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LA DEFENSA DE DIOS COMO CREADOR Y SU PAPEL EN LA EDUCACIÓN EN EEUU
El mundo evoluciona al ritmo de la ciencia y tecnología, no de la religión. Hace 30 años, cuando yo estudiaba en los Claretianos, se enseñaba -como ahora- que todo lo inexplicable es obra de un ser superior, pero también aprendíamos a contar los guisantes de Mendel en clase de Ciencias Naturales. Hoy ya están aprendiendo sobre los neutrinos y el LHC. La verdad en mi colegio era una elección que dejaban a merced del alumno dócil y subyugado, pensando en pescar a los más cándidos e ingenuos para la causa. Los curas aprendieron que la imposición era el camino equivocado que provocaba la disidencia activa y radical contra la causa. Y aquí estoy yo escribiendo sobre el creacionismo para verificarlo.
Pero ahora todo ha cambiado. La pérdida de cuota mística y expansión del escepticismo sensato obliga al fanatismo religioso a tratar de imponer unos principios tan caducos como absurdos para no perder mercado. Obliga a la Iglesia a imponer sus cuotas al Estado para defender un territorio medieval a punto de ser invadido por el sentido común. Obliga a imponer un sistema educativo rancio, sexista y obsoleto para no perder piezas del rebaño. Obliga a los republicanos de Kansas a redactar una ley que permita a los padres sacar a sus hijos de las clases de ciencia donde se explique la teoría evolutiva.
La ciencia, por contra, no obliga nada, sólo expone sus evidencias para dejar en ídem las imposiciones basadas en estertores de fe. Lo que explica la evolución mediante indicios y evidencias fósiles incompletos pero conjeturables, el creacionismo lo resuelve solo con cuentos mágicos sin discordia. Para imponer algo hay que tener una base sólida o enseñarlo en las escuelas a cerebros crudos, porque la carga de la prueba bíblica ya no es suficiente para mayores de 13 con acceso a Google: creemos entonces parques temáticos para poder convencerles.
El que sigue es un compendio de razonamientos creacionistas que dan la vuelta al mundo y que os dejarán con la boca abierta. Un manual de su doctrina que puebla los libros de texto de colegios, institutos y centros escolares de medio mundo en busca de cabezas de serrín.
Mi profesor de Ciencias Naturales de EGB era un respetable cura de la calle, sin uniforme ni alzacuellos, que no pasaba del metro cincuenta pero que podría matarte sólo con media mirada. Su credibilidad nunca estuvo en entredicho porque no recuerdo haberle oído hablar nunca de Dios en clase. Sabía que las contradicciones arruinarían su parcela.
Convencido estoy también que hoy se revolvería de su tumba al saber que en el 25% de los colegios norteamericanos se enseña que los dinosaurios y los hombres cazaron juntos y convivieron durante años como mascotas y animales de compañía. Que el mundo y las estrellas apenas tienen 7.000 años o que, como existe la ley científica de que la vida viene de la vida, toda vida en el universo procede, como consecuencia, de un ser vivo creador. ¿Y quién creó a ese ‘ser vivo’ primigenio?
El problema de base ya no es el contenido o la lógica de sus argumentos, sino la formación de los que los enseñan —el 16% de los profesores de ciencias norteamericanos son creacionistas—, así como la interpretación surrealista que hacen de sus conocimientos.
Hay muchos museos del creacionismo por el mundo, tan jóvenes e inestables como la doctrina que intentan inculcar. Un esperpento indigno hasta para un solo pelo de la barba de Darwin. Dieciséis museos sólo en los Estados Unidos, 21 a lo largo de todo el planeta. Ni siquiera en las entrañas Vaticanas —donde cocina la Congregación para la Doctrina de la Fe— se da credibilidad al Génesis desde hace más de dos siglos, pero la laxitud de sus principios permite la interpretación zafia de los cuentos bíblicos con la misma manga ancha que esconden sus pecados. El rebaño es el rebaño.
En el Museo creacionista de California una maqueta nos enseña cómo los dinosaurios subían al Arca de Noé. Este axioma creacionista me vuelve loco. Según la Biblia y sus literalistas, dos de cada clase de vertebrado terrestre fueron traídos por Dios al Arca. Una embarcación de apenas 133 metros que dio cabida a 125.000 especies, algunas de decenas de toneladas. Además de no dominar la evolución, se desprecian las matemáticas, la física y los conocimientos básicos de ingeniería. Y se enseña a los niños.
El museo creacionista de Kentucky es aún mucho peor. Puedes subirte a un Triceratops tal como lo hicieron Adán y Eva, con su monta y cinchas de cuero para pasear por el jardín del Edén. Allí se pone en entredicho constantemente la palabra del científico (hombre) frente a la palmaria palabra de Dios. Son 70.000 metros cuadrados para mayor gloria de su director, Kem Ham, el sumo estandarte antievolucionista del planeta. Un ‘museo’ construido, paradójicamente, muy cerca de Big Bone Lick, el mayor depósito de fósiles de Norte América y con un lema cinematográfico que invita a las palomitas: ”Prepárate para creer”.
En Octubre de 2012 un grupo de ateos y escépticos visitaron tan insigne museo. Intrigados y movidos por su innata capacidad para desarrollar el pensamiento crítico y por su afán por documentar y razonar las teorías y propuestas de Ham. No os perdáis el video (con subtítulos) de la experiencia.
El material creacionista es fundamentalmente pedagógico para poder rentabilizar su proselitismo. A veces es tan sumamente inverosímil que hace falta que una entidad de cierta reputación online confirme su autenticidad para terminar de desencajar tu mandíbula. El siguiente es un examen de un colegio privado y creacionista de Carolina del Sur.
También hay libros sorprendentes. Manuales creados por Universidades creacionistas como la Bob Jones, también de Carolina del Sur, para sus escuelas asociadas. El siguiente es un extracto de ‘Sciencie 4 para escuelas cristianas’. Con las primeras cuatro palabras es suficiente.
Pero si hay un argumento verdaderamente ridículo para defender el diseño inteligente es el de la ‘banana celestial’. El plátano es la prueba de la existencia de Dios porque su diseño es absolutamente premeditado. Es ergonómico, su color nos avisa de cuándo podemos consumirlo, tiene la forma de la boca humana, dispone de una pestaña en su extremo para ser abierto y su sabor, encima, es irresistible.
Como no es casualidad la adaptación y evolución de un fruto a su hábitat entonces Dios existe y el plátano es su creación y la pesadilla del ateo… del higo chumbo ni hablamos. “Al sexto día Dios creó al hombre…” con un plátano en la mano.
El resumen para un escéptico del debate creacionista y que no atienda a los argumentos de ambas partes puede posicionarse simplemente distinguiendo la estrategia argumental de ambos. Mientras que el científico recopila las evidencias y los hechos para más tarde sacar sus conclusiones (equivocadas o no), el creacionista define siempre primero las conclusiones irrefutables para luego inventarse las evidencias bíblicas o mitológicas que las defiendan. Con el comodín de la fe por si fallan todas ellas. No hay nada que discutir.