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HACEMOS MÁS KILÓMETROS QUE LA MAYORÍA DE ANIMALES
¿Por qué los humanos hemos logrado esta especialización que nos permite correr maratones sin tener la necesidad de hacerlo por supervivencia? ¿Por qué otras especies como los felinos, antílopes o equinos nos ganan en velocidad pero son incapaces de mantener el mismo esfuerzo proporcional en el tiempo?
La respuesta está en lo que nos distingue del resto de especies y nos hace ser los más competitivos: la capacidad de adaptación.
Hubo un tiempo (hace 2,6 millones de años) donde los homínidos empezaron a comer carne como carroñeros. Una lucha fratricida por engullir los cadáveres que dejaban otras especies o la propia naturaleza. Con el tiempo la carroña escaseaba y los homínidos competían por localizar los focos de carne podrida, mucha veces a grandes distancias. El grupo que antes encontraba uno y se alimentaba de él, tenía más posibilidades de supervivencia. Correr nos convirtió en cazadores de persistencia, no de velocidad o fuerza como los grandes depredadores.
Para cuando dejamos la carroña y tuvimos la necesidad de cazar nuestras propias presas nuestro cerebro ya era lo suficientemente grande como para saber fabricar las herramientas necesarias para matar otros animales sin necesidad de volver a hacer evolucionar nuestros cuerpos para convertirnos en depredadores de fuerza o velocidad
Este proceso evolutivo nos cambiaría físicamente para lograr la especialización y diseñaría las bases de nuestro cuerpo que aún conservamos. Nos saltamos la evolución que tuvieron otros simios para ser depredadores, y con el tiempo mejoramos nuestras ventajas.
El leopardo, los perros, los leones,… los grandes corredores de fuerza del mundo animal tienen el cuerpo recubierto de pelo, y todos jadean para bajar la temperatura del cuerpo y transpirar por la boca. Nosotros tenemos millones de glándulas sudoríparas que nos permiten una mejor eficiencia para bajar la temperatura mientras corremos largas distancias, y que además nos permiten respirar mejor por la boca para llegar más tarde a la fatiga.
La postura también es clave. La posición bípeda vertical favorecida por nuestras grandes nalgas ofrece menos resistencia a largas distancias. Los grandes tendones de tobillos y piernas almacenan mucha energía en cada zancada, reduciendo la cantidad necesaria para dar un paso más. Esta eficiencia máxima se cierra con el balanceo de los brazos para compensar las inercias.
Estamos diseñados para correr. Despacio, eso sí.