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Que en muchos aspectos de nuestra vida nos comportemos como personas de rutina y respuestas automáticas aprendidas, adquiridas por repetición, no es una frivolidad. Muy al contrario, actividades aparentemente insignificantes como tomarnos el café de la mañana a la misma hora, lavarnos los dientes casi sin pensar o escoger el mismo camino cada día para conducir de casa al trabajo son hábitos que nos evitan tomar decisiones continuamente y dejan a las áreas pensantes del cerebro libres para propósitos más creativos, según explica Ann Graybiel, neurocientífica del Instituto de Tecnología de Massachusetts.
Hace más de una década, Graybiel y su equipo identificaron que la creación de hábitos reside en una zona del cerebro conocida como ganglio basal, que se estimula por el aprendizaje repetitivo y participa en la adquisición tanto de rutinas como de adicciones. Sus neuronas son como un imán para la dopamina, la hormona del placer, y por eso responden mejor a las recompensas (positivas) que a la motivación negativa. Es decir, aprendemos mejor un hábito si nos premian que si nos castigan.
Lo malo es que, a partir de cierto momento, los hábitos se convierten en conductas que reiteramos incluso cuando no nos benefician ni nos recompensan.
Graybiel llegó a la conclusión de que existe una zona denominada corteza infralímbica que funciona como un centro de control que almacena cuáles son los comportamientos habituales de un individuo en un momento concreto de su vida. Curiosamente, los experimentos demuestran que si tienes que elegir entre nuevos o viejos hábitos, esta zona del cerebro favorece adoptar nuevas rutinas.
Y todo apunta a que cuando rompemos con un hábito, éste no se olvida sino que es reemplazado por otro. Por lo tanto, si existe un comportamiento automático que queremos eliminar de nuestro día a día conviene identificar también por cuál lo queremos cambiar para que al cerebro le resulte más fácil.
Esto es sumamente interesante, pero ¿sabemos cuánto tarda una actividad en convertirse en hábito? Es la pregunta que se hizo Philippa Lally, del University College London.
Para averiguarlo trabajó durante meses con un centenar de sujetos para que adquirieran un hábito saludable como correr durante 15 minutos antes de cenar o comerse una pieza de fruta en el almuerzo. Cada día, los participantes debían completar un test online indicando si lo habían hecho “automáticamente”, “sin pensar” o si habían alcanzado ese momento en que “les costaba no hacerlo”.
De este modo, Lally demostró que el tiempo medio que necesitamos para que un hábito se automatice completamente es de 66 días, mucho más de lo que se pensaba hasta ahora.