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LA I+D+I MILITAR CAPITANEA LA INVESTIGACIÓN EN ROBÓTICA
Cuando Chuck Hagel, secretario de Defensa de EEUU, anunciaba esta semana que el mayor y más poderoso Ejército sobre la Tierra iba a poner en marcha un ajuste de personal, muchos pensaron en dos variables. La primera, la económica: el año pasado las Fuerzas Armadas de EEUU se comieron de forma directa o indirecta casi un 40% del presupuesto estatal y más de la mitad de los ingresos fiscales estimados. Casi nada. Y la segunda, la geopolítica: las guerras ya no son lo que eran.
La segunda variable es más cierta que la primera. La idea de una guerra a gran escala en el mundo posiblemente murió con la Guerra Fría: el potencial armamentístico alcanzado entonces hace imposible un conflicto abierto porque conllevaría la aniquilación de la especie, así que las guerras ahora son de otro tipo, aunque se libren en los mismos lugares.
Por ejemplo, la última guerra en suelo europeo tuvo lugar en Georgia, zona de influencia rusa, igual que la división de facto de Ucrania, con rebelión proeuropea y posible escisión de Crimea incluida. O, siendo más sutiles, apoyando o no levantamientos como los de la Primavera Árabe, interviniendo o no en países como Irak, Afganistán, Libia, Siria o Corea del Norte, defendiendo o no intereses franceses en el centro de África... o jugando a los espías con culebrones como los de Edward Snowden o Julian Assange. La guerra ahora es que un país como China, dictatorial y comunista, sea el máximo acreedor de la principal potencia del mundo, liberal y capitalista, como es EEUU.
La primera variable es más cuestionable. Reducir el volumen de las Fuerzas Armadas implica ahorrar... pero no del todo. Lo que plantea EEUU no es reducir sus tropas, a pesar de que ahora no haya amenaza de guerras inminentes ni viejos enemigos poderosos como antaño. Lo que plantea es una renovación tecnológica en la que haya menos humanos y más robots.
Según el análisis que hace al respecto Kelsey D. Atherton en Popular Science, eso es posible desde tres pilares.
El primero es obvio: el desarrollo tecnológico y la investigación a gran escala, que ha requerido también una gran inversión. Así se ha logrado que un piloto sentado ante un tablero de mandos en EEUU pueda tomar imágenes o bombardear una lejana base de los montes Tora-Bora al otro lado del mundo. Olvídate del mítico U2 y saluda al imponente Global Hawk
El segundo, la proliferación del equipamiento inteligente: no sólo drones o navíos mejorados, sino también misiles dirigidos con bajísimos ratios de error, mayor autonomía de los transportes militares, armas de precisión con equipamiento láser... e incluso mejoras en lo que se refiere a la protección y capacidades de los propios soldados humanos.
El tercer es la reducción de personal gracias a los drones y similares: los aviones tripulados, los navíos inteligentes y los vehículos robotizados ayudan a reducir el número de soldados necesario, no sólo por efectividad, sino también por manejo: el Littoral Combat Ship fue diseñado para una tripulación de 40 personas, cuando los navíos tradicionales que cumplen sus mismas funciones necesitan a unas 200.
Cuánta buena noticia en la industria de la muerte, pensarás. Al menos se evitarán muertes... y algo nos 'salpicará' a los civiles: la investigación aplicada al campo militar acaba trayendo desarrollos a nuestras vidas, como el GPS o la telefonía móvil. De momento de todo esto de los drones apenas sacamos en claro maquetas teledirigidas para el ocio, pero todo llegará. Quién sabe, incluso, si lo que anuncian conocidas distopías cinematográficas sobre que todos esos robots se pongan a pensar un día y nos señalen como sus enemigos. Oh, vaya