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HASTA EL AGUA CON AZÚCAR PUEDE MATAR

Muerte por placebo: cuando fallecemos al creernos envenenados (y no)

El placebo es un efecto psicosomático que permite que un tratamiento inocuo origine un efecto terapéutico. Sin embargo, su reverso tenebroso, el efecto nocebo, puede convertir una sustancia inofensiva en algo tan desagradable que incluso produzca la muerte, al menos en ratas.

Imagen de archivo de pastillas.Archivo

Si se identifica que algo te puede matar, aunque no sea real, puedes morir. Es muerte por placebo, muerte por sugestión. Algo que se ha probado en ratas y que también se ha constatado hasta cierto punto en seres humanos.

En un laboratorio de la Universidad de Rochester en Nueva York se llevó a cabo un experimento un tanto cruel, pero inusitadamente contraintuitivo, en el que un grupo de cobayas fue alimentado durante semanas con una mezcla de agua y azúcar. Un día, entonces, se introdujo en el preparado una sustancia que originaba náuseas y deprimía las defensas de las cobayas hasta matarlas.

El autor de este experimento, el biólogo Richard Arder, inició entonces la segunda parte del experimento, aún más retorcida que la primera: dejó de introducir veneno en el agua azucarada, pero las cobayas continuaron muriéndose cuando se alimentaban de ella, tal y como explica Jorge Alcalde en su libro '¿Por qué los astronautas no lloran?'

Sencillamente, las cobayas habían sido sugestionadas de tal modo al contemplar cómo morían sus compañeras de jaula al beber agua azucarada, que interpretaban que el agua azucarada te mataba. Y era irrelevante si lo hacía o no realmente.

Nocebo en humanos

Pero esto no es sólo cosa de cobayas: la sugestión de que vas a morir, la muerte por placebo o el llamado nocebo, también tiene lugar en los seres humanos.

El efecto nocebo se caracteriza por el empeoramiento de los síntomas o signos de una enfermedad por la expectativa, consciente o no, de efectos negativos de una medida terapéutica. Una variante de este efecto psicológico es que podemos introducir síntomas de una enfermedad a personas sanas.

Es como si le diéramos la vuelta a la idea del "pues a mí me funciona" que suele emplearse para defender la homeopatía y otras terapias sin base científica, sustituyéndose por un "esto mata", asumiéndolo tanto como real que produce efectos dañinos en el organismo de verdad.

Una anécdota clásica al respecto es la llamada hipersensibilidad electromagnética, que se basa en la creencia errónea de que los campos electromagnéticos que nos rodean son malignos. Quienes sufren de esta condición somatizan efectos adversos en su organismo, como quienes creen que las antenas de telefonía móvil que se instalan en las azoteas de los edificios provocan enfermedades: se ha observado que los vecinos del edificio pueden llegar a sufrir cefaleas, a pesar de que la antena ni siquiera se haya conectado aún.

Por ejemplo, “los pacientes de cáncer comienzan a sentir fuertes náuseas cuando entran en las salas en las que serán tratados con quimioterapia porque intuyen, a nivel inconsciente, que sentirán esas náuseas después”, ha señalado el neurólogo alemán Magnus Heier, autor del libro 'Nocebo'.

Otro ejemplo: un popular estudio realizado con escolares japoneses en el que se seleccionó a quienes habían tenido malas experiencias con picaduras con ortigas o hiedras venenosas y, tras taparles los ojos, se les frotaron los brazos con hojas de una planta que no era urticante. A los participantes, sin embargo, se les informó de que la planta sí lo era, y muchos de ellos generaron una reacción alérgica en el brazo, incluso mayor que la producida por una ortiga.

Un efecto derivado, y profundamente irónico, del efecto nocebo es que en ocasiones acudir al médico cuando nuestra enfermedad no es demasiado grave o está acentuada por nuestra hipercondria produce finalmente más efectos negativos que si nos hubiéramos quedado en casa. Como explica Sherwin B. Nuland en su libro 'Cómo morimos', esto podría explicar cómo fue posible que una serie de huelgas de médicos en Los Ángeles, Israel y Colombia tuviera como resultado que la tasa de mortalidad descendiera significativamente en esos lugares, entre el 18% y el 50%.

Y es que nuestro grado de sugestión nos afecta, y mucho, tanto para bien como para mal.

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