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CONOCIDO COMO 'EFECTO DE LA PRIMERA NOCHE'

¿Por qué solemos descansar mal la primera noche que dormimos fuera de casa?

Ya sea durante los primeros días de las vacaciones o por algún viaje ocasional en el que tenemos que pasar la noche fuera de casa, la mayoría de personas suelen tener problemas para conciliar el sueño la primera noche.

¿Por qué solemos descansar mal la primera noche que dormimos fuera de casa? Flickr

A todo el mundo le ha pasado en alguna ocasión que, al iniciar sus vacaciones fuera de casa o salir de viaje por algún motivo, la primera noche que duerme en una cama que no es la habitual le cuesta mucho conciliar el sueño.

Echa de menos su almohada –motivo por el que cada vez son más personas los que se la llevan consigo en sus desplazamientos-, el colchón no está lo suficientemente blando o duro, las sábanas no son lo suficientemente suaves, finas o gruesas, incluso cualquier finísima estela de luz que se cuela por alguna rendija es altamente molesta. O simplemente, hay ruidos que aunque imperceptibles acaban convirtiéndose en insoportables.

El resultado de todo ello es pasar una primera noche en la que apenas se ha podido conciliar el sueño ni descansar lo suficiente.

Y es que en realidad este ‘efecto de la primera noche’ poco tiene que ver con todos esos factores externos que tanto alteran, los cuales en realidad no son más que una excusa de nuestro inconsciente para hacernos saber que nos encontramos en un entorno que no es el habitual.

Incluso los propios científicos, que estudian las alteraciones del sueño, se dieron cuenta hace unos años de que los resultados de una de las pruebas fundamentales que hacían a los pacientes con problemas de insomnio no servían de mucho en la primera noche de examen.

Se trataba de la electroencefalografía -EEG- con la que conectaban una serie de electrodos en la cabeza para registrar la actividad cerebral mientras dormían. El problema radicaba en que la mayoría de estos pacientes apenas conciliaban el sueño en la primera noche y no era hasta el segundo o tercer día cuando realmente se podía conseguir unos resultados relativamente fiables debido a que esas siguientes noches ya dormían mucho mejor.

Nuestra propia alarma de seguridad

Cuando nos acostamos en un entorno conocido –nuestra propia cama- el tiempo que necesitamos para quedarnos profundamente dormidos suele ser relativamente rápido –evidentemente, dependiendo de lo cansado que estemos, de que no hayamos tomado algún excitante como té, café o bebidas de cola, o no tengamos problemas de insomnio-.

Normalmente, al entrar en la etapa del sueño profundo -fase REM-, los dos hemisferios de nuestro cerebro se sincronizan, motivo por el que no somos conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor.

Lo que ocurre la primera noche que dormimos fuera de casa es una desincronización de ambas partes de nuestro cerebro, por lo cual mientras un hemisferio descansa –el derecho- el otro –izquierdo- se mantiene semidespierto y alerta.

El motivo: esa ocasional asimetría cerebral se produce por nuestra seguridad, debido a que parte del hemisferio izquierdo -el menos dormido- se mantiene vigilante ante cualquier posible peligro que pueda acecharnos durante la noche, ya que nos encontramos en un entorno desconocido e inhabitual.

Nuestro cerebro es consciente de que, en caso de producirse cualquier emergencia –por ejemplo un incendio o la entrada de un intruso- si estamos profundamente dormidos podríamos sufrir algún serio peligro y sobre todo, teniendo en cuenta que no estamos familiarizados con el entorno, podríamos no saber elegir rápidamente la mejor manera de salir en caso de emergencia.

Por tal motivo, nos mantenemos en semivigilia la primera noche inconscientemente, con el propósito de estar atentos ante cualquier posible peligro. Sin embargo, no sucede lo mismo a partir de la segunda y posteriores noches.

Eso sucede porque si durante la primera noche todo ha ido la parte del hemisferio que se había mantenido en alerta se relaja. A partir de entonces vuelve a descansar como de costumbre, siendo nuestro sueño más profundo, placentero y, sobre todo, reparador.

Como nota curiosa, cabe destacar que en el mundo animal varias son las especies que también utilizan la función de dormir con los dos hemisferios de forma asimétrica: herbívoros que suelen ser presa de depredadores y deben mantenerse alerta de no ser atrapados y devorados durante la noche, o animales acuáticos –por ejemplo los delfines- que necesitan salir a respirar al exterior cada cierto tiempo.