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NI TAN BUENO NI TAN MALO COMO SE DICE
En 1677 el científico y comerciante holandés Anton van Leeuwenhoek desarrolló un pequeño microscopio personal para la inspección de calidad de las telas con las que comerciaba y que mejoraba mucho las lupas que se utilizaban hasta entonces. Para probar su juguetito ponía todo tipo de muestras en la cabeza de un alfiler que conseguía aumentar hasta 200 veces. Como cualquier científico curioso, no dudó en probar también todos sus fluidos corporales. Al poner parte de su semen observó horrorizado como “unos pequeños animalillos” nadaban en el jugo vital.
Cuando hizo el informe para la Royal Society no dudó en destacar que el semen utilizado eran las ‘sobras’ de una relación marital, no de la masturbación. Era la primera vez que se veían en directo espermatozoides… y tenía que justificarse.
Desde la experiencia de Anton van Leeuwenhoek toda la información vinculada a los fluidos producidos por el aparato reproductor masculino ha estado rodeada de grandes dosis de desinformación. Por un lado estudios y argumentarios destinados a desmitificar el veto, la censura del semen considerado como fluido prohibido y tabú (con todas las exageraciones pertinentes y necesarias) y en la otra parte testimonios a favor de la equidistancia histórica de un fluido ‘sagrado’ que no debe convertirse en mera bebida isotónica.
La mitificación del semen es una constante histórica que llega hasta nuestros días. Los guerreros de la tribu Lobi (de Burkina faso y Costa de Marfil) se encomiendan anualmente a la ‘Ceremonia de la Vida’. Cavan unos pequeños agujeros en sus cultivos donde introducen sus penes hasta eyacular y fecundar en comunidad la tierra madre para que no falten las cosechas. En otras masturbaciones colectivas recolectan el maná suficiente que esparcirán más tarde por el río local para que tampoco falte la pesca.
Pero si hay una comunidad que recoge este espíritu mágico del esperma esa es la tribu de los Sambia, de Papúa Nueva Guinea. Para ellos el semen es la fuente de toda vida y masculinidad. A la edad de 7 años los niños son apartados de sus madres para cultivar su masculinidad. Este entrenamiento consiste en practicar felaciones a otros adolescentes de la tribu para poder alimentar su ‘tingu’ inmaduro, un supuesto órgano interno que enmascara su identidad sexual y que está seco en edades tempranas. Con el tiempo y con la práctica estos niños maduran y van desarrollando sus cuerpos y sus ‘tingus’ hasta convertirse en hombres gracias a la ingestión del semen de sus semejantes. Para ellos la naturaleza les da la razón.
Y es que tragar semen siempre ha sido una actividad tan polémica como sugestiva para estudios científicos de lo más variados. Unos porque lo venden con más vitaminas que una macedonia de frutas y otros porque te meten el miedo del cáncer bucal. El caso es no saber si sentirse culpable u orgulloso de practicar una de las dietas más antiguas de la historia.
La verdadera historia es mucho más sencilla: a pesar de los compuestos complejos que componen cada gotita, el semen no tiene la suficiente concentración de nutrientes, calorías o de proteínas como para alcanzar siquiera la categoría de alimento o compuesto vitamínico. La cantidad ingerida necesaria para que esta concentración fuera efectiva en nuestro organismo produciría males por exceso de otros compuestos como la fructosa, por ejemplo.
Para que os hagais una idea, una eyaculación media contiene las mismas calorías que una Coca-Cola light, es decir, menos de una, a pesar de que la mayoría de las fuentes -no contrastadas- que circulan por tropecientos artículos de belleza hablen de entre 5 y 25 calorías.
Para consumir las mismas proteínas de tan solo una clara de huevo habría que beberse un vaso entero de semen de una sola sentada, el equivalente a más de 200 eyaculaciones de las copiosas. Pero eso no es todo: la consumición debería realizarse antes de los 10 primeros minutos después de la eyaculación, pues el líquido seminal empieza a descomponerse y convertirse en una sustancia potencialmente indigesta y desagradable.
Así pues, los beneficios de la ingesta del semen no responden tanto a su capacidad nutritiva como a la satisfacción o el placer físico y psíquico que produce la actividad sexual consentida derivada.
Sobre salud y riesgos
Respecto al riesgo de cáncer bucal los miedos son fundados pero excesivos y generalmente mal documentados. La ingesta de semen derivada del sexo oral puede producir el contagio del virus del papiloma humano, responsable, a la larga, de algún tipo de cáncer orofaríngeo. Pero este contagio puede producirse ‘tragues o no tragues’ ya que el virus se encuentra también en la mucosa del tracto genital, en la saliva, y en la orina. La incidencia de cáncer es bajísima y casi despreciable, pero la conexión con la práctica sexual alimenta activamente el argumentario retrógrado.
El semen sí que funciona como un termómetro del estado físico de su portador. A simple vista el color verde o amarillento indica una posible infección del tracto genital o urinario, y el color marrón un exceso de hematíes producto de un posible sangrado. Más allá de la percepción visual, el conteo de espermatozoides, de leucocitos, de PH o incluso de células epiteliales de la uretra nos informa sobre el índice de fertilidad y otro tipo de posibles trastornos.
Pero lo más curioso del semen es cómo ha sido utilizado desde siempre para todo tipo de actividades extravagantes.
Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial los servicios secretos británicos utilizaban el semen para mandar mensajes cifrados a sus infiltrados en el enemigo: el MI6 desclasificó documentos donde un jefe adjunto de la inteligencia recomendaba su uso como tinta invisible al ser de fácil disposición e imposible de detectar con los métodos habituales, como el vapor de yodo.
Incluso el mismísimo Hitler se inyectaba semen de toro para intentar alcanzar el grado de masculinidad que le negaban sus maltrechas gónadas.
Hace poco, científicos de las universidades de Harvard y Johns Hopkins consiguieron almacenar un petabyte de información binaria en un milímetro cúbico de semen. En realidad, lo que hicieron estos científicos es vender la capacidad de la codificación del ADN como vector de información binaria y hacerla más ‘comercial’ al público usando el líquido masculino.
Pero lo más raro y sacro que he encontrado en este viaje seminal ha sido la religión del semen: una comunidad que basa su credo en la ‘semantología’, la ingestión sexual de los fluidos sexuales como vía para alcanzar la salvación. Sin desperdicio.