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LAS SUPERSTICIONES, ENEMIGAS DE LA SALUD EN ÁFRICA
Ephriem Dube es un curandero de Suazilandia, uno de esos miles de medicastros del país que proclaman que curan enfermedades con huesos de cocodrilo y raíces de plantas. El brujo aseguraba que podía curar cualquier cosa, hasta que él mismo se infectó con el virus del sida. Entonces, fue corriendo al hospital a por medicamentos antirretrovirales. “Trato todas las enfermedades excepto el VIH”, dice ahora el tunante.
El caso de Dube muestra hasta qué punto el VIH es feroz en Suazilandia, el país más afectado por el virus. Más de 200.000 suazis viven con el virus, en un país con 1,2 millones de habitantes. Uno de cada cuatro adultos está infectado. Muchos de ellos rechazan los hospitales y prefieren acudir a un curandero, una figura muy respetada en el país. Los pacientes se creen que pueden curarlo todo. “Todavía encuentro gente que tiene conceptos erróneos sobre el VIH y el sida, sobre todo porque están en fase de negación. Incluso aunque intente convencerlos prefieren la medicina tradicional”, comenta Dube, que ahora echa una mano a Médicos Sin Fronteras (MSF) para convencer a su comunidad de la importancia de hacerse la prueba del VIH.
“Yo soy un testimonio viviente. Vivo con VIH, pero ellos creen que estoy mintiendo, que intento engañarlos. Todavía es difícil para ellos aceptar que yo soy seropositivo. Es gracioso, porque cuando voy a la clínica a por medicamentos me encuentro a algunos de mis pacientes. Sólo entonces se creen que estoy en tratamiento. Esto les anima. De alguna manera, les motiva”, resume el curandero en un vídeo de MSF.
Los médicos de verdad
La organización ha iniciado una campaña en la zona de Nhlangano, en el sur del país, para tratar a unas 2.000 mujeres embarazadas seropositivas durante los próximos cuatro años, con el objetivo final de tratarlas de por vida. Los médicos de verdad necesitarán el apoyo de los curanderos, porque el desafío es inmenso. Más del 40% de las mujeres embarazadas en el país están infectadas. Tratarlas a todas impediría la transmisión del virus de la madre al hijo, mantendría a las madres en buen estado de salud y protegería a las parejas no infectadas.
El equipo de MSF se enfrenta a un obstáculo descomunal. Como explicaba el curandero, muchas personas que viven con VIH no acuden al hospital a por sus medicamentos, los antirretrovirales, por miedo.
“Todavía existe el estigma”, subraya Jobanputra. Durante años, los pacientes en Suazilandia recibían estavudina, un fármaco que disminuye la cantidad del virus en la sangre y reduce el riesgo de desarrollar sida. A cambio, los pacientes pagaban un precio brutal: sus terribles efectos adversos. “La estavudina transformaba el cuerpo y la cara de los pacientes, se notaba que estaban en tratamiento”, narra el médico. La estavudina ya no se emplea y los nuevos antirretrovirales no provocan esos efectos, pero muchos suazis siguen temiendo quedar marcados por el tratamiento. Prefieren a los curanderos, pese a que ellos mismos son culpables de haber extendido el VIH por el país, al emplear en el pasado las mismas cuchillas de afeitar con distintos pacientes, a los que hacían cortes en la piel para aplicar sobre ellos cataplasmas con supuestas medicinas, en una ceremonia conocida como kugata.
Un rey absolutista
“Los curanderos desempeñan un papel importante en el sistema de salud de Suazilandia por sus conexiones con la comunidad. Es necesario que colaboremos con ellos, que hagamos entrenamientos colectivos, que sean capaces de reconocer la infección y que recomienden a los afectados acudir a un hospital”, explica Jobanputra.
El objetivo de Médicos sin Fronteras es que el éxito del proyecto influya para que el rey absolutista de Suazilandia, el extravagante Mswati III, apoye este nuevo enfoque y se pueda poner en marcha en todo el país. El Gobierno de Malaui ya puso en práctica esta estrategia vanguardista, conocida como B+, en 2011.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda tratar a las personas con VIH en función de su número de CD4, un tipo de glóbulos blancos que nos defienden de las infecciones. El virus destruye estas células y deja la puerta abierta a patógenos de todo tipo. Una persona saludable tiene unos 1.000 CD4 por milímetro cúbico de sangre. La OMS recomendaba comenzar el tratamiento cuando el virus reducía este número a 350, pero en junio de este año elevó el umbral hasta 500, lo que significa adelantar la medicación para las personas infectadas. Era una antigua reclamación de los expertos. Como lamenta Jobanputra, “no hay otra infección en la que esperes a que se extienda para tratarla”.
Además, las nuevas guías de la OMS recomiendan tratar, sea cual sea su número de glóbulos blancos, a todas las mujeres embarazadas o lactantes, a los niños menores de cinco años y a las personas con pareja no infectada.
“Menos huérfanos”
“Tenemos que felicitar a Médicos Sin Fronteras por este proyecto, pero hay que recordar que es un paso hacia el siguiente paso”, opina el médico argentino Julio Montaner, director del Centro para la Excelencia en VIH/Sida de Columbia Británica, una provincia canadiense de más de cuatro millones de habitantes. Allí, el Gobierno paga el tratamiento antirretroviral a todas las personas diagnosticadas con VIH. Y, como la terapia reduce la presencia del virus en el semen y el flujo vaginal, el número de nuevas infecciones ha caído en picado.
“Queremos que el Ministerio de Salud extienda el tratamiento a toda la población con VIH”, confirma Jobanputra. En España, el Gobierno de Mariano Rajoy ha dejado a miles de personas inmigrantes con VIH sin acceso a los medicamentos antirretrovirales con la excusa de un supuesto ahorro económico. Sin embargo, según denuncia el médico británico, ocurre al revés. El tratamiento generalizado y gratuito “costará más al principio, porque hay que comprar más fármacos, pero a la larga ahorrará dinero, porque habrá menos infecciones, menos ingresos hospitalarios, menos huérfanos”.
“Estamos ante el comienzo de un movimiento global hacia el tratamiento universal”, cree Montaner. Unos 10 millones de personas en todo el mundo reciben tratamiento contra el virus, frente a las 300.000 de hace una década. Sin embargo, todavía queda muchísimo camino por recorrer. La propia OMS calcula que otros 16 millones de personas deberían recibir el tratamiento pero no puede acceder a él.