula, por ejemplo, en caderas y abdomen. El otro tipo de tejido recibe el nombre de grasa parda y su principal función es la producción de calor para regular la temperatura corporal, por lo que sus células necesitan quemar calorías.
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