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DETECTA SI ALGUIEN HABLA ENFADADO
Más allá de reencuentros, villancicos y mucha (muchísima) comida, las reuniones familiares y celebraciones con amigos y compañeros de trabajo tan frecuentes durante las fiestas navideñas traen consigo algún que otro rifirrafe. Ya provenga de esos colegas que se dedican a cuchichear a tus espaldas o de ese pariente que tiene facilidad para encenderse en las conversaciones de sobremesa, es fácil que llegue a tus oídos alguna que otra palabra poco agradable.
Aunque diferenciar una expresión amable de una hostil parece algo de lo más simple, esta distinción es el resultado del minucioso trabajo del cerebro y los sentidos para procesar e interpretar la información que reciben del entorno.
Si bien la vista ayuda bastante en la tarea, tiene sus límites: la situación de los ojos impide que puedan cubrir los 360 ° de espacio que nos rodea. Por eso, la participación del oído es fundamental, ya que permite percibir los sonidos provenientes de cualquier fuente que se sitúe lo suficientemente cerca.
Cuando se trata de palabras emitidas en un tono de enfado o agresivo, el cerebro está entrenado biológicamente para entenderlas como un posible peligro y prepararnos para reaccionar ante la intimidación. Es un mecanismo de defensa en el que tienen una importancia crucial factores como la velocidad con que interpretamos la información y el tipo de respuesta que esta desencadena.
Detectamos la hostilidad en milisegundos
Cuando el cerebro percibe un sonido con connotaciones emocionales, se centra primero en distinguir si tiene carácter positivo, negativo o neutro. No es lo mismo un insulto que un grito de alegría. “El enfado puede ser señal de que existe una amenaza potencial”, indica el investigador de la Universidad de Ginebra Nicolas Burra, coautor de un reciente estudio sobre este proceso.
Burra y varios colegas hicieron un experimento para observar la respuesta del cerebro ante voces con tono de enfado, de alegría y neutras. Para ello, contaron con la colaboración de varias decenas de participantes que escuchaban distintas combinaciones de palabras mientras los científicos medían la intensidad de la actividad eléctrica cerebral y el tiempo de atención.
En las pruebas, los expertos se fijaron en dos marcadores para la atención auditiva que revelan que el cerebro está esforzándose por analizar un sonido. Así descubrieron que cuando percibimos enfado, la actividad de ambas señales es más intensa y duradera que cuando escuchamos expresiones de felicidad o neutras.
La diferencia es de tan solo unos pocos cientos de milisegundos, pero tiene gran importancia: el cerebro invierte más tiempo en analizar los estímulos que relaciona con enfado porque pueden indicar peligro. “Este mecanismo nos permite no alarmarnos ante el mínimo ruido potencialmente amenazante y responder de forma apropiada en caso de que el riesgo sea real”, describe Leonardo Ceravolo, coautor del trabajo. La atención extra que dedicamos a procesar las palabras y sonidos hostiles es crucial para poder interpretar con precisión un posible peligro en un entorno de mucho ruido.
Un curioso fenómeno también descubierto por estos investigadores es que, al focalizarnos en ese análisis, otras funciones pasan a un segundo plano. Los participantes en el estudio tenían delante un ordenador y cuando percibían enfado o alegría, debían indicar el tipo de emoción presionando una tecla en un teclado tan rápidamente como les fuera posible.
Sorprendentemente, tardaban más en notificar que se trataba de una hostilidad, a pesar de que su actividad cerebral se intensificaba en esos casos. Según Burra, la explicación es lógica: “Mientras que el cerebro focaliza su atención en el sonido amenazador, la respuesta motora a través del teclado se retrasa”.
Seguramente no te pares a recapacitar sobre ello, pero a tu cerebro le bastarán milisegundos para detectar los enfados navideños e interpretar si se trata de una situación crítica. Seguramente tu supervivencia no va a verse amenazada, pero puedes siempre puedes recurrir a la clásica respuesta fisiológica ante un ataque: defenderte o huir.