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IMITAR AL CUERPO HUMANO NO ES SENCILLO
Al principio, fue leche de vaca. En el siglo XVIII a algún que otro médico adelantado a su tiempo se le ocurrió hacer transfusiones del líquido blanquecino a pacientes con tuberculosis o cólera. Si bien va estupendamente con el café, la bebida en vena no sentó muy bien a los receptores, que murieron poco después.
Por peregrina que parezca, la idea de los doctores no era otra que proporcionar a los enfermos un fluido similar a la sangre. Desde hace más de cuatro siglos, médicos de diferentes épocas han probado mejunjes diversos, desde sangre de animales a cerveza u orina. Si bien sus primeros impulsores no escogieron la opción correcta, tampoco sus predecesores han logrado dar con la receta idónea para imitar el líquido carmesí que circula por nuestras venas.
Fabricar sangre sintética en laboratorios permitiría cubrir la enorme demanda de transfusiones sanguíneas en todo el mundo. Desde tratamientos contra el cáncer hasta trasplantes de órganos, pasando por algunos partos, son muchas las intervenciones médicas que requieren de un aporte de sangre para el paciente.
Además, supondría importantes beneficios económicos para sus descubridores. Se estima que el mercado de la sangre artificial podría estar valorado en 15.600 millones de dólares (unos 14.000 millones de euros) en el 2027 si llegaran a existir empresas que la desarrollen y distribuyan por todo el mundo.
Pero no es nada fácil plagiar el contenido de la sangre humana en un preparado sintético: el elixir está compuesto por diferentes tipos de células vivas que cumplen funciones muy específicas en el organismo.
Un cóctel complejo
Ente otras tareas, la sangre se encarga de llevar los desechos celulares a los riñones, distribuir anticuerpos y hormonas y taponar rápidamente las heridas para evitar infecciones y acelerar la cicatrización. Sus principales ingredientes son proteínas, sales, plaquetas y glóbulos blancos y rojos diseñados para transportar oxígeno y nutrientes a través de las venas y arterias que recorren unos 97.000 kilómetros a lo largo de todo el cuerpo humano adulto.
Una de las responsables de estas funciones es la hemoglobina (el componente principal de los glóbulos rojos), una proteína compleja esencial para la vida que transporta oxígeno en seres vivos tan dispares como los lagartos y los gusanos nematodos, como el anisakis.
En un intento por encontrar una alternativa, algunos médicos probaron en los años 70 y 80 con unos compuestos sintéticos llamados perfluoroquímicos, habitualmente utilizados en envases o recubrimientos. Sin embargo, aunque son capaces de transportar oxígeno, no son tan eficientes. Por no mencionar los graves efectos secundarios que sufrieron los pacientes de los ensayos clínicos (problemas cardiovasculares, bajo recuento de plaquetas… ).
Otra estrategia bastante más prometedora ha sido la fabricación de sustitutos de la sangre a base de hemoglobina creada artificialmente. No obstante, a pesar de haberse desarrollado diferentes fórmulas desde los años 30, ninguna ha conseguido acercarse siquiera a la aprobación por parte de las autoridades sanitarias debido a sus efectos tóxicos.
Glóbulos rojos de imitación
Hoy en día, los investigadores disponen de sofisticadas herramientas derivadas de campos como la nanotecnología o la ingeniería de materiales y siguen otra estrategia. En lugar de buscar un preparado de la sangre en su conjunto, tratan de desarrollar sus componentes por separado para conseguir productos que puedan ser utilizados en lugares donde no lleguen las transfusiones, como barcos o la estación espacial internacional.
Mientras que algunos expertos han creado glóbulos rojos artificiales que transportan cargas de hemoglobina purificada proveniente de donaciones de sangre, otros se han decantado por imitar la función cicatrizante de las plaquetas a partir de nanopolímeros sintéticos combinados con proteínas.
Sin embargo, ninguno de los productos ha pasado aún de las primeras etapas de ensayos preclínicos. Así que, de momento, la sangre artificial sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la ciencia moderna.