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EN PRIMAVERA ES CUANDO MÁS SE ACENTÚA
Las gramíneas han comenzado su particular fiesta polínica, a la que también se han unido, aunque más recatadamente, los plátanos de sombra que surcan las calles de la mayoría de ciudades españolas. Si al jolgorio primaveral le añadimos un poco de viento, la celebración se convierte en alboroto.
Y si no que se lo pregunten a los alérgicos que, como esos vecinos a los que nadie ha invitado a la juerga pero sufren las consecuencias, se retuercen entre picores: narices, ojos y gargantas molestan hasta el paroxismo.
Mientras en las calles vuelan las partículas de polen, en las farmacias lo hacen los antihistamínicos. El único remedio para paliar los síntomas de un fenómeno que no constituye una enfermedad pero es más incómodo que muchos males. Los afectados se preguntarán, entre pañuelos y colirios, por qué no hay un tratamiento que les libre del suplicio ¿Cómo puede el cuerpo reaccionar de este modo ante un grano microscópico?
Tanto en el caso de estos productos florales como de ácaros, alimentos o la picadura de un insecto, no se conoce el porqué de la alteración que provocan solo en ciertos individuos. Incluso los peligrosos choques anafilácticos, cuya única solución es una buena dosis de epinefrina, se producen un día sin previo aviso.
Plátano de sombra o ‘Platanus hispanica’, por su nombre científico
Todo comienza cuando el alérgeno entra en contacto con alguna parte del organismo, ya sea la nariz, la piel, los ojos, la garganta o los pulmones. El tejido superficial de cualquiera de ellas se llena entonces de células del sistema inmune o linfocitos, que acuden a la zona para destruir un agente externo en teoría dañino.
Cuando uno de estos soldados defensores elimina al intruso, se recubre con algunas de sus partes. Luego pasa los restos a otros de sus compañeros para que produzcan un anticuerpo de forma característica, la inmunoglobulina E, que segregan a la sangre.
Cada vez que vuelva a aparecer la sustancia invasora, esta molécula activará a los mastocitos, unas células presentes en la mayoría de tejidos del cuerpo que liberan varios químicos, entre ellos la histamina. Este neurotransmisor es el causante de todos los males: provoca la contracción de los músculos de la garganta, la segregación de mucosidad o picores varios.
Una de las teorías más extendidas sostiene que todo el proceso se debe a una equivocación del sistema inmune, que reacciona desmesuradamente ante una amenaza que no es tal.
Hace millones de años, nuestros antepasados estaban en contacto constante con patógenos. Como solo un ataque del sistema inmune garantizaba que los individuos se mantuvieran sanos, la selección natural favoreció las mutaciones genéticas que propiciaban dicha repuesta y que han dado lugar a los mecanismos de defensa actuales.
Los antihistamínicos solo sirven para tratar temporalmente los síntomas de la alergia
En los años '60, la parasitóloga e inmunóloga Bridget Ogilvie descubrió que el cuerpo humano segrega inmunoglobulina E para luchar contra gusanos parásitos de humanos. Ya en los '80, otros científicos relacionaron a los mismos animales con las alergias, señalándolas como herencia de la defensa ante estos bichos. La semejanza de las proteínas de los parásitos con otras moléculas de nuestra vida cotidiana explicaría por qué el cuerpo se confunde.
No obstante, otros patólogos no encuentran esta hipótesis muy lógica. Ruslan Medzhitov es uno de los principales defensores de una alternativa. Cree que el sistema inmune no se confunde, sino que hace todo lo posible por expulsar al alérgeno. Las moléculas que lo detectan actúan como un rápido ‘sistema de alarma’ para alertar al cuerpo.
Los trabajos de Stephen Galli, un experto de la Universidad de Stanford que estudia las funciones de los mastocitos, apuntan en la misma línea. Ambos han descubierto en sus investigaciones que al inyectar veneno en ratones y provocarles una respuesta inmune, quedaban protegidos frente a dosis que normalmente resultarían letales.
Como de momento no existe cura para las alergias y la primavera continúa, habrá que seguir tirando de antihistamínicos por mucho que nos duerman. Mejor decantarse por la segunda teoría y pensar que es un mecanismo de defensa, y no una confusión, lo que nos hace llorar bajo los plátanos.