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LOS HUMANOS, LOS ÚNICOS QUE LLORAMOS
Ocurre como síntoma de una tristeza extrema o de una enorme emoción. Tanto en una boda como después de ver un drama cinematográfico, nuestro cuerpo puede manifestar lo que sentimos a través de las lágrimas.
No se conoce exactamente la razón por la que los humanos lloran –es la única especie capaz de hacerlo−: mientras que algunos sugieren que la reacción constituye una forma de comunicación no verbal para expresar emociones, otros científicos apuntan a una cuestión evolutiva. Se trataría en este caso de una muestra de sumisión destinada a un posible atacante para suscitar lástima y evitar la lucha.
Sin embargo, las lágrimas no son la única consecuencia del chute emocional. Mientras el llanto se gesta en los ojos, se produce otra reacción un poco más abajo. ¿Te suena la frase “tengo un nudo en la garganta”? La expresión tiene su razón de ser, aunque el fenómeno no se deba a ningún tipo de lazo.
Cuando el cuerpo se prepara para llorar, el sistema nervioso autónomo (que controla diferentes funciones fisiológicas involuntarias, como la digestión) entra en estado de hiperactividad. Entonces, se encarga de enviar oxígeno a todo el cuerpo para ayudar a los músculos a ejercitarse rápidamente, por si tuvieras que salir corriendo o golpear.
Pero para que la molécula recorra el organismo, primero debe entrar gran cantidad de aire en los pulmones. En un esfuerzo por conseguirlo, el sistema nervioso ordena a la glotis que permanezca abierta. Este estrechamiento de la laringe es el encargado de controlar el paso de aire a las vías respiratorias, evitando que se cuelen trozos de comida.
Aunque no lo notemos, la glotis se abre y se cierra mientras ingerimos alimento. Pero cuando tenemos ganas de llorar, los músculos la obligan a mantenerse abierta y debe forzarlos cuando necesitamos tragar. La resistencia entre ambas fuerzas es la que provoca esa sensación de “nudo”.
La tensión se incrementa al comenzar las lágrimas debido a otros efectos de la reacción emocional: la nariz se atasca y gotea, y el organismo segrega más mocos, que se precipitan también por la laringe. Tanto fluido nos obliga a tragar más frecuentemente, lo que potencia el tira y afloja entre los músculos laríngeos y la glotis.
El síntoma se conoce también como globo faríngeo, y es muy común en estas situaciones de estrés. La desagradable sensación desaparece a medida que el individuo se calma y el sistema nervioso vuelve a su estado inicial.
Afortunadamente, tanta tensión tiene su recompensa: una vez pasada la situación de alerta y secas las lágrimas, el cuerpo se relaja y, según un estudio publicado recientemente en ‘Motivation and Emotion’, incluso nos sentimos mejor que antes de la congoja. Así que bienvenidas sean las llantinas.