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LA CARNE HUMANA NO ALIMENTA DEMASIADO
Nuestros antepasados practicaron la antropofagia hace miles de años, alimentándose con la carne de otros homínidos pertenecientes a clanes contrarios, o por motivos rituales o culturales. Pero de pronto la práctica del canibalismo dejó de realizarse, para pasar a comernos los cuerpos de otros animales cazados.
Estamos en la 'Era de la alimentación healthy' en la que todo lo que está destinado a ser ingerido es analizado por nutricionistas para determinar lo saludable que es y desechar de nuestra dieta aquellos alimentos que no nos aporten beneficio alguno.
Todo esto, que hoy en día está realizado por especialistas en nutrición, ya lo hicieron muchísimos siglos atrás por nuestros antepasados con un tipo de alimento: la carne humana.
Sabido es, y múltiples las pruebas halladas en yacimientos arqueológicos o cuevas prehistóricas lo demuestran, que nuestros ancestros practicaron la antropofagia durante un periodo bastante amplio de la antigüedad. Sin embargo, hubo un momento concreto en el que dejaron de alimentarse de sus prójimos para extender su dieta a otros animales de caza o cualquier alimento que podía ofrecerles la propia naturaleza.
En algún momento de la evolución se cuestionó si este alimento aportaba algún tipo de beneficio a su dieta y proporcionaba suficiente energía para aguantar toda una jornada, todo ello teniendo en cuenta lo dificultoso que era cazar a su presa -en este caso, otro humano-.
A pesar de que hoy en día se considera el canibalismo como algo tabú, o un acto moralmente reprobable, todavía se puede encontrar alguna tribu aislada del resto de la sociedad 'civilizada' que usa la antropofagia no sólo para alimentarse sino como un ritual religioso o cultural. Por ejemplo, el conocido como 'canibalismo funerario' ha sido una práctica común en tribus africanas, o de la Amazonia, Papúa Nueva Guinea o Polinesia, en las que se comían los restos de sus difuntos como muestra de amor y respeto.
Además de estos casos -muy aislados y escasos-, hay otros también muy puntuales: individuos con algún tipo de trastorno mental que han llegado a comerse a otros de su misma especie, o momentos claves de la historia más reciente en los que durante episodios de hambruna y pobreza extrema -e incluso alguna catástrofe o accidente- ha obligado a los supervivientes a tener que alimentarse con los restos de otras personas fallecidas.
Pero, quitando esos casos, el canibalismo es ya algo extinguido. La cuestión es por qué.
Según los expertos se tuvieron en cuenta varios factores. Por una parte fue muy determinante la empatía hacia el semejante que evolutivamente empezó a aparecer en el carácter de esos ancestros. Así, la comunicación y sociabilización entre clanes ayudó a que se dejara de practicar el canibalismo como modo de alimentación entre miembros de un mismo grupo.
También se hacía cada vez más dificultoso el apresar a otro humano -por ejemplo de otros clanes- debido a que la evolución los iba dotando de mejores recursos para escapar y defenderse, siendo mucho más fácil apresar a un animal, el cual además solía proporcionar mucha más carne con la que alimentarse, además de poder aprovechar la piel para abrigarse.
Un factor importante era la gran diferencia que había respecto al poder energético que proporcionaba -que no nutricional, ya que esto último se tiene en cuenta desde hace apenas un siglo-. Según una investigación del doctor James Cole, arqueólogo de la Universidad de Brighton, publicada meses atrás en la revista 'Scientific Reports', la ingesta de carne humana ya durante el Paleolítico se realizó mayoritariamente por razones culturales, rituales o espirituales por encima de los nutricionales.
En la investigación elabora una tabla en la que se compara el valor calórico y nutricional de un homínido con el de otros animales de la época -entre los 2,5 millones de años hasta hace aproximadamente 10.000 años-. Sirviendo de baremo un varón de aproximadamente 66 kilos de peso, el aporte calórico total de toda su carne -contando músculos y vísceras- era de aproximadamente unas 144.000 calorías, lo cual lo situaba muy por debajo de los grandes animales que por aquel entonces podrían existir: un caballo superaría con creces las 200.000, un oso las 600.000 y un mamut alcanzaría la friolera de algo más de 3,5 millones de calorías.
De esta forma, en el momento en el que nuestros antepasados dominaron las técnicas de caza vieron que era mucho más rentable apresar un animal que no a otro humano, además de que les proporcionaría mucha más carne y ésta les alimentaría mucho más.
Respecto a qué sabe la carne humana, los expertos han determinado que aunque su aspecto sea como el de la carne roja –ternera, vaca o buey- debido a la gran concentración de mioglobina presente en el músculo, su sabor -según aquellos individuos que la han probado y a quienes se ha consultado- viene a ser como el de la carne magra de cerdo, aunque algo más fuerte e intensa de sabor.
También debe tenerse en cuenta la parte del cuerpo ingerida pero, sobre todo, el lugar de procedencia de la persona a quien pertenece: el modo de alimentación y vida podrá hacer que la carne de cada cual sepa de una manera u otra.