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Si quieres ser feliz, no lo intentes
Los estadounidenses están orgullosos de que la búsqueda de la felicidad sea uno de los "derechos inalienables" que se incluyen en su Declaración de la Independencia. Pero dice Mauss que convendría incluir una nota al pie explicando que para vivir contentos lo mejor es quitársela de la cabeza. Que intentar ser feliz es en sí mismo garantía de fracaso. Sobre todo porque, según su investigación, las personas que persiguen intensamente la dicha se sienten más solas en contextos que favorecen la felicidad y disfrutan menos de los buenos momentos, seguramente por exceso de expectativas y por "mirarse demasiado el ombligo".
Y por un cambio en la percepción del paso tiempo también, añaden ahora desde la Universidad de Rutgers (EE UU). Aekyoung Kim acaba de sacar a la luz un estudio que demuestra que quienes se ponen la felicidad como objetivo tienen la sensación permanente de que les faltan horas en el día, y eso les genera una angustia incesante.
Lo peor es que, como consecuencia, acaban cometiendo un doble error. En primer lugar, invierten en cosas materiales en vez de en experiencias para no consumir el poco tiempo del que disponen, aunque está demostrado que hacer nos hace más felices que tener. Y en segundo lugar, no se implican en actividades de ayuda a otros o de voluntariado. A pesar de que el proverbio chino de que "si quieres ser feliz durante una hora, duerme la siesta [...] si quieres ser feliz durante toda la vida, ayuda a los demás", está científicamente probado.
Además existe un problema de definición. "La felicidad es mucho más que sentir placer y evitar el dolor", aclara Maya Tamir, de la Universidad Hebrea de Jerusalén (Israel). "Se trata de tener experiencias significativas y valiosas, incluyendo todo tipo de emociones, agradables pero también desagradables", matiza la investigadora. Sabe de lo que habla. En un estudio intercultural con 2.314 estudiantes de ocho nacionalidades distintas comprobó que sentir enfado u hostilidad cuando la situación lo exige no solo no resta felicidad, sino que hasta contribuye a que nos sintamos dichosos. Si hubiera una fórmula de la felicidad, Tamir tiene muy claro que incluiría unas dosis de odio, ira, hostilidad y otras emociones etiquetadas como "negativas".