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BREVE PASEO POR EL CANIBALISMO
Puede que la idea surgiera de una larga noche de conversación con amigos o haya sido fruto de la cancelación de la serie 'Hannibal' tras su tercera temporada, pero... ¿por qué no hablar del sabor de un plato preparado con carne humana?
No nos hemos vuelto locos al hablar de canibalismo, aunque sea un tema tabú: hay multitud de ejemplos de tribus que lo han practicado y, desgraciadamente, muchos delincuentes que han probado trozos de sus congéneres y han ofrecido su testimonio.
Un estudio realizado a partir del análisis de 18 huesos humanos ha descifrado las recetas de una sociedad caníbal en México hace 2.500 años. Según la investigación, publicada en la revista 'Archaeometry', la cocinaban hervida o a la plancha con otros ingredientes como pimientos o diversos colorantes. Pero eso no da pistas sobre su sabor.
Ni la ciencia ni la ficción televisiva ayudan mucho a nuestro propósito. Tampoco vamos a ponernos en plan 'show' de medianoche y hacer un 'Yo probé la carne humana'. Aunque si hay que hacerlo, que nos pongan “el hígado con habas y una botella de Chianti”, como decía el gran Anthony Hopkins en 'El silencio de los corderos'.
El testimonio de los caníbales
Martin Robbins recopiló en 2010, en un blog de 'The Guardian', historias de asesinos en serie reales con apetitos caníbales. En primer lugar, el alemán Armin Meiwes, que concedió una entrevista a 'Spiegel' desde su celda, a la que llegó por haber comido aproximadamente 20 kilogramos de carne de su víctima. Con tal cantidad podemos afirmar que se zamparía varias partes del cuerpo al que quitó la vida. Meiwes sentenció que “sabe a carne de cerdo, quizá un poco más fuerte, pero su sabor es bueno”. No podemos decir que sea todo un 'gourmet', ¿verdad?
Su testimonio coincide con la historia del polaco Karl Denke y del alemán Fritz Haarmann, que en la década de los veinte mataron a decenas de personas y vendieron su carne haciéndola pasar por cerdo: el primero picándola y vendiéndola en frascos de escabeche con la etiqueta 'cerdo' en un mercado tradicional, y el otro en el mercado negro.
Sus historias son tan espeluznantes como la de Carl Grobmann, 'el carnicero de Berlín', que además de su enfermiza afición por descuartizar personas regentaba un puesto de perritos calientes. Todo muy 'gore'.
La analogía puede ser acertada, no solamente porque compartamos el 90% del genoma con nuestros amigos porcinos o porque, como ellos, seamos omnívoros y podamos comer de todo. También porque física y fisiológicamente nos parecemos y nuestros órganos internos son del mismo tamaño.
Otras visiones
Pero no podemos aventurarnos a decir que nuestro cuerpo cocinado sabría totalmente a cerdo, ya que cada persona tiene un gusto distinto, tanto por las sensaciones de cada lengua y cada pituitaria como por la memoria de lo que cada uno tiene de sus experiencias culinarias.
En el otro extremo están los que sostienen que sabe a ternera, entre ellos el periodista y aventurero americano William Buehler Seabrook, que pasó tiempo con tribus caníbales en África y Asia y describió su sabor en 'Jungle ways': “Es menos roja que una carne de res, con grasa de color amarillo pálido. Ninguna persona con un paladar normal puede distinguirlas de la ternera”, escribió.
No obstante, algunos afirman que la tribu donde dijo que la probó no le dejaron participar en su tradición y que donde realmente lo comió fue de un muerto en la Sorbona, según recoge un blog de 'Le Monde'. Fuera como fuere, él sostiene que su sabor no es tan fuerte como la carne de cerno.
Otro asesino, el 'caníbal de Rouen', que comió el pulmón de un compañero de prisión al que mató, afirmó a un psicólogo que “estaba tierno y bueno” y que sabía a ciervo. Para gustos, colores, como vemos.
Hemos llegado al final y no tenemos una conclusión ¿Mitad ternera, mitad cerdo? Habrá que preguntar a la tribu de los Korowai en Nueva Guinea, que sigue comiendo carne humana como rito cultural.
Quizá ellos digan lo mismo que algunos aborígenes a Diego Álvarez Chanca, médico de la segunda expedición a América de Cristóbal Colón: “La carne humana es tan buena para comer que nada en el mundo puede compararse a ella”. Poco más podemos añadir. El resto es silencio, como escribió Shakespeare. El silencio de los corderos.