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LOS CASOS MÁS LLAMATIVOS DE PLANTAS-ROCA

Plantas que parecen piedras, pero que no lo son

Entre la diversidad vegetal existen plantas asombrosas con aspecto o consistencia de piedras que son resultado de adaptaciones únicas a ambientes extremos

Plantas del género Lithops. Rafael Medina

Nada parece más alejado de un ser vivo que una piedra, y sin embargo las plantas, maestras del engaño, se las han apañado en varias ocasiones para dar lugar a organismos que son auténticas 'plantas-piedra'. Por supuesto, se trata de plantas de verdad que por distintos motivos acaban pareciéndose en mayor o menor grado a piedras. Lo que es aún más interesante es que los distintos casos son evolutivamente independientes, producto de caminos distintos.

Quizá el caso de plantas piedra más conocido, sobre todo por la popularidad que han adquirido como plantas de interior, son las del género Lithops, llamadas a veces “piedras vivientes”. Se trata de unas plantas originarias de las regiones áridas de Sudáfrica y Namibia, de pequeño tamaño, que emergen del suelo mostrando sólo dos hojas crasas, o suculentas que parecen un par de guijarros. Estas hojas presentan una mancha o ventana traslúcida que permite que la luz solar penetre hasta el tejido fotosintético.

En su medio natural, los desiertos pedregosos del sur de África, los Lithops se confunden con facilidad entre las piedras, pero la razón más poderosa de esta adaptación es la necesidad de conservar el agua en un ambiente muy seco. Acumular agua en su interior, aprovechando las raras lluvias del desierto, es un recurso muy socorrido entre plantas de lugares áridos (pensemos, por ejemplo, en los cactus).

Además, mantener formas recondeadas y compactas reduce la relación entre superficie y volumen y contribuye a minimizar la pérdida de agua por evaporación. Los Lithops compensan su habitual discreción con floraciones muy llamativas. Si tienes buena mano con las plantas y les das los cuidados adecuados, puedes conseguir ver este pequeño espectáculo en tu propio salón.

También en el sur de África podemos encontrar a Dioscorea elephantipes, una planta cercana al ñame que posee también un tubérculo, pero que en este caso sólo es sólo parcialmente subterráneo. El tubérculo en cuestión tiene una superficie arrugada que además de “planta piedra” también le ha valido el nombre de “caparazón de tortuga” o “pie de elefante”.

De él salen los tallos y hojas trepadoras, que mueren en la estación desfavorable. Además de servir como reservorio de agua, el tubérculo acumula grandes cantidades de almidón, y puede llegar a ser apto para consumo humano después de ser debidamente procesado, como hacen tradicionalmente los hotentotes.

Al norte del desierto del Sáhara, donde el calor es asfixiante y no llueve prácticamente nunca, encontramos a Fredolia aretioides, quizá la planta que merece con más razón el apelativo de “piedra”. Su color grisáceo y su forma redondeada despistan incluso a corta distancia y su consistencia es absolutamente pétrea. Sin embargo, mirando con un poco de detalle veremos que está formada por diminutos tallos y hojas ligeramente espinosos, compactados, llenos de arena en sus intersticios.

En un ambiente tan árido, el crecimiento de esta planta es lentísimo. Sus raíces, por otra parte, son muy profundas para poder alcanzar la humedad del subsuelo. Aunque, al contrario que los Lithops, poseen innumerables hojas muy pequeñas, la causa de ese color ceniciento (que refleja mejor la luz). Tanto eso como su forma redondeada son, de nuevo, estrategias para conservar el agua.

Un último ejemplo de planta piedra: una que tiene un aspecto similar a esta planta sahariana, aunque ha llegado a él de forma independiente y en un ambiente muy distinto. Se trata de la planta piedra andina, Azorella compacta o “yareta”. Una vez más, son pequeños tallos y hojas creciendo muy densamente los que dan el aspecto y la consistencia de una roca, aunque en este caso la yareta recubre las rocas de los Andes (hasta a 4.500 metros de altitud) cubriéndolas de una capa vegetal muy llamativa.

La montaña andina no presenta la aridez del desierto del Sáhara o de las regiones áridas de Sudáfrica, pero para conservar la temperatura también convienen las formas almohadilladas. De hecho, esta puede ser la conclusión más llamativa de todas estas plantas únicas: en ambientes dispares y por caminos distintos, reducir la relación entre superficie y volumen para evitar perder el agua o el calor ha llevado a algunas plantas a 'petrificarse', fundiéndose con su entorno.