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DESARROLLO DE ARMAS CLIMÁTICAS
El Estado Mayor se reúne con el presidente en la Sala de Guerra. La situación se ha complicado en los últimos días, y ahora la potencia enemiga se prepara para lanzar un ataque contra la aliada. No se puede permitir. El presidente pregunta “qué opciones tenemos” y los militares recomiendan un ataque de clones precedido por una gran tormenta “¿Una tormenta?”, pregunta el presidente. “Sí, señor”, responde un general, “una gran tormenta eléctrica”.
Esta escena, propia de una película de ciencia ficción, puede estar más cerca de lo que parece. Así lo advertía el climatólogo estadounidense Alan Robock hace una semana en las páginas de The Guardian. El motivo de su alerta: la publicación de un informe de la Academia Nacional de Ciencias parcialmente financiado por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos.
El estudio se centra en proponer soluciones para el calentamiento del planeta, desde la recogida de dióxido de carbono de la atmósfera hasta el bloqueo de parte de la luz solar que impacta en nuestro planeta. Soluciones todas ellas inviables hoy por hoy, lo que lleva a Robock a preguntarse cuál puede ser el interés de la CIA en la financiación de semejante informe.
El miedo al uso del clima como arma no es nuevo. Entre 1962 y 1983, Estados Unidos desarrolló el proyecto 'Stormfury', que trataba de debilitar los ciclones tropicales rociándolos con yoduro de plata. El proyecto fracasó, pero sirvió para poner en alerta a quienes temían que el dominio del clima por parte de las grandes potencias pudiese devenir en aplicaciones bélicas. Algo que, de hecho, está prohibido por la ONU desde que, en 1977, tuviese lugar la Convención para la prohibición de técnicas de modificación del medioambiente con uso hostil o militar.
El asunto quedó enterrado hasta que, en 2009, una CIA todavía tocada por el 11S inauguraba una pequeña unidad sobre cambio climático. Su ámbito de actuación, según la propia agencia, es “la seguridad nacional frente a fenómenos tales como la desertificación, la crecida de los ríos, los movimientos migratorios y la creciente competencia por los recursos naturales”.
Pero Alan Robock no se lo cree. Hace tres años, un agente de la CIA le telefoneó para preguntarle si sería posible detectar alteraciones del clima estadounidenses producidas por potencias extranjeras. Desde entonces, el climatólogo dice estar convencido de que el desarrollo de armas climáticas es real y sus consecuencias inminentes. “Sé que la CIA ha hecho un montón de cosas que no seguían las normas”, ha dicho el científico. La central de inteligencia, por su parte, ha preferido mantenerse en silencio.