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ENTONCES ÉRAMOS MAS OPTIMISTAS QUE AHORA

Así imaginábamos hace un siglo que serían las ciudades del futuro

Nos dijeron que las ciudades del futuro estarían cruzadas por coches voladores. Que nos transportaríamos en tubos de vacío. Que sintetizaríamos cualquier alimento desde casa. Raramente se ha acertado con esta clase de pronósticos, que tenían más de fantasía que de ciencia, porque hubo un tiempo en que el ser humano albergaba tanto optimismo que se creía capaz de cualquier cosa.

Dubái, de nocheAgencias

A principios del siglo XX, antes de que llegara el crack del '29, Estados Unidos era el centro del mundo. Era el lugar donde la gente compraba más tecnología. El 42% de todo lo que se producía en el mundo se fabricaba aquí, se filmaban el 80% de las películas, se producían el 85% de los coches. El país tenía tanto oro en sus reservas como el resto de los países del planeta juntos.

Por consiguiente, Estados Unidos, a principios del siglo XX, era la mejor época para especular acerca de ciudades futuristas utópicas. Ciudades en las que ahora nos gustaría vivir.

Para hallar las mejores ciudades del futuro, se financió en Nueva York la exposición titulada Titan City. Su promotor era Rodman Wanamaker, el magnate de los centros comerciales de la época.

El futuro que se plasmaba en la exposición guardaba grandes similitudes con la parodia de ciencia ficción que es la serie de animación 'Futurama', es decir, gigantescos rascacielos conectados entre sí por pasarelas acristaladas, tubos de cristal que propulsaban trenes neumáticos, cintas deslizantes que evitaban que el ciudadano tuviera que caminar...

Todo el mundo contemplaba ese futuro como algo plausible y próximo en el tiempo. Por esa razón, muchos rascacielos de la época empezaron a lucir mástiles puntiagudos en las azoteas: más allá de una cuestión estética, se suponía que algún día servirían de punto de amarre para los dirigibles que cruzarían el cielo. No importaba que los planes adolecieran de inconsistencias técnicas, aeronáuticas y urbanísticas: las ensoñaciones de una humanidad que volara de un sitio a otro eran demasiado tentadoras.

Ideas locas

En mayo de 1927, Charles Lindbergh había cruzado Estados Unidos por el aire, así que todo el mundo estaba obsesionado con la posibilidad de alcanzar las nubes. La mayoría de la gente todavía viajaba en tren, y las carreteras asfaltadas eran una excepción, así que era lógico que se pusieran las miras en el cielo, y no en la tierra.

Como explica Bill Bryson en su libro '1927: un verano que cambió el mundo', también los rascacielos querían usarse pronto como plataformas de aterrizaje y despegue de aviones: "A un arquitecto visionario se le ocurrió un plan para construir una especie de mesa gigante, en la que los rascacielos serían las patas y una plataforma de 1,6 hectáreas anclada a los edificios sería la parte superior".

El arquitecto Harvey W. Corbett también predijo que viviríamos en altísimos rascacielos y que la gente encargaría la comida por radio, tal vez adelantándose a los planes de Amazon de enviar productos vía dron. La revista 'Science and Invention' llegó a asegurar que muy pronto todo el mundo viajaría a gran velocidad en una especie de patines motorizados, al estilo Segway. Con aquella ingenua disposición que permite la buena racha generalizada del país.

Es difícil escudriñar las razones sociológicas que propiciaron este escenario, pero probablemente tuvo una influencia decisiva la Exposición Universal de principios de la segunda mitad del siglo XIX. Lamentablemente, el crack bursátil, primero, y la Segunda Guerra Mundial, más tarde, hicieron que las ciudades utópicas empezaran a dejar paso a las ciudades distópicas tipo 'Blade Runner'.

Vuelta a empezar

Los anuncios de Elon Musk para viajar a Marte, la cada vez más próxima Singularidad Tecnológica y que, en términos generales, estemos en el mejor momento de la historia, está inclinando la balanza de nuevo hacia las ciudades utópicas y el futuro halagüeño y esperanzador que inspira a la gente a hacer cosas más grandes de las que se creían posibles.

Tal vez ahora, un siglo después, sí empecemos a hacer posible todas aquellas ensoñaciones que en su día resultaron ingenuas. Dejando atrás 'Futurama' y abrazando esa rareza protagonizada por George Clooney que fue 'Tomorrowland': quizá el modelo sea 'El mundo del mañana', una de las primeras películas que ha marcado el cambio de polaridad al que pronto asistiremos.

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