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¡DIENTES, DIENTES!

Por qué las sonrisas de niños o payasos pueden ponernos los pelos de punta

Generalmente, asociamos la risa a emociones y situaciones felices y positivas. Nos da miedo cuando la vemos o escuchamos en situaciones que no concuerdan con esta idea, como aquellas asociadas con gestos malvados.

El payaso Pennywise de 'IT' Warner Bros

En un primer momento, niños y payasos podrían parecernos dos de los seres más entrañables de este mundo. Pero basta recordar algunos de los clásicos del genio del terror Stephen King para darnos cuenta de que, en ocasiones, aquello que nos inspira tanta ternura también nos hace temblar de miedo.

Las sonrisas son un buen ejemplo de esta dualidad. A pesar de que la esgrimida por un actor con la cara pintada de blanco y nariz postiza puede resultarnos simpática—aunque hay quien les tiene auténtica fobia—, casos como el del payaso Pennywise, creado por el escritor estadounidense, demuestran que el gesto nos pone los pelos de punta en ciertas circunstancias.

Más allá de su perturbador maquillaje y el papel de malvado que tradicionalmente se le ha asignado en la ficción, existen otros factores que pueden convertir tanto la sonrisa de estos comediantes infantiles como la de los propios niños en una mueca terrorífica.

Las emociones hacen de las suyas

A nivel fisiológico, la risa y el miedo se asemejan bastante: son dos reacciones provocadas por emociones intensas que, por opuestas que parezcan, pueden aparecer de la mano. No es raro que una persona pase de gritar de terror a reírse a carcajadas al esfumarse la sensación de peligro y tampoco que nos dé la risa nerviosa cuando algo nos inquieta.

En la cultura occidental, sin embargo, las sonrisas se asocian generalmente a la felicidad y los sentimientos positivos. Por eso nos chocan las carcajadas emitidas en un contexto en el que hay maldad o se hace daño. Como bien explica la socióloga de la Universidad de Pittsburgh Margee Kerr en su libro ‘Scream: Chilling Adventures in the Science of Fear’ (algo así como ‘Grita: aventuras escalofriantes en la ciencia del miedo’), es precisamente esta disonancia o violación de nuestras expectativas lo que convierte la mueca en un gesto perturbador.

Los jóvenes protagonistas de la película ‘Los chicos del maíz’ (1984) son bastante terroríficos. | Agencias

Así, nos dan miedo los niños que actúan como si estuviesen poseídos o de forma cruel porque esta imagen no concuerda con la de inocencia y dulzura que tenemos en la cabeza. Y lo mismo ocurre con la risa en situaciones que no son ni graciosas ni felices. Cuando un personaje sonríe con malicia o de manera siniestra, nuestra mente desconfía, pues la felicidad no debería ir asociada a emociones negativas o comportamientos perversos, de ahí que deduzcamos que algo no va bien.

También por este motivo nos aterran los payasos —actores que, en principio, actúan para divertirnos— que se desternillan al observar las consecuencias de sus malévolos planes y villanos como el Joker, cuya mítica sonrisa es sinónimo de crueldad y destrucción.

El lado oscuro de la risa

Pero, incluso fuera de la ficción, una sonrisa no siempre tiene que ver actitudes o vivencias positivas. No es lo mismo, por ejemplo, reírse con alguien que reírse de alguien; pues esto último se concibe como un gesto dañino y de mal gusto. Y en otras culturas donde no está tan generalizada la relación entre risa y felicidad, esta mueca resulta turbadora y extraña.

Tampoco vemos con buenos ojos el gesto cuando es exhibido por seres que no son personas, como los robots. Una máquina riendo por su cuenta, sobre todo si se parece a un ser humano, puede poner los pelos de punto incluso al más tecnófilo. Esto ocurre porque las consideramos objetos inertes carentes de sentimientos y nos inquieta que muestren emociones o signos de inteligencia humana.

Y si no que se lo pregunten a los usuarios de Alexa que han podido escuchar al asistente virtual de Amazon partirse de risa sin motivo aparente debido a un error en el programa. Quizá sea una buena idea para el próximo Halloween: puedes ir de payaso sonriente o partirte la caja a voz en grito disfrazado de ‘software’ parlante.