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LOS PROBLEMAS GENÉTICOS, UNO DE LOS PRINCIPALES ESCOLLOS
No solo el cine, la Biblia y otras novelas de ciencia ficción han abordado el tema. Científicos, antropólogos, filósofos y demás llevan debatiendo años la cuestión sin ponerse totalmente de acuerdo ¿Cómo de grande debería ser una nave para poder colonizar otro mundo sin sufrir taras genéticas?
Un grupo de investigadores y arquitectos de Greenwich, Warwick y Surrey crearon en 2011 un proyecto de ‘Arca de Noé Cósmica’ que sigue debatiendo sobre el ello y proponiendo nuevas ideas y proyectos. A este respecto otro estudio reciente de genetistas y arqueólogos recordaba que toda la raza humana fuera del continente africano debe su existencia a una sola tribu de unos 200 individuos que cruzaron el Mar Rojo hace 70.000 años. Es decir, el moderno homo sapiens procede de un solo grupo de personas que lograron cruzar el Cuerno de África. El resto de la población actual compartimos sus genes aunque haya costado más de 70 milenios la diversidad actual.
Entonces, teóricamente es factible la continuidad de la nuestra especie con unas pocas unidades, pero en la práctica la diversidad genética estaría gravemente comprometida si esta supervivencia no puede ser fruto de la casualidad y debe asentarse en un tiempo infinitamente más corto y con un viaje tremendamente largo y peligroso.
No se trata solo de colonizar para sobrevivir y evitar la extinción de la raza humana, sino más bien de calcular la cifra mínima para que esta no sufra desequilibrios genéticos que hagan peligrar su curva evolutiva y, sobre todo, calcular el número de individuos necesarios para mantener nuestro nivel tecnológico actual sin tener que perder generaciones en el re-aprendizaje científico y así ser capaz de autogestionar el conocimiento.
El antropólogo Cameron Smith, de la Universidad Estatal de Portland, realizó este año una simulación en MATLAB de los distintos escenarios posibles en un viaje interestelar con destino la colonización del supuesto planeta habitable más cercano, en la estrella Próxima Centauri, a más de cuatro años luz, unos 72.000 mil años de viaje con la tecnología actual.
La simulación de la diversidad genética tenía como punto de partida cinco cantidades distintas de individuos: desde solo 150 (como proponía otro antropólogo preocupado por el tema, John H. Moore) hasta los 40.000. Las infinitas variables del viaje las redujo calculando la trayectoria de cada población diez veces, y luego promediado los resultados. Al final de la simulación solo el grupo de 40.000 sobrevivía sin inmutarse tras 300 años.
Otros tiran más alto. Cuenta Charlie Stross, el autor británico de ciencia ficción, que la cifra de individuos necesarios para garantizar nuestra supervivencia y desarrollo estaría entre 1.000 millones y 100 millones. El equivalente a llevarse en una nave a casi toda la población activa de Europa, Canadá, Estados Unidos, Japón, Taiwán y de zonas industrializadas en China… es decir, la población históricamente más preparada, jerarquizada e industrializada. Así no habría problemas de reeducación.
Parece una exageración, pero sus razonamientos son estrictamente científicos y basados en el sentido común.
Imaginen: ¿cuánta gente es necesaria para fabricar un automóvil de gama media? Supongamos que basta con montar en nuestro Arca de Noé a un par de ingenieros de diseño que sepan perfectamente cómo ensamblar un motor en un chasis con una carrocería aerodinámica ¿Quién fabricaría ese motor? ¿Quién programaría las más de diez millones de líneas de código que requieren la electrónica de un simple automóvil?
Si no puedes reducir el conocimiento a unas simples instrucciones te tienes que llevar la cadena de montaje completa. Desde los ingenieros del túnel de viento hasta los montadores de los tornillos de los robots que, a su vez, montan motores que, a su vez, se ensamblan en el coche. Y todos ellos con experiencia. La cadena de montaje automatizada que produce hoy automóviles como churros es fruto de un desarrollo industrial de 100 años de investigación y de miles de personas implicadas. Cualquier soldado del ejército de montadores sería tan imprescindible como el ingeniero más cualificado en el desarrollo exclusivo del modelo.
Un médico no puede ni sabe fabricar los medicamentos que receta. Un agricultor no puede arar la tierra sin una simple azada. La industria no sobreviviría sin el concurso de todos sus peones y sin que sus patentes y planos fueran liberados o de código abierto. Parte del conocimiento actual se perdería seguro gracias a los secretos industriales.
