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LOS NECESITAMOS PARA DESCRIBIR OBJETOS

El pueblo donde no existe el azul: damos nombre a unos u otros colores según dónde vivamos

Aunque las personas podemos distinguir un amplio abanico de tonalidades, sólo hemos incluido en nuestro vocabulario una pequeña parte que varía en función del idioma. Según algunos investigadores, ponemos nombre a los colores cuando los necesitamos para hablar de los objetos que nos rodean.

Aunque te parezcan que son demasiados los nombres de colores que existen, quedan millones por bautizar Maciek Lulko I Flickr

Rosa palo. Rosa fucsia. Rosa chicle. Magenta. Puede que a más de uno se le atraganten los nombres de las variedades que tienen algunos colores o que ni siquiera sepan distinguir el turquesa del azul aguamarina. Sin embargo, deberían estar aliviados porque no existen calificativos para los millones de tonalidades diferentes que pueden captar nuestros ojos.

Aunque vemos un mundo policromo, los humanos sólo hemos puesto nombre a un puñado de colores. La mayoría de idiomas de países industrializados incluyen once colores básicos que a nadie se le escapan: negro, blanco, rojo, verde, amarillo, azul, marrón, naranja, rosa, morado y gris. Pero no ocurre lo mismo en otras culturas. El berinmo, un lenguaje de Papúa Nueva Guinea, tiene cinco, y en tsimane, que habla un pueblo indígena de la Amazonía boliviana, hay tres (negro, blanco y rojo).

Esta variedad lingüística ha inspirado diferentes investigaciones que tratan de encontrar respuestas a los interrogantes que plantea. ¿Es que ciertos colores destacan más que otros? ¿Por qué algunas sociedades no tienen palabras que designen el amarillo o el azul?

A diferencia del castellano, en algunos idiomas solo existen palabras para un par de colores: el blanco y el negro | Adrian Scottow I flickr

Entre los primeros en ahondar en este asunto se encuentran los lingüistas Brent Berlin y Paul Kay, quienes analizaron en los años '60 las palabras referentes a tonalidades usadas en 20 idiomas distintos. Encontraron algunos patrones comunes que indicaban la existencia de una especie de escala de importancia de los colores. Según sus conclusiones, las sociedades comienzan poniendo nombre al blanco y al negro para después ir sumando términos en un orden que se repite: rojo, verde, amarillo, azul, marrón…

No obstante, cuando estos dos expertos estadounidenses tenían en cuenta un mayor número de idiomas minoritarios, aparecían excepciones que no podían justificar. Tampoco lograron explicar por qué las culturas más industrializadas incluyen más colores en su léxico, cuando pueden ver exactamente los mismos que las de países menos desarrollados.

Las rosas son rojas, el mar es azul…

Más recientemente, otros investigadores han propuesto una teoría alternativa a la de Berlin y Kay basada en la necesidad que tenemos de comunicarnos de manera eficiente. Es la idea que refrenda el trabajo de un equipo de científicos del Laboratorio del Lenguaje del MIT: que inventamos palabras para designar colores porque queremos hablar sobre los objetos que los presentan.

Estos expertos en lingüística y ciencias cognitivas han estudiado en primer lugar, qué colores tienen una mayor carga de significado. Para ello, pidieron a los participantes en un experimento que seleccionaran de una amplia paleta el tono que mejor representase, a su juicio, el azul, el verde, el rojo y demás tonalidades. Sus resultados sugieren que los hablantes de más de un centenar de idiomas, incluyendo el español, tienen más facilidad para identificar los colores cálidos (rojo, naranja, amarillo) que los fríos (azul, verde).

El estudio sugiere que colores como el rojo y el naranja tienen mayor carga comunicativa | Simon Kellogg I Flickr

Una vez descubierta esta tendencia, siguieron tirando del hilo: si nos resulta más fácil distinguir entre los colores cálidos, ¿no será porque los necesitamos más a menudo para describir las cosas que nos rodean?

Para responder a esta pregunta, analizaron los píxeles de fotografías de una base de datos utilizada para entrenar sistemas de visión artificial. Observaron que la mayor parte de los objetos presentes en las instantáneas tenían precisamente colores cálidos, mientras que el fondo -el cielo, la hierba, el agua, la tierra...- solía presentar tonos fríos. De ahí que nos cueste menos identificar los primeros.

Su hipótesis también sirve para explicar por qué con la industrialización de una sociedad aumenta la variedad de colores en su léxico. La tecnología permite fabricar nuevos pigmentos y utilizar tonalidades diferentes que necesitan un nombre -un vestido rosa palo o un iPhone oro rosa-.

Asimismo, según esta idea, tiene sentido que hayamos bautizado como naranja a una fruta o que la palabra azul provenga del nombre del 'lapislázuli' en persa. O que el rosa chicle solo se utilice allí donde existe la goma de mascar.

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