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SEGURO QUE TU COCHE TIENE NOMBRE
Otorgar nombres propios a objetos es algo propio de la condición humana. Lo hacemos, por ejemplo, para ganar confianza en una máquina, porque le atribuimos rasgos humanos a un coche o para sentirnos menos solos.
Casi todo el mundo le ha puesto un nombre de persona a algún objeto inanimado, ya sea un peluche, un coche o incluso a un arma. Sin embargo, aunque seguro que hay excepciones, parece claro que no todos los objetos que nos encontramos en nuestro día a día son susceptibles de recibir un nombre propio. Entonces, ¿dónde está el límite? y, lo que es más importante, ¿por qué lo hacemos?
Varios estudios indican que el hecho de que algunos objetos tengan cierta apariencia o características humanoides facilita nuestra interacción y nuestra confianza en ellos, motivo por el que tendemos atribuirle cualidades humanas a las cosas con las que más interactuamos, algo que se conoce como antropomorfismo.
La forma más común de antropomorfización de un objeto es darle un nombre humano, y por eso es más habitual hacerlo con un coche, un arma o un barco que con el tope de una puerta. Al fin y al cabo, necesitamos confiar en nuestro coche, pero no tanto en un tope.
Según explicó a 'Quartz' la lingüista Ingrid Piller, "los caballeros legendarios confiaban y defendían su vida a través de su arma y si pasabas mucho tiempo en un barco hace unos siglos tu vida estaba a merced del buque”, con lo que ponerle nombre era una forma de atribuirle a estos objetos “un gran interés por mantenernos a salvo".
Existen varios estudios realizados durante los últimos años que han abordado la cuestión de la confianza en los objetos. Por ejemplo, en uno publicado en 2014 en 'Journal of Experimental Social Psychology' los investigadores descubrieron que las personas que participaron en un experimento con varios tipos de vehículos confiaban más en aquellos que tenían características más antropomórficas.
En otro estudio más reciente publicado en 'Journal of Experimental Psychology: General' los investigadores mostraron que las personas eran más propensas a creer que un texto generado por un ordenador provenía de una mente humana si era leído por una voz humana.
Los resultados de ambos experimentos indican que, cuando observamos ciertas cualidades antropomórficas en un objeto, tendemos a verlo como más humano, lo que a su vez nos hace más propensos a darles un nombre propio.
Estos dos estudios han sido realizados por el profesor de la Universidad de Chicago, Nicholas Epley, un investigador que ha destacado por sus estudios sobre antropomorfismo y que ha tratado de entender por qué ponemos nombres propios a objetos inanimados.
En uno de sus libros sobre percepción humana, titulado 'Mindwise', Epley señala otras razones por las que podríamos antropomorfizar un objeto. El más evidente es cuando identificamos algunos rasgos del objeto con una cara humana: por ejemplo, los faros de un coche pueden ser los ojos y la parrilla delantera puede ser la boca.
Otro de los motivos para atribuir cualidades humanas un objeto, o más concretamente a una máquina, es si ésta realiza acciones de forma impredecible. Se supone que las máquinas, a diferencia de los humanos, están programadas o diseñadas para realizar acciones determinadas, y cuando fallan interpretamos esa imprevisibilidad como algo humano.
Por ejemplo, Epley señala en su libro que cuanto menos fiable es un coche, en el sentido de que falle más a menudo, es más probable que la gente le atribuya cualidades humanas y, por tanto, es más probable que le termine poniendo un nombre ¿Quién no ha insultado a su coche alguna vez por no arrancar?
Pero hay otro motivo más emocional para nombrar objetos y es sentirnos acompañados. En un estudio de 2008 publicado en 'Psychological Science', Epley señalaba que las personas que tienen menos relaciones sociales pueden tratar de compensar esta carencia conectando con animales y objetos.
Al final, la conclusión es que ponerle un nombre propio a algún objeto inanimado es algo absolutamente normal, porque esta acción está profundamente ligada a la condición humana y es parte de nuestra forma de relacionarnos con el mundo, tanto con objetos, como con personas o animales.