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UN MICROCLIMA URBANO
Más de la mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades repartidas por todo el planeta. La alta densidad de habitantes provoca que también se concentren en los entornos urbanos gran parte de las actividades humanas: sistemas de transporte (público y privado), viviendas, industrias, etc.
Como consecuencia, las metrópolis reúnen una serie de factores que explican la existencia de unas condiciones de temperatura y humedad distintas a las registradas en las zonas rurales. En general, este microclima propio se caracteriza por una temperatura ligeramente superior a la de sus alrededores. Una diferencia que aumenta con el tamaño y a medida que nos acercamos al centro.
Aunque este fenómeno, conocido como isla de calor, se ha estudiado bastante, un equipo de investigadores holandeses y británicos ha demostrado recientemente un curioso efecto producido por esa particular atmósfera urbana: la formación y persistencia de nubes durante los meses cálidos del año.
Según explican los científicos en un estudio publicado en Climate and Atmospheric Science, al analizar las condiciones en París y Londres, observaron que el calor desprendido por los edificios da lugar a corrientes de aire ascendentes que arrastran la humedad y provocan la creación y acumulación de nubes.
“Esperaríamos que hubiera menos nubes sobre las ciudades porque la falta de vegetación tiende a secar la atmósfera”, ha señalado Natalie Theeuwes, coautora del trabajo e investigadora en el Departamento de Meteorología de la Universidad de Reading (Reino Unido). Sin embargo, las mediciones revelaron que la cobertura de nubes durante los meses de primavera y verano es entre un 5 % y un 10 % mayor en las ciudades que en su entorno rural.
Causas del microclima urbano
En las grandes metrópolis se produce un efecto invernadero, de manera que se acumula energía solar durante el día. Como ocurre en el resto de la superficie terrestre, ese calor debería perderse por la noche, pero la atmósfera contaminada hace que se forme una cubierta de gases y partículas que impide su salida.
Además, las ciudades absorben gran cantidad de calor. La concentración de grandes edificios hace que se multipliquen las superficies que pueden recibir y almacenar energía solar. Los materiales que abundan en las ciudades (asfalto, cemento, etc.) también contribuyen a ello: absorben lentamente energía por el día y la liberan gradualmente por la noche, produciendo una elevación de las temperaturas diarias y una reducción de la diferencia de temperatura entre el día y la noche.
Este calentamiento de las superficies hace que el aire en contacto con ellas también se caliente, se expanda y ascienda hacia capas superiores de la atmósfera (arrastrando con él la humedad existente).
Por otro lado, existen dos factores que influyen tanto en la concentración de calor en zonas urbanas como en la formación de nubes. Una es la morfología urbana (calles, avenidas, altas construcciones, etc.), que origina turbulencias de aire y modifica la dirección del viento. Y otras son las partículas liberadas por la actividad humana, que actúan como centros de condensación de agua, facilitando la creación de nubes.
Según el estudio recientemente publicado, la cobertura nubosa de las ciudades contribuiría aún más al efecto isla de calor, ya que impide la pérdida nocturna de la energía acumulada durante el día en la atmósfera y las superficies urbanas. Así que, si este verano observas una capa de nubes sobre tu ciudad, no vas a poder consolarte: puede que solo signifique que esa noche hará todavía calor.