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LA CIENCIA DEL BOSTEZO
La desagradable experiencia de querer involucrarse en una actividad satisfactoria pero ser incapaz de lograrlo. Así definen el aburrimiento Mark Fenske y sus colegas de la Universidad de York en Toronto. Y aseguran que, por paradójico que resulte, tiene más que ver con el estrés de lo que imaginamos.
Es más, según los investigadores canadienses, una vida aburrida puede resultar tan estresante como una vida excesivamente atareada porque la irritación que implica no poder ocuparnos de nada genera ansiedad. De hecho, el aburrimiento aumenta los niveles de cortisol -la hormona del estrés- en sangre.
Incluso se puede llegar a "morir de aburrimiento". Y no sólo porque el tedio potencia comportamientos autodestructivos como el consumo de drogas, la adicción al tabaco y el abuso del alcohol. Además, los famosos estudios Whitehall llevados a cabo con funcionarios ingleses hace tres décadas revelaron que las personas con más tendencia a aburrirse tienen un 30% más de riesgo de fallecer en tres años que las que llevan una vida amena y satisfactoria.
No obstante, el tedio también tiene un lado bueno, sobre todo cuando dura poco. De probarlo se encargaron hace poco Sandi Mann y sus colegas de la Universidad de Central Lancashire en Reino Unido. Tras hacer que una serie de voluntarios dedicaran un rato a la aburrida faena de copiar números de una guía de teléfono, comprobaron que, al pedirles a continuación propuestas creativas, sus respuestas eran más ingeniosas que las de aquellos que habían dedicado el mismo tiempo a tareas menos tediosas.
Y no tiene nada que ver con estar relajado, ya que según se podía leer en 'Journal of Experimental Social Psychology', lo que realmente hace que el aburrimiento mejore el pensamiento asociativo es que nos sitúa en un estado ávido de nuevas experiencias. Cuando no hay estímulos externos a los que aferrarnos deambulamos por nuestra mente, recurrimos a la imaginación y podemos desarrollar formas de pensamiento distintas y originales que en la vorágine de una vida atareada sería difícil desplegar.
Heather Lench, de la Universidad de Texas EEUU, da un paso más allá y asegura que el aburrimiento está relacionado con uno de los rasgos más importantes del ser humano: la curiosidad, además de con el deseo de novedades.
En dos experimentos, uno de los cuales ofrecía acceso ilimitado a golosinas y pasteles mientras otro permitía a los participantes recibir descargas eléctricas si lo deseaban, se comprobó que cuando nos aburrimos comemos más pero también somos más propensos a someternos -voluntariamente- a descargas eléctricas.
Es decir, preferimos la novedad a la monotonía por dolorosa que resulte. El hastío nos empuja a buscar nuevos objetivos o explorar nuevos territorios e ideas, de acuerdo con Lench. Y aunque eso a veces nos hace caer en comportamientos insanos, también fomenta la innovación.