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ENANISMO MASCULINO EN ANIMALES Y PLANTAS
La reproducción sexual es uno de los mecanismos más poderosos que han aparecido a lo largo de la evolución y que ha dado forma a la vida que hoy vemos sobre la Tierra. Los organismos que se reproducen sexualmente necesitan fusionar el material genético de dos individuos para que puedan nacer los individuos de la siguiente generación. Generalmente este proceso se da a través de células especializadas llamadas gametos.
Aunque la reproducción sexual ha aparecido de forma independiente en varias ocasiones a lo largo de la evolución, existe una coincidencia sorprendente en cuanto a los detalles óptimos de este proceso: la existencia de dos sexos, el masculino y el femenino.
Esto puede parecer una obviedad, pero hay que recordar que varios de estos procesos se iniciaron de forma independiente en distintas ramas del árbol de la vida, y aunque hay casos de sexos que no pueden asociarse a esta dicotomía (por ejemplo, en algunas algas y hongos se habla sólo de sexo + y sexo -), las semejanzas son evidentes.
Al sexo encargado de producir gametos en abundancia, generalmente pequeños y móviles (o capaces de dispersarse más eficazmente) es al que consideramos masculino, mientras que al sexo que produce pocos gametos pero de mayor tamaño (cargados de sustancias de reserva) es al que denominamos femenino.
Existe una variación enorme en cuanto al aspecto de los organismos en función de su sexo. A menudo ambos son casi indistinguibles, y hay muchos animales y plantas que a lo largo de su desarrollo pasan por los dos, o incluso (en el caso de los hermafroditas) poseen ambos a lo largo de toda su vida. Quizá por la espectacularidad de los cortejos de algunos animales o del rol dominante de los machos en muchas comunidades, tendemos a imaginar a este sexo como el más vistoso y de mayor tamaño, pero esto sólo es así en algunas ocasiones.
Que las hembras sean más grandes y robustas es la norma en muchos animales de distintos linajes (vertebrados, artrópodos, moluscos…). Las hembras, a fin de cuentas, son las que proveen al huevo del material de reserva que nutrirá al futuro organismo, así que no es de extrañar que su presencia sea mucho más incuestionable que la del macho, y quizá no deba sorprendernos mucho que éste haya pasado en determinados linajes a ser una diminuta comparsa.
Casos de machos muy pequeños los hay en abundancia. Son conocidos por ejemplo los casos de las arañas, en los que a veces las hembras pueden ser mucho más grandes que los machos y a menudo se los meriendan después de la cópula. En casos como éste se aprecia una tendencia incipiente a reducir el papel del macho sólo a ese momento reproductivo, quedando su reducida biomasa a disposición de su progenie tras la digestión por su propia viuda. Cosas que pasan.
Los machos de muchas arañas son diminutos en comparación con las hembras. (Wikimedia)
Sin embargo, cuando se habla del fenómeno biológico del enanismo masculino, normalmente se tienen en mente casos aún más extremos en los que el macho se ha reducido en tamaño notablemente (prácticamente hasta ser poco más que un saco de esperma con reducidas capacidades de vida autónoma). Generalmente estos casos de enanismo extremo se dan cuando el encuentro fortuito entre machos y hembras es difícil, como ocurre en algunos peces abisales del orden lofiiformes. Los machos son diminutos, muchos incapaces de alimentarse, y si consiguen encontrarse con una hembra es para fijarse a ella mediante la boca por el resto de su vida y convertirse en poco más que un parásito.
Hembra de pez abisal ceratioideo con un macho parásito adherido al vientre. (Universidad de Berkeley)
Aunque el caso de estos peces abisales es uno de los más conocidos, no es en absoluto el único, sino que se trata de una estrategia aparentemente muy exitosa para garantizar la reproducción en muchos animales marinos. Un caso especialmente llamativo es el del gusano Bonellia viridis.
Las larvas de este animal son asexuadas, de forma que si llegan al lecho marino y no encuentran a ningún congénere se convierten en hembras con anatomía completa: un cuerpo de varios centímetros de longitud y una llamativa trompa. Si, por el contrario, la larva entra en contacto con una hembra ya desarrollada, es absorbida por ésta y 'masculinizada', completando su desarrollo como un diminuto testículo de apenas unos milímetros de longitud que parasita el interior del cuerpo de la hembra y nunca vuelve a tener vida libre.
Algunos ejemplos de invertebrados con machos parásitos estructuralmente reducidos a testículos (Vollrath, F. 1998. Trends in Ecology and Evolution 13: 162)
Para insistir en que esta estrategia ha aparecido independientemente en muchas ocasiones merece la pena mencionar que incluso algunas plantas la han adoptado de forma independiente. El caso más extremo lo encarnan algunos musgos del género Groutiella.
Las esporas femeninas germinan con normalidad, sin embargo las esporas masculinas sólo lo hacen si, por casualidad, caen sobre una planta femenina. Es decir, en este caso los individuos machos ni siquiera llegan a nacer si no es ya siendo parásitos desde el primer momento de la planta femenina. Obviamente estos machos tienen una brevísima vida limitada a producir los gametos masculinos.
Groutiella apiculata (Frank Bungartz. Creative Commons)
Y, por supuesto, si quedaba alguna duda sobre cuál es el sexo más prescindible, no hay que olvidarse que el verdadero caso extremo de la reducción de los machos a su mínima expresión es su completa desaparición: muchos rotíferos, entre otros linajes, hace tiempo que se reproducen únicamente por partenogénesis (los huevos eclosionan y se desarrollan normalmente sin necesidad de fecundación), un curioso ejemplo de animales que tras muchos millones de años renunciaron a la fecundación, y no parece que les haya ido mal del todo.