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CULPA A LA BIOLOGÍA
Viajar en transporte público en verano puede convertirse en un auténtico suplicio no solo debido al calor, sino también a una consecuencia de este: el sudor de la multitud que se apiña en un vagón de metro o un autobús en hora punta puede impregnar el aire de un olor muy desagradable.
La presencia de este hedor, que no todas las personas despiden en igual medida, depende de factores como la edad, la dieta, la genética y la higiene. Sin embargo, las verdaderas responsables de la apestosa fragancia son un grupo de bacterias aficionadas a los ambientes húmedos que transforman compuestos químicos en la piel para dar lugar a moléculas olorosas. Así, las especies de microorganismos que pueblan tu epidermis marcarán el aroma que segregas.
Los análisis de estas poblaciones han desvelado que abundan, sobre todo, las corinebacterias y las de los géneros ‘Staphylococcus sp.’ y ‘Micrococcus sp.’. Sus diferentes concentraciones hacen que los perfumes pueden variar enormemente entre personas y recordar a otros olores como el de la carne, la cebolla, el queso o los huevos podridos dependiendo de los tipos más abundantes
Aunque los científicos ya sabían que estos diminutos seres eran los culpables, un reciente estudio ha logrado ir un poco más allá. El trabajo, elaborado por biólogos de la Universidad de Nueva York, concluye que las especies del género ‘Staphylococcus sp’ están involucradas en la formación de los compuestos más pestilentes.
¿De dónde viene el mal olor?
Los principales responsables del mal olor corporal son químicos volátiles, principalmente, ácidos grasos de cadena media y cadena corta y algunos esteroides. Las bacterias se encargan de producir estos y otros compuestos malolientes a través de la acción de unas encimas llamadas lipasas que ellas mismas fabrican.
En concreto, los autores de la reciente investigación han estudiado cómo las bacterias del género ‘Staphylococcus sp.’ —más abundantes en las mujeres— producen 3M3SH, una de esas moléculas pestilentes, a partir de un precursor presente en las glándulas sudoríparas de la axila.
Estos microorganismos no solo habitan en el exterior de la piel, sino también en su interior, en el cuello del folículo piloso, por donde se produce la excreción.
Los investigadores han desvelado un secreto fundamental en la transformación de unos a otros compuestos: la estructura de la proteína que permite a las bacterias reconocer y consumir ingredientes del sudor.
Entender cómo funcionan estas unidades permitiría fabricar desodorantes capaces de interrumpir el proceso y evitar que se formen algunas de las moléculas responsables del mal olor.
El papel de los desodorantes
Los desodorantes contienen diferentes compuestos que cumplen papeles distintos. Por un lado, presentan ingredientes activos (casi siempre con sales de aluminio) que actúan como antitranspirantes. Su función consiste en reaccionar con los electrolitos presentes en la secreción para producir un gel que tapona las glándulas sudoríparas y causa la contracción de los poros.
Por otro lado, estos productos incluyen ingredientes que aumentan la acidez o salinidad de la piel, de manera que las bacterias no puedan generar los compuestos malolientes. Por último, incorporan perfumes para paliar el posible hedor.
Los hallazgos de los biólogos estadounidenses podrían (en teoría) ayudar a fabricar desodorantes que actúen específicamente en las enzimas producidas por un tipo de bacterias. Sin embargo, conseguir este objetivo no sería tan fácil, puesto que la sustancia tiene que llegar a las partes más profundas de la piel, donde también habitan los microorganismos.
Mientras tanto, habrá que conformarse con los productos actuales. Y, de todas formas, aunque los malos olores no son plato de buen gusto, los expertos advierten que hay que desterrar el mito de que estos se deben a la falta de higiene o el uso repetido de la ropa. Las verdaderas culpables son las bacterias.