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Portugal y España lideran la producción mundial
Ha sido el rey indiscutible en el mundo del vino desde que el monje francés Pierre Pérignon lograra contener las burbujas del champán dentro de la botella, en el siglo XVII. Hasta que hace una década, el plástico derrocó su reinado.
El tapón de corcho, icono de la cultura europea vitivinícola, ha perdido en los últimos diez años un 30% de cuota de mercado por la irrupción del tapón sintético y de rosca, animado por el entusiasmo de Estados Unidos.
A igualdad de opiniones a favor y en contra del corcho y del plástico -depende de con quién se hable-, el corcho ha sabido recomponerse mostrando una de sus mejores cartas: su total reciclaje. Hasta la última viruta de la corteza del alcornoque, exclusivo del sur del Mediterráneo, sirve para transformarla en tapones, que siguen representando el 60% de este sector, pero también en el mejor aislante en vagones de metro, viviendas e incluso cohetes de la NASA.
La apuesta por estos nuevos usos ha abierto renovadas posibilidades a un sector imposible de deslocalizar de los países donde crecen estos árboles milenarios, con Portugal y España a la cabeza de la producción mundial de corcho de la mano de los Amorim.
Esta familia portuguesa que fabrica corcho desde hace tres siglos hoy es la mayor productora del mundo. Amorim ganó 31 millones de euros en 2012, los mejores resultados de su historia, según la propia compañía, señal de que este sector se está recuperando. Gracias, además, a la baza del terruño.
China, Rusia, Brasil o Estados Unidos compran más vino con tapón de corcho que España, país productor pero que acusa la crisis. Para esta compañía, más allá del impacto real que pueda tener esta materia prima natural sobre el vino, "estos países imitan un modelo de vida".