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LAS RESPUESTAS CIENTÍFICAS A LOS ÓSCULOS

Radiografía del amor: por qué nos besamos

El beso, además de su evolución social, es un mecanismo de selección de pareja. Y, en origen, una forma de alimentación.

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Cuando era pequeño y me colaba entre los dos rombos del sábado noche me preguntaba por qué dos personas soplándose por la boca sentían placer y se entregaban a una pasión infinita mezclada con baba y dientes.

Frotarse como simios con la misma cosa con la que comes, bebes o chupas no tenía ningún sentido estético ni práctico para un ingenuo de mi edad. ¿Por qué no se frotan los codos? ¿o las orejas? En general cualquier niño piensa lo mismo. Hasta que la naturaleza, la ciencia y el inevitable desarrollo te regala las deseadas respuestas.

Pero el beso no es ni mucho menos un capricho adulto. Y los niños tienen mucho que contar en su origen. Hace mucho, muchísimo tiempo -cuando aún no existían las batidoras- las mamás trituraban la fruta y la comida con sus molares para fabricar la papilla que suministraban a sus bebés en una especie de beso nutritivo esencial. Como hacen las aves todavía hoy. Este pequeño gesto iba cargado de cariño maternal, roce y el alivio del hambriento. Cuando la comida escaseaba la mamá consolaba al niño con el mismo gesto para entretener al pequeño mientras llegaran las viandas. A pesar de nacer de esta necesidad, el gesto siempre ha estado cargado del cariño que sólo nuestra especie sabe dar. Hasta hoy.

La evolución aprovechó el nacimiento de ese vector de contacto para mejorar los criterios de selección de pareja mediante el intercambio químico y olfativo. La filematología es la disciplina científica que se encarga de estudiar todo esto. Cuando un hombre besa a una mujer le regala una dosis de testosterona mezclada con su saliva. Provocando la excitación y aumentando la líbido de ambos, lo que les predispone para ‘llamar a la cigüeña’. Pero hay más. La mujer elige instintivamente a su pareja por el olor y el sabor. Y el beso ayuda a confirmar sus sospechas ¿cómo?

La clave es el Complejo Mayor de Histocompatibilidad (CMH). Un conjunto de genes fundamentales en la defensa inmunológica. Cuanto más variado y rico sea esta combinación mejor protección para el rompecabezas evolutivo. Por eso la mezcla de individuos de distinto CMH mejorará irremediablemente la resistencia inmunológica de sus descendientes, y al revés. Hay correlación entre abortos espontáneos y grupos de CMH similares en parejas genéticamente incompatibles. Adaptarse, besarse o morir.

Y llegó el concurso de las camisetas mojadas. En el año 1997, el científico suizo Claus Wedekind se propuso demostrar esta teoría del sudor y del olor. Se pidió a 44 hombres que llevaran tres días seguidos la misma camiseta. Fueron 49 mujeres las que se encargaron posteriormente de la singular ‘cata’. El resultado demostró que las preferencias olfativas de cada mujer eran inversamente proporcional a la similitud entre su grupo de CMH y el del dueño de la camiseta elegida. Pero esto no es todo, las mujeres a los que el olor de alguna prenda les recordaba a los de su pareja tenían menos alelos de CMH en común, confirmando la buena disponibilidad de su elección natural previa. Por todo ello el beso y el acercamiento se demuestra como una herrramienta evolutiva eficaz. Salvo que ella esté muy resfriada, claro, entonces no elijas a tu pareja por un beso.

¿Y si facilitamos la tarea y te brindamos un conjunto de posibles parejas con los genes CMH más compatibles antes de tener que besarlas o conocerlas? Esto es lo que pensó el ingeniero Eric Holzle para diseñar la red social de contactos perfecta: ScientificMatch.com. Sin fallos ni interminables cuestionarios de afinidad. La inscripción incluía un pequeño algodón que se enviaba a los laboratorios con una muestra del sudor facial para elaborar tu perfil genético. Una vez analizado el sistema te enlazaba automáticamente con los perfiles más armoniosos con tu CMH. El problema y el fracaso de este experimento social fueron los 2.000$ que costaba elaborar tu cartilla de presentación genética. Mejor una discoteca.

Seguro que ya te has preguntado ¿y cómo se adapta en los homosexuales este mecanismo de selección hormonal tras el beso? También la ciencia lo ha estudiado y publicado en la revista científica estadounidense PNAS. Los gais (hombres) reaccionan igual que las mujeres a la testosterona del beso, aumentando su líbido, además no son sensibles a la feromonas femeninas como los hombres heterosexuales. El estudio demuestra que las reacciones a las feromonas no están relacionadas con el sexo sino más bien con la preferencia sexual. La naturaleza también es sabia en la adaptación de sus mecanismos de relación.

Pero esta evolución del ósculo no lo ha tenido fácil para encontrar un mecanismo de emparejamiento y reproducción eficaz. El beso bucal hombre-mujer como estándar de nuestra especie es una modernidad del folclore más bien reciente. Durante el siglo IV a.C., los griegos sólo permitían besos en la boca entre padres e hijos. En la Escocia medieval, el padre besaba los labios de la novia tras casarse para dar su bendición. En la Inglaterra de la época se besaba en la boca y por educación hasta a los gatos de tu anfitrión. Es decir, los famosos vectores de intercambios hormonales con fines reproductivos son un difícil recurso secundario y adaptativo. El beso es más la quintaesencia del placer orgánico sin importar sexo, condición o especie. Señalar solo las virtudes de un beso reproductivo o porque se pierden 23 calorías dándolo es como decir que el tabaco es bueno porque su humo ahuyenta a los insectos.

En general el beso con fines no reproductivos corresponde a una necesidad imperiosa de identificar a los miembros de tu tribu con un toque de cariño. Rozando suavemente las narices esquimales o acercando tus labios a la mejilla de tu sobrino confirmas mediante los mismos mecanismos olfativos utilizados para el instinto sexual que pertenecemos al mismo clan. En Mongolia directamente los padres no besan, huelen la cabeza de sus hijos.

La excepción violenta e inexplicable de este beso tribal la encontramos entre los habitantes de las islas Kiriwina, en Nueva Guinea. Como contaba el historiador Bronislaw Malinowski “Ellos no lo llaman beso”. Comienzan tibios como los esquimales frotando sus narices, pero acaban a dentelladas, intercambio de saliva sanguinolenta y mordiscos de pestañas.

No todo es tan mágico o tan trágico. El intercambio de alientos trae consigo también el intercambio de bacterias. En solo unos segundos más de 300 tipos de bichos cambian de hogar entre dos amantes sanos. Si hay caries, placas o enfermedades respiratorias se multiplica por 10 esta cantidad. Pero en estos casos la naturaleza vuelve a ser sabia. No apetece besar con un trancazo de caballo y necesitarías una traqueotomía para poder respirar. Del mismo modo que no apetece tampoco abrir los ojos mientras juntas los labios con tu pareja, es un mecanismo de protección contra la luz por la dilatación de pupilas generadas en el baño de oxitocina.