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VARIOS ESTUDIOS TUMBAN CREENCIAS EXTENDIDAS SOBRE SALUD
Cuando el médico te recomienda que abras el congelador, metas la cabeza y respires para remediar un ataque de tos persistente un se queda un tanto contrariado. Cabe pensar que si tienes tos estás constipado, y si estás constipado el aire frío no debe ser una muy buena idea. Pero resulta que un ataque de tos provoca y retroalimenta una fuerte irritación en el aparato respiratorio superior que, con el frío, se calma momentáneamente y permite salir del bucle de tos constante.
Como en ese ejemplo, muchas veces los remedios a determinadas dolencias pueden parecer sorprendentes. Y, al revés, lo que asumimos como remedios para determinadas cosas pueden no funcionar o, al menos, no funcionar de la forma en la que esperaríamos.
Una de esas cosas es la alimentación, que nutre (nunca mejor dicho) mitos cíclicos: que si consumir pan engorda o no, según la época, que si hay que hincharse a aceite de oliva o hay que consumirlo con moderación, según uno u otro informativo, que si hay que beber dos litros de agua al día o no, según el gimnasio al que vayas. Al final es como casi todo en la vida: hay que comer y beber de todo en su justa medida para alimentarse correctamente, sin más.
Otra cosa son los mitos derivados de ciertas sustancias químicas presentes en determinados alimentos. Es el caso de las setas y el vino, que algunos veían como un potencial medio paliativo contra el cáncer... pero que, teniendo en cuenta las cantidades de sustancias beneficiosas para ello que contienen, resultan inservibles en realidad.
Por poner un caso ampliamente extendido: el consumo de suplementos vitamínicos. Resulta que un amplio estudio publicado en Annals of Internal Medicine tira por tierra la efectividad de estos compuestos para prevenir enfermedades venideras, especialmente en algunos casos donde no existen medicinas preventivas. Vaya, que comprarlos es un gasto inútil de dinero.
El ejemplo más en boga es el de la homeopatía, extendida hasta el extremo de colarse en las farmacias junto a los medicamentos regulados, cuando nunca se ha probado su efectividad.
Hay productos que, de hecho, podrían causar el efecto contrario al deseado. Las autoridades sanitarias estadounidenses lanzaban una alarma a principios de esta semana acerca de los jabones antibacterianos que, lejos de prevenir el contagio de enfermedades, podrían resultar nocivos al alterar el ecosistema bacteriano y hormonal de nuestro sistema inmune. Al menos aquellos que no están basados en alcohol, que son los que se usan por ejemplo en los hospitales.
Luego están los efectos adversos de tratamientos diversos. Por citar uno extendido, conocido y típico de estas fechas, la somnolencia provocada por los antihistamínicos. El motivo: las histaminas tienen funciones diversas, desde defendernos de agresiones externas dilatando vasos sanguíneos y activando líquidos de defensa como la segregación mucosa (de ahí la congestión nasal cuando te constipas) a la regulación del sueño. Cuando ingerimos fármacos que inhiben el funcionamiento de las histaminas se inhibe todo, desde la congestión... hasta la regulación del sueño.
Así que ya sabes, si moqueas, no conduzcas. Por si acaso.