Por lo tanto, la cuestión a plantear en esta teoría sería qué cadenas de montaje o estructuras industrializadas son prescindibles para mantener la cadencia tecnológica del clon de nuestra civilización sin que perjudique su ritmo evolutivo ¿Podríamos prescindir en el punto de partida de la industria del ocio? ¿y de la industria de la moda?
En general, cualquier censura industrial por motivos prácticos que conservara la línea tecnológica esencial produciría, a la larga, un universo humano paralelo, una nueva civilización condicionada tecnológicamente por sus carencias. Una civilización posiblemente viable pero también imprevisible, capaz de autodestruirse o de degenerar (aún más que la nuestra) por la inestabilidad del sistema.
La segunda línea de pensamiento, mucho más práctica pero también más complicada, trata de calcular el número de individuos necesarios para una asegurar una nueva civilización pero basándose en la reeducación de estos.
Si puedes reducir y simplificar el conocimiento en unidades de aprendizaje (y, por lo tanto, retrasar y ralentizar la evolución tecnológica de la nueva civilización) los individuos del Arca se reducirían significativamente, aunque su estructura debería ser mucho más jerarquizada y militarizada.
Por una parte, los individuos sabios, los poseedores del conocimiento, los jerarcas, conformantes del gobierno y que toman las decisiones trascendentales para la nueva sociedad: ingenieros, abogados, artistas, químicos, físicos... Por otra parte, los individuos esponja, los peones del nuevo sistema, los alumnos subyugados al conocimiento, los que materializaron la sabiduría de los hombres del conocimiento con sus propias manos siguiendo las instrucciones sin rechistar, un trabajo que podrían hacer robots que todavía nuestra tecnología no ha sido capaz de crear. Y en una tercera parte y no menos importante, los soldados: las unidades encargadas de que que los sabios ejerzan como tales y los individuos esponja no aprendan demasiado.
Para que esta civilización sobreviviera las libertades de sus individuos estarían mucho más restringidas por lo menos en su punto de partida. Los individuos necesarios no llegarían ni al 1% de la estructura anterior, pero la solvencia estaría mucho más comprometida por los problemas internos. Si cada pieza no asume su papel el sistema se corrompería. Los individuos esponja saldrían de una sociedad supuestamente libre, justa y predecible (la actual) para meterse en un engranaje de clases mucho más jerarquizado.
Una vez decidamos la cifra mínima que garantice nuestra supervivencia y pureza genética como especie sólo habremos resuelto la mitad del problema. Para sobrevivir tal cual nos conocemos hoy tendríamos que llevarnos también aquello imprescindible que no seríamos capaces de fabricar con recursos desconocidos y que nos permite sobrevivir en comensalismo desde hace millones de años. El resto de seres vivos o, al menos, una pequeña representación de ella.
Aquí lo complicado no sería garantizar la estabilidad genética de cada especie, sino la biodiversidad, la proporcionalidad para que el ecosistema general sobreviva en armonía y sea autosuficiente durante el viaje y en su asentamiento ¿Cuántos mamíferos necesitaríamos?¿Una fauna sin todos los insectos sobreviviría? ¿Podríamos prescindir de las coles de bruselas?
Hoy en día los científicos han catalogado unas 1,7 millones de especies de animales en todo el planeta, pero se estiman que la cifra total no baja de los cinco millones. Todo ello sin contar plantas, algas, hongos, virus y bacterias cuyo transporte podríamos minimizar con semillas, cultivos, ingeniería genética y biotecnología.
Solo mamíferos, aves, reptiles e insectos suponen un total de un millón de especies. Si nos llevamos una pareja de cada especie tendríamos a dos millones de individuos más en nuestra nave, con toda la infraestructura que ello conlleva. Un cálculo muy optimista, suponiendo que el viaje y asentamiento no produjera ninguna baja y se consiguiera la reproducción en cautividad del 100% de los individuos. Factible solo en la Biblia, imposible en una simulación como la de Cameron Smith. Multipliquen.
Por ello los científicos ya han pensado que la solución pasa por crear un pequeño ecosistema independiente que sobreviva en la nave de transporte. Como si la nave fuese una pequeña isla perdida del Pacífico con su ecosistema limitado pero estable y que diera sustento a la comunidad de humanos elegida. Una nave que incorpore a su estructura materia orgánica, como las algas y con un suelo artificial; que utilice la energía solar para la producción de biocombustibles y que sea, a su vez, fuente sostenible de alimentos. Casi nada.