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LOS SUICIDIOS BAJARON UN 10% EN EL BOSQUE
Una señales ha logrado convencer a decenas de personas para que no se suiciden y, además, les ha incitado a ponerse en manos de especialistas. Se trata de este cartel que se encuentra a la entrada de Aokigahara, el Mar de árboles o bosque de los suicidios, a los pies del monte Fuji, en Japón. El anuncio reza escuetamente:
“La vida es un don precioso de tus padres. Por favor, piensa en tus padres, tus hermanos y tus hijos. Por favor, no se preocupe por su dinero. Hable con nosotros”. Eso seguido de un número de teléfono de un servicio de consulta de la Policía de Tokyo abierto las 24 horas
Antes de su colocación el bosque tenía una tasa media que se acercaba a los 100 suicidios anuales, con otros 500 casos de tentativas, una de las peores concentraciones del planeta. Las cifras bajaron un 10% con la señalización del bosque. Hasta 2010 las estadísticas eran públicas, pero tras una decisión de la prefectura local decidieron no promocionar las cifras para disminuir el efecto llamada, lo que confirma también la preocupación de las autoridades.
El bosque de los suicidios es uno de los lugares más lúgubres del globo. Noy hay leyendas que superen la realidad de su triste imagen. El lugar es un imán para las mentes vacías de autoestima. Está muy cerca de la ciudad de Tokyo, donde la familia del suicida tendría que pagar las consecuencias de los actos de un autocondenado que decidiera quitarse la vida lanzándose a las vías del tren. En el bosque todo es gratis… y oscuro. La densa vegetación crecida sobre lava solidificada fabrica recodos en penumbra constante donde los suicidas buscan el cobijo eterno que no encuentran en su odiada rutina diaria.
La policía organiza batidas frecuentes en sus 3.500 hectáreas para limpiar la zona de muerte y todo su rastro. Ahorcados, envenenados, regueros de blister y pastilleros, notas de suicidio, poemas, documentación, cuerdas enredadas en los árboles, coches abandonados...
Hoy hay cámaras de seguridad en la entrada para el control de los visitantes. Hasta hace poco era muy frecuente encontrar esqueletos colgando de árboles como atracción turística siniestra que ha sobrevivido a décadas de olvido. Internet está inundado de fotos macabras que alimentan el morbo y las justificaciones pseudocientíficas del fenómeno.
¿Tiene alguna explicación sobrenatural la concentración de suicidas en la zona? Rotundamente no. Las historias de magnetismo o fuerzas telúricas que bloquean los GPS e impiden salir a los visitantes son una patraña. Los dispositivos a veces fallan porque la cubierta forestal es densísima, como en un garaje. El resto es parte del mito y la leyenda que rodea a un lugar donde simplemente se aglutina la desgracia, como pasa en el Golden Gate de San Francisco o en las cataratas del Niágara.
El efecto llamada es una constante. El suicida tiene querencias hacia los lugares donde sus semejantes han tenido éxito. Se evitan un problema. La conducta de imitación es una manifestación lógica en estas mentes débiles incapaces de razonar con solvencia. Eso, unido a las características del sitio -oscuro, silencioso, solitario, cerca de un lugar sagrado como el Monte Fuji y de fácil acceso desde una gran ciudad- hacen posible la supuesta leyenda. No hay nada más. Pero lo que hay es tan conocido para los futuros suicidas que ya es de por sí un gran problema que se agrava con otros contextualizados como la crisis financiera o el tsunami de 2011.
Pero… ¿y cómo empezó todo?
La primera llamada la realizó en 1960 una novela del escritor japonés Seichō Matsumoto llamada 'Kuroi Jukai' o 'Árboles del Mar Negro'. Se trata de una ficción de misterio donde una mujer acaba suicidándose en el bosque del mismo nombre. Aunque la fama de sitio lúgubre y oscuro ya la tenía puesta desde siglo pasado por las características del bosque la segunda llamada, la de confirmación, apareció en 1993: el completo manual del suicidio, de Wataru Tsurumi, (más de un millón de copias vendidas en Japón) recomendaba el Mar de árboles como el lugar perfecto para morir. El libro ha sido encontrado al lado de muchos de los cadáveres. El resto de gasolina está en internet.
La mejor forma de combatir el fenómeno es la disuasión. Con carteles o con decenas de vecinos que son instruidos por la policía local para abalanzarse sobre los sospechosos y ofrecerles información, ayuda y, sobre todo, cariño. Como el de Azusa Hayano, un geólogo de 66 años que ha pasado gran parte de su vida como guarda del bosque más difícil del mundo. Ha visto y encontrado cientos de cadáveres esparcidos por la zona, pero sobre todo ha charlado y convencido a muchos de los que vienen con intención de probarse. "Me siento con ellos, pongo mi mano sobre su hombro, y estoy allí... como un ser humano más".