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EL PLAGIO TAMBIÉN ES RELATIVO
Durante décadas muchos historiadores estuvieron convencidos de que Einstein plagió la relatividad general y la hizo pasar por suya, pero en realidad no fue exactamente así: la historia es más compleja, pero nos enseña de forma brillante que los genios también son humanos.
La idea de que Einstein no fue el padre de la relatividad general no es “historia ficción”, sino que ha sido una preocupación de muchos historiadores de la ciencia durante décadas. La alternativa no era que Einstein había sido un mindundi de pelazo irrepetible, sino que, en un momento determinado tras diez años de trabajo infructuoso, había visto la posibilidad de cerrar su proyecto con el trabajo de otra persona... y, bueno, lo había plagiado. De hecho, conocemos a esa persona: David Hilbert, uno de los matemáticos más importantes del siglo XX.
Einstein fue un físico tremendamente original: sus ideas eran aparentemente sencillas, pero para llevarlas al campo física necesitaban una matemática que no dominaba. Vamos, que el desarrollo de las teorías, ecuaciones y conceptos necesarios para dar forma su forma de ver el campo gravitacional eran un berenjenal tremendo.
Desde 1907, un poco después de su “año milagroso”, el físico judeoalemán estaba tratando de crear una teoría relativista de la gravedad. Ya para 1912-13 había renunciado al espacio-tiemplo tal y como solía concebirse. Pero no daba con la tecla.
Eso fue así hasta que en verano de 1915 dio una serie de seis conferencias en la Universidad de Gotinga, la misma donde Hilbert era profesor. De hecho, Einstein se quedó con la familia de Hilbert y pasaron muchas horas discutiendo sobre los problemas que se estaba encontrando para llegar a la relatividad general.
La empresa era tan emocionante (nada menos que reescribir las leyes del universo) que hasta un matemático tan poco dado a los tonteos con otras ciencias como Hilbert se implicó en el proyecto. Los intercambios entre los dos se hicieron muy intensos, hasta el punto de que Einstein, al darse cuenta de que había estado equivocado al centrarse en su trabajo casi como un ermitaño, dejó de cartearse con todos menos con Hilbert.
Pero conforme la cosa tomaba forma, Einstein empezó a ponerse nervioso. Hilbert parecía “demasiado implicado” y comenzó a tener miedo de que se le adelantaran. Esto, como bien sabemos, es algo muy típico: aunque llevaba más de 30 años en ello, Darwin no publicó su trabajo hasta que recibió una carta de un joven naturalista, Wallace, en la que se exponía la teoría de la selección natural.
Sabemos que en noviembre de 1915 Hilbert envió sus últimas ecuaciones y que, apresuradamente, Einstein presentó la teoría de la relatividad general en la Academia de Ciencias de Berlín y publicó un artículo que ya es mítico. Aquí viene lo interesante: ese artículo se publicó el 25 de noviembre, pero cinco días antes (según figura en los archivos bibliográficos) Hilbert había mandado un artículo en el que se trabajaba con esas ecuaciones. Ese artículo (por cuestiones editoriales) no se publicó hasta el año siguiente, lo que explica (según algunos historiadores) que el mérito se lo llevase Einstein en solitario.
Es más, según muchos de estos historiadores, las cartas que escribió el físico al matemático están llenas de justificaciones para dejar claro que él había llegado antes a esas conclusiones. Algo curioso, como dicen los mismos expertos, porque sólo en aquellos meses de 1915, y en pleno debate con Hilbert, había sido capaz de encontrar la solución de un problema que lo había perseguido casi una década.
A Einstein le preocupaba tanto el asunto que llegó a escribir cartas acusando a Hilbert de querer “ser partícipe en ella astutamente”. ¿Era posible que el físico más grande de la modernidad hubiera plagiado al matemático de Gotinga y que luego hubiera querido deslegitimarlo?
Durante décadas muchos historiadores estaban convencidos de que sí: Einstein había visto las ecuaciones y se había adelantado a Hilbert de mala manera. Las cifras y la actitud de Einstein cuadraban con esta teoría... pero era demasiado buena para ser cierta.
En 1997, y tras años de cotejar los archivos de ambos investigadores, John Stachel, Jürgen Renn y Leo Corry publicaron un artículo en el que dejaban claras dos cosas: una, que el artículo de Hilbert se envió realmente el 6 de diciembre (dejando tiempo para que estudiara las ecuaciones einsteinianas); dos, que las ecuaciones que Hilbert había mandado a Einstein no incluían en ningún caso las de la teoría general de la relatividad. Se había quedado cerca, pero no lo suficiente.
Es decir, analizando cuidadosamente los documentos, Stachel, Renn y Corry descubrieron que Einstein no se había comportado como un plagiador, sino que más bien se había comportado como un histérico. Al ver que Hilbert estaba muy cerca, se apresuró a publicar su trabajo. Como no sabemos si el error en la fecha de envío de Hilbert fue accidental o intencionado, no sabemos si la histeria de Einstein estaba justificada. Pero no pasa nada: tras aquellos meses de mal rollo, los dos mantuvieron una relación cordial.
Volvemos, pues, a uno de mis temas favoritos: cómo los motivos extracientíficos (las relaciones personales, los miedos, los celos, los problemas de comunicación) dan forma a algunas de las teorías científicas más alucinantes que hemos desarrollado. No está de más recordar que los genios también son humanos